El niño que perdió su sombra
Cuando perdió su sombra, no se lo contó a nadie. Tenía miedo de que todo el mundo se fijase en él y le mirasen como a un bicho raro. Era un niño muy tímido y más maduro de lo que le correspondía por su edad. Pensó que si caminaba por la calle, por el lado donde daba la sombra de los edificios, nadie echaría en falta la suya. Se preguntó dónde habría ido a parar. Nunca había hecho nada parecido, a pesar de que millones de veces, había jugado a pisarla y a librarse de ella, sin éxito.
La sombra, por su parte, se encontraba paseando por las calles de su barrio. Se distraía jugando en los parques y hablando con todas las sombras que se cruzaba por el camino. La noche era el momento cumbre para las sombras sin cuerpo, las calles y parques rebosaban de ellas. Era una sombra muy extrovertida, y no le daba miedo
meterse en ningún lio. Su vida en solitario iba a las mil maravillas, se divertía mucho con los amigos que iba haciendo. Al amanecer, justo a la salida del sol, la mayoría corría al encuentro de sus cuerpos. Él se quedaba deambulando entre el bullicio de la ciudad, a primeras horas de la mañana, acompañado por alguna otra sombra que como él, tampoco se marchaba a casa. Nunca eran los mismos, los que se juntaban, de hecho, a algunos no volvía a verlos. Las sombras que paseaban con sus dueños, cuando estaban unidas, no les hacían ningún caso. Le habían recomendado, que no debía exponerse al sol, una sombra no debía verse a la luz sin su cuerpo.
Un día, conoció a una sombra niña que, como él, no se marchaba al amanecer. Pasaron unos días muy divertidos, e incluso se aislaron del resto de las sombras. Encontraron que tenían muchas cosas en común, y les gustaba hacer miles de travesuras juntos. A veces se colocaban junto a la sombra unida de algún viandante y hacían posturas para que pareciese que, este, tenía una sombra mutante; mientras la sombra original trataba de desprenderse de ellos a empujones… Trepaban por los edificios y se sentaban a contemplar la ciudad desde las alturas. Se bañaban en las fuentes públicas. Se colaban en los cines a ver películas, hasta las tantas, sin preocuparse por la hora… Se aislaron de tal forma, que ya no se fijaban si había más sombras a su alrededor. La niña sombra le preguntó un día, por qué se había escapado de su cuerpo. Él le contó que el niño de su cuerpo nunca se atrevía a hacer las travesuras que a él le apetecían hacer, y