Una vuelta al principio
Llega septiembre, la vuelta al cole, y en mis "letras que forman países", regreso a tierras africanas, precisamente abarcando ese campo, el periodo lectivo. Llevo tanto tiempo buscando información sobre Kenia, que a veces pienso que si un día tengo la oportunidad de viajar hasta allí, quizá me va a parecer que ya he estado...
Aquel tipo llevaba un buen rato observándome desde el otro lado del mostrador de recepción. Cuando me dirigía a la salida, noté cómo unos pasos se acercaban hacia mí. Me giré para comprobar que, efectivamente, aquel hombre alto me seguía con un gesto interrogante.
―Disculpe, llevo un tiempo observando que viene mucho por aquí y que realiza fotografías a nuestros clientes. No me parece mal, pero he recibido quejas por parte del personal del hotel sobre usted y sus actividades ―se tomó un tiempo para elegir el adjetivo adecuado―… fraudulentas.
―¿Fraudulentas?¿De qué demonios está hablando? ―le contesté, ofendida por aquel comentario.
―No me malinterprete, me refiero a cuando alquila un autobús y vende pases de excursión a nuestros clientes, a la mitad del precio que les cobramos nosotros.
―¿Y yo soy la fraudulenta? Menudos estafadores sois, no quiero ni imaginarme lo que costará alojarse aquí. ―el tipo se rió enérgicamente, quizás había dado en el clavo con mi comentario y en el fondo estaba de acuerdo conmigo. Tenía una dentadura perfecta, y unos ojos oscurísimos que se clavaban de una forma intimidatoria. A partir de ese momento cambió su semblante, y se tornó más amable.
―No hace falta que lo imagine, si la memoria no me falla, estuvo aquí alojada hace un tiempo, y por lo que veo aún recibe correspondencia. ―pero ¿qué estaba pasando aquí? ¿Se acordaba de mi estancia en el hotel?
―Veo que posee un gran control sobre el alojamiento del hotel, y una magnífica memoria. ¿Es usted el dueño?
―Sólo hago mi trabajo, además, no es fácil que pase desapercibida con esa exuberante melena rojiza que tiene. ―me quedé por un momento sin palabras y quizás lo notó, porque enseguida acudió en mi rescate.
―Esto no es una guerra entre usted y yo, pero como comprenderá, no puedo permitir que esto continúe. Las quejas vienen primero a mí, y si yo no resuelvo el problema, la solución la buscarán los de más arriba, y ellos no serán tan amables como yo, lo pondrán en manos de las autoridades competentes y asunto zanjado. Imagino que no dispone de ninguna licencia para el trabajo que realiza, ¿verdad?...
―No sé de qué trabajo me está hablando ―le contesté, un poco aturdida por lo que me planteaba―. Yo soy profesora en «Martinson Secondary School», y si no me cree, llame al director del colegio, él se lo confirmará.
―A ver, ¿puedo tutearte?
―Sí, claro, no hay problema.
―Acabo de verte haciendo fotos en la entrada. ―me anunció, sin poder reprimir una sonrisa un tanto burlona.
―Son para mi colección particular, es el hobby que tengo en mis ratos libres ¿Quieres saber también lo que hago los fines de semana o puedo marcharme ya? ―Aquella conversación se estaba alargando demasiado, y aquel tipo estaba empezando a ponerse un poco impertinente.
―Pues ya puestos, sí que me gustaría saber lo que harás este fin de semana, porque me gustaría invitarte a cenar. ―¿De qué iba todo aquello? Primero me sermoneaba por quitarle la clientela y después me invitaba a cenar…
―Sólo si me permites seguir haciendo fotos a tus clientes. Las excursiones quedan canceladas de mi vida laboral. Total, eran tan tiradas de precio que no salían muy rentables.
―Sólo si me mantienes al margen ―contestó él―. Yo no sé nada de esas fotos, para mí eres una turista que hace fotos por hobby, y jamás hemos llegado a este acuerdo.
―Trato hecho ―le contesté, sin entender muy bien por qué me apetecía quedar con aquel tipo.
―¿Te viene bien el sábado a las diez?
―Perfecto ―Y me alejé, guardando la carta que Jimmy me había entregado.
―¿Dónde vives? ―Me preguntó, alzando un poco la voz para salvar la distancia.
―Pasaré yo a buscarte por el hotel. ―no me apetecía que un desconocido supiera mi dirección, primera norma de una soltera que vive sola.
―Es la primera vez que una chica me recoge para una cita.
―Es la primera vez que tengo una cita con un tipo del que no conozco ni su nombre.
―Tuebe, mi nombre es Tuebe.
Llevaba dos horas en la puerta del «Protea Hotel Cairo Road», haciendo fotografías a los
turistas que allí se hospedan. Era mi principal fuente de ingresos y gracias a la complicidad por parte del personal del hotel, había conseguido un rentable sistema de entrega del material gráfico a mis clientes, no se me escapaba ni uno. Después de unas cuantas semanas enfrascada en un proyecto nuevo, por fin tenía un respiro para realizar unas fotos y asegurarme el alquiler de ese mes. Desde que se marchó Eva no había parado ni un momento. Primero buscando un apartamento nuevo, que pudiera permitirme pagar sola. Sin la ayuda de Eva todos los gastos se multiplicaban por dos y no quería tirar de los ahorros de emergencia. Con las fotos no sacaba demasiado, aunque de vez en cuando, haciéndolas, encontraba alguna pareja de turistas, que me pedían hacerles de guía, y entre los honorarios y las propinas, sacaba un buen pellizco. Lo del autobús ya no volvería a hacerlo, aquello fue una idea descabellada de Eva. Se hizo amiga de Jimmy, el recepcionista del hotel, y consiguió sacarle el precio del tour y las rutas que hacían. Finalmente resultó un desastre, en el primer intento, el autobús salió más caro de lo que pensábamos, se estropeó a mitad de camino y tuvimos que alquilar otro, con lo que al final casi nos cuesta poner dinero de nuestro bolsillo. En el segundo intento, contratamos el servicio de autobús en otra empresa distinta y más económica, pero el conductor y dueño de la falsa empresa, resultó ser un cara dura de mucho cuidado, y sólo conseguimos sacar el veinte por ciento de la recaudación.
Echaba mucho de menos a Eva. Me hubiese gustado que se quedase por más tiempo, pero entiendo que permanecer en un país diferente, cuando lo que te trae a él no es las ganas de vivir la experiencia, sino encontrar a alguien a quien parece haberse tragado la tierra, no te aporta el impulso suficiente para emprender una aventura de este calibre. Ahora vivía con una chica llamada Sholbinn, es estudiante en la Universidad de Nairobi y pertenece a la tribu de los kikuyu. Sholbinn vive en la residencia de la universidad, habitualmente, pero los fines de semana vive conmigo. A mí me viene perfecto, porque me ayuda a pagar el alquiler y encima es como si viviese sola. Me ha presentado a mucha gente, incluso a extranjeros como yo. Gracias a ellos encontré mi primer trabajo no clandestino, en un colegio llamado «Martinson Secondary School», que está en un barrio de las afueras.
Al principio me aterró un poco la idea de trabajar en el colegio impartiendo clases de español. No es que no me sintiese capacitada para dar clases, en España estuve sustituyendo una baja maternal en una academia de cursos de prevención de riesgos laborales. Bueno está bien, aquello no tiene nada que ver con dar clases en un colegio, pero lo que me aterraba en este caso, sobre todo, era mi inglés chapucero. Aunque con el tiempo que llevo aquí, he mejorado bastante. Aquí todo el mundo habla inglés, aunque un inglés fusionado con swahili. Cuando alguna vez he hecho de guía a ingleses, me cuesta muchísimo entenderles y hacerme entender, es como si ellos hablasen francés y yo chino; ahí es cuando me doy cuenta del pésimo inglés que tengo. Sin embargo con los nativos de aquí me entiendo mejor.
Me costó un montón encontrar aquel colegio. Tampoco se me dan bien los mapas y la orientación que tengo está más próxima al azar que a la coherencia. El gran problema que tiene Nairobi es el transporte, «los matatus» que son los típicos autobuses para moverte por la ciudad, van siempre abarrotadísimos de gente y están muy mal comunicados, no se entrelazan unos con otros, sino que van todos al centro, y del centro salen a la periferia; los taxis son carísimos y no van por la calle buscándote, tienes que ir tú a buscarlos a ellos… con lo cual tuve que comprarme una bicicleta para ir a trabajar. Así que ahora, mi mala orientación, unida a una bicicleta, es igual a una aventura anecdótica diaria.
El barrio donde se encontraba el colegio era caótico, sucio y destartalado. No me atreví a dejar la bicicleta fuera, así que entré al colegio con ella. Por suerte el colegio no se encontraba en las afueras, sino en la entrada del barrio, me alegré de no tener que adentrarme en aquel suburbio que me aterraba, y en más de una ocasión me planteé hasta darme la vuelta.
La apariencia interior del colegio me sorprendió gratamente, contrastaba con lo que me había encontrado fuera. Era sencillo en cuanto a sus instalaciones y se veía carente de recursos, pero tenía un aspecto agradable y limpio. El conserje me recomendó que dejase la bicicleta en el patio, pero que le colocase el candado si no quería que los chicos se pusiesen a jugar con ella. Le contesté que no me importaba que lo hicieran, y me acompañó a la sala de profesores. Me saludaron amablemente y después de las presentaciones, se quedaron mirándome como si esperasen que les explicase algo. Sin saber muy bien qué decir, me animé a preguntarles por el antiguo profesor de español, a lo que me contestaron que no había habido ninguno, que se trataba de un proyecto nuevo. Me alegré por no tener que competir con mi antecesor en cuanto a las comparaciones, y acto seguido me preocupé bastante, aquello significaba que quizás tuviera que improvisar con el método de enseñanza, y en la ficha que rellené para el puesto, destaqué que había trabajado durante tres años como profesora en un colegio en España. Una lección para el futuro: las mentiras pueden aparecer como sombras al acecho.
Después de conocer los horarios de las clases y asignarme los grupos, me mostraron las aulas y me presentaron al alumnado. Era un colegio público, más bien pequeño, de carácter interno y mixto, en el que los alumnos iban uniformados. No me proporcionaron un temario, ni un método, como ya imaginaba, aunque me dijeron que podía pedir el material que necesitase sin problemas. El problema era saber cuál era el material que necesitaba… yo esperaba que aquel asunto me lo diesen resuelto.
A la hora de comer, compartí mesa con el resto de profesores. La comida, que era la misma que tomaban los alumnos, consistía en un guiso repugnante de legumbres y maíz hervido, sin una gota de sal, ni ningún otro ingrediente que no fuera el agua donde había sido cocido durante horas. Con un poco de suerte, pensé, al día siguiente tocaría un menú más sabroso. Pero no fue así, tocó un hervido de arroz blanco acompañado de verduras, sin una sola gota de sal. Me planteé traer mi propia comida, pero recapacité, quizás sería una forma de no integrarme. Así que opté por un remedio más sencillo, un sobrecito de sal y otro de kétchup en el bolsillo, para aderezar mi menú cuando estuviesen distraídos.
Los alumnos me parecieron un encanto, y rápidamente nos cogimos cariño. No sé si conseguiré enseñarles algo de español, dicen que es dificilísimo y no paran de reírse con mi acento cuando lo hablo.
En alguna ocasión me he sentido mal, porque los profesores suelen ser muy severos con los castigos, llegando a ser en la mayoría de los casos, castigos físicos. Es como si hubiese retrocedido en el tiempo, a aquella época en la que la educación en España, se impartía a reglazo limpio. También son duras las historias que cuentan los alumnos sobre sus vivencias, aquí la vida no es fácil, y menos para ellos, se desarrollan entre la inocencia de los juegos, y el mundo hostil que les rodea. Los que les educan, tanto familiares como profesores, son adultos que una vez se desarrollaron en un ambiente, si cabe, todavía más duro.
Los colegios públicos, desde el año pasado que el gobierno decidió abolir las cuotas y aranceles escolares en educación primaria, son gratuitos, y con ello se ha conseguido que aumente el alumnado, para tratar de incrementar así, en un futuro, el nivel educativo del país. Los alumnos de este colegio son de secundaria, y por cada alumno, su familia paga algo equivalente a 100 euros trimestrales. Con esta cuota, que aquí es mucho dinero, ya podrían esmerarse un poco más en la alimentación de esos chicos.
Algún día les he traído golosinas de fuera, ellos viven allí encerrados hasta las vacaciones, y se vuelven locos con cualquier cosa de la calle. Yo les digo que es un premio sólo para los que hagan bien un ejercicio de traducción, pero al final reparto para todos a cambio de alguna frase que se les ocurra en español. A veces me sorprendo con su capacidad de reacción.
Aún no me han traído el material que les encargué. Creo que me pasé pidiendo, porque me pusieron mala cara cuando les pasé el listado. He tenido que ir improvisando sobre la marcha, durante estas semanas y comprando algún manual por mi cuenta. De momento este trabajo, más que ingresos, me está reportando gastos, ya que tuve que pagar también la reparación de la bicicleta, por no seguir las recomendaciones del conserje; me la encontré con la cadena partida y una rueda reventada.
Aproveché que llevaba media hora sin que ningún cliente quisiera hacerse una foto, para entrar en la recepción del hotel, e ir al aseo. A la salida pasé por la cafetería y compré un botellín de agua. Detrás del mostrador de recepción se encontraba Jimmy, un indio muy simpático, y uno de los colaboradores que me pasan las llamadas a las habitaciones de los clientes, para la entrega de las fotos en recepción. Los clientes siempre creen que trabajo para el hotel. No todos son tan amables, los hay que pretenden colaborar a cambio de comisiones desorbitadas o amenazan con quejarse a dirección. Jimmy me hizo un gesto con la mano para que me acercase al mostrador.
turistas que allí se hospedan. Era mi principal fuente de ingresos y gracias a la complicidad por parte del personal del hotel, había conseguido un rentable sistema de entrega del material gráfico a mis clientes, no se me escapaba ni uno. Después de unas cuantas semanas enfrascada en un proyecto nuevo, por fin tenía un respiro para realizar unas fotos y asegurarme el alquiler de ese mes. Desde que se marchó Eva no había parado ni un momento. Primero buscando un apartamento nuevo, que pudiera permitirme pagar sola. Sin la ayuda de Eva todos los gastos se multiplicaban por dos y no quería tirar de los ahorros de emergencia. Con las fotos no sacaba demasiado, aunque de vez en cuando, haciéndolas, encontraba alguna pareja de turistas, que me pedían hacerles de guía, y entre los honorarios y las propinas, sacaba un buen pellizco. Lo del autobús ya no volvería a hacerlo, aquello fue una idea descabellada de Eva. Se hizo amiga de Jimmy, el recepcionista del hotel, y consiguió sacarle el precio del tour y las rutas que hacían. Finalmente resultó un desastre, en el primer intento, el autobús salió más caro de lo que pensábamos, se estropeó a mitad de camino y tuvimos que alquilar otro, con lo que al final casi nos cuesta poner dinero de nuestro bolsillo. En el segundo intento, contratamos el servicio de autobús en otra empresa distinta y más económica, pero el conductor y dueño de la falsa empresa, resultó ser un cara dura de mucho cuidado, y sólo conseguimos sacar el veinte por ciento de la recaudación.
Echaba mucho de menos a Eva. Me hubiese gustado que se quedase por más tiempo, pero entiendo que permanecer en un país diferente, cuando lo que te trae a él no es las ganas de vivir la experiencia, sino encontrar a alguien a quien parece haberse tragado la tierra, no te aporta el impulso suficiente para emprender una aventura de este calibre. Ahora vivía con una chica llamada Sholbinn, es estudiante en la Universidad de Nairobi y pertenece a la tribu de los kikuyu. Sholbinn vive en la residencia de la universidad, habitualmente, pero los fines de semana vive conmigo. A mí me viene perfecto, porque me ayuda a pagar el alquiler y encima es como si viviese sola. Me ha presentado a mucha gente, incluso a extranjeros como yo. Gracias a ellos encontré mi primer trabajo no clandestino, en un colegio llamado «Martinson Secondary School», que está en un barrio de las afueras.
Al principio me aterró un poco la idea de trabajar en el colegio impartiendo clases de español. No es que no me sintiese capacitada para dar clases, en España estuve sustituyendo una baja maternal en una academia de cursos de prevención de riesgos laborales. Bueno está bien, aquello no tiene nada que ver con dar clases en un colegio, pero lo que me aterraba en este caso, sobre todo, era mi inglés chapucero. Aunque con el tiempo que llevo aquí, he mejorado bastante. Aquí todo el mundo habla inglés, aunque un inglés fusionado con swahili. Cuando alguna vez he hecho de guía a ingleses, me cuesta muchísimo entenderles y hacerme entender, es como si ellos hablasen francés y yo chino; ahí es cuando me doy cuenta del pésimo inglés que tengo. Sin embargo con los nativos de aquí me entiendo mejor.
Me costó un montón encontrar aquel colegio. Tampoco se me dan bien los mapas y la orientación que tengo está más próxima al azar que a la coherencia. El gran problema que tiene Nairobi es el transporte, «los matatus» que son los típicos autobuses para moverte por la ciudad, van siempre abarrotadísimos de gente y están muy mal comunicados, no se entrelazan unos con otros, sino que van todos al centro, y del centro salen a la periferia; los taxis son carísimos y no van por la calle buscándote, tienes que ir tú a buscarlos a ellos… con lo cual tuve que comprarme una bicicleta para ir a trabajar. Así que ahora, mi mala orientación, unida a una bicicleta, es igual a una aventura anecdótica diaria.
El barrio donde se encontraba el colegio era caótico, sucio y destartalado. No me atreví a dejar la bicicleta fuera, así que entré al colegio con ella. Por suerte el colegio no se encontraba en las afueras, sino en la entrada del barrio, me alegré de no tener que adentrarme en aquel suburbio que me aterraba, y en más de una ocasión me planteé hasta darme la vuelta.
La apariencia interior del colegio me sorprendió gratamente, contrastaba con lo que me había encontrado fuera. Era sencillo en cuanto a sus instalaciones y se veía carente de recursos, pero tenía un aspecto agradable y limpio. El conserje me recomendó que dejase la bicicleta en el patio, pero que le colocase el candado si no quería que los chicos se pusiesen a jugar con ella. Le contesté que no me importaba que lo hicieran, y me acompañó a la sala de profesores. Me saludaron amablemente y después de las presentaciones, se quedaron mirándome como si esperasen que les explicase algo. Sin saber muy bien qué decir, me animé a preguntarles por el antiguo profesor de español, a lo que me contestaron que no había habido ninguno, que se trataba de un proyecto nuevo. Me alegré por no tener que competir con mi antecesor en cuanto a las comparaciones, y acto seguido me preocupé bastante, aquello significaba que quizás tuviera que improvisar con el método de enseñanza, y en la ficha que rellené para el puesto, destaqué que había trabajado durante tres años como profesora en un colegio en España. Una lección para el futuro: las mentiras pueden aparecer como sombras al acecho.
Después de conocer los horarios de las clases y asignarme los grupos, me mostraron las aulas y me presentaron al alumnado. Era un colegio público, más bien pequeño, de carácter interno y mixto, en el que los alumnos iban uniformados. No me proporcionaron un temario, ni un método, como ya imaginaba, aunque me dijeron que podía pedir el material que necesitase sin problemas. El problema era saber cuál era el material que necesitaba… yo esperaba que aquel asunto me lo diesen resuelto.
A la hora de comer, compartí mesa con el resto de profesores. La comida, que era la misma que tomaban los alumnos, consistía en un guiso repugnante de legumbres y maíz hervido, sin una gota de sal, ni ningún otro ingrediente que no fuera el agua donde había sido cocido durante horas. Con un poco de suerte, pensé, al día siguiente tocaría un menú más sabroso. Pero no fue así, tocó un hervido de arroz blanco acompañado de verduras, sin una sola gota de sal. Me planteé traer mi propia comida, pero recapacité, quizás sería una forma de no integrarme. Así que opté por un remedio más sencillo, un sobrecito de sal y otro de kétchup en el bolsillo, para aderezar mi menú cuando estuviesen distraídos.
Los alumnos me parecieron un encanto, y rápidamente nos cogimos cariño. No sé si conseguiré enseñarles algo de español, dicen que es dificilísimo y no paran de reírse con mi acento cuando lo hablo.
En alguna ocasión me he sentido mal, porque los profesores suelen ser muy severos con los castigos, llegando a ser en la mayoría de los casos, castigos físicos. Es como si hubiese retrocedido en el tiempo, a aquella época en la que la educación en España, se impartía a reglazo limpio. También son duras las historias que cuentan los alumnos sobre sus vivencias, aquí la vida no es fácil, y menos para ellos, se desarrollan entre la inocencia de los juegos, y el mundo hostil que les rodea. Los que les educan, tanto familiares como profesores, son adultos que una vez se desarrollaron en un ambiente, si cabe, todavía más duro.
Los colegios públicos, desde el año pasado que el gobierno decidió abolir las cuotas y aranceles escolares en educación primaria, son gratuitos, y con ello se ha conseguido que aumente el alumnado, para tratar de incrementar así, en un futuro, el nivel educativo del país. Los alumnos de este colegio son de secundaria, y por cada alumno, su familia paga algo equivalente a 100 euros trimestrales. Con esta cuota, que aquí es mucho dinero, ya podrían esmerarse un poco más en la alimentación de esos chicos.
Algún día les he traído golosinas de fuera, ellos viven allí encerrados hasta las vacaciones, y se vuelven locos con cualquier cosa de la calle. Yo les digo que es un premio sólo para los que hagan bien un ejercicio de traducción, pero al final reparto para todos a cambio de alguna frase que se les ocurra en español. A veces me sorprendo con su capacidad de reacción.
Aún no me han traído el material que les encargué. Creo que me pasé pidiendo, porque me pusieron mala cara cuando les pasé el listado. He tenido que ir improvisando sobre la marcha, durante estas semanas y comprando algún manual por mi cuenta. De momento este trabajo, más que ingresos, me está reportando gastos, ya que tuve que pagar también la reparación de la bicicleta, por no seguir las recomendaciones del conserje; me la encontré con la cadena partida y una rueda reventada.
Aproveché que llevaba media hora sin que ningún cliente quisiera hacerse una foto, para entrar en la recepción del hotel, e ir al aseo. A la salida pasé por la cafetería y compré un botellín de agua. Detrás del mostrador de recepción se encontraba Jimmy, un indio muy simpático, y uno de los colaboradores que me pasan las llamadas a las habitaciones de los clientes, para la entrega de las fotos en recepción. Los clientes siempre creen que trabajo para el hotel. No todos son tan amables, los hay que pretenden colaborar a cambio de comisiones desorbitadas o amenazan con quejarse a dirección. Jimmy me hizo un gesto con la mano para que me acercase al mostrador.
―¿Qué tal Jimmy? Llevo mucho tiempo sin verte por aquí, ¿va todo bien?
―Sí, me tomé un mes de vacaciones. Se casó mi hermano pequeño y tuve que viajar a Delhi. Pero hace dos semanas que regresé, llevo tiempo queriendo dar contigo.
―Tengo un trabajo nuevo, soy profesora de español, pero tranquilo que me seguirás viendo por aquí ―mientras tomaba un sorbo de agua, crucé la mirada con un tipo que me estaba observando con curiosidad al otro lado del mostrador―. ¿Y qué tal la boda?
―Ya te enseñaré las fotos, me gustaría que me hicieras unos retoques en algunas ―me contestó, mientras abría un cajón del mostrador y sacaba un sobre que me entregó―. Toma, Raquel, esto llegó unos días antes de marcharme, lo trajo una chica, creo que era inglesa. Primero preguntó por Eva, le dije que ya no se hospedaba aquí y que creía que se había marchado a España. Cuando ya salía por la puerta se volvió y me preguntó por ti, le dije que solías venir por aquí para hacer fotos y que podría entregártela, no sé si hice bien.
―Bien no, hiciste lo mejor que podías haber hecho por Eva, ¿Sabes lo que significa esta carta? ―Le contesté, tan entusiasmada como si la carta fuera dirigida a mí―. Esta carta significa nostalgia, reencuentro y esperanza.
―¿Y todo eso lo pone en el sobre? ―preguntó Jimmy, que algunas veces parecía vivir en otro mundo.
―Espero que también lo diga dentro, Jimmy, aunque eso de momento tú y yo no lo sabremos. ―y me alejé del mostrador, dejando a Jimmy con unos clientes que acababan de acercarse a la recepción.
Cuando me dirigía a la salida, noté cómo unos pasos se acercaban hacia mí. Me giré para comprobar que, efectivamente, aquel hombre alto me seguía con un gesto interrogante.
Tipo listo, Tuebe. Me encanta cómo escribes.
ResponderEliminarSí, la verdad es que no pierde oportunidad el tio.
ResponderEliminarGracias Raúl ;)
Espero que seas capaz de enlazar todos los cabos sueltos que vas dejando, porque si no, nos va a dar un patatús.
ResponderEliminarBeeesos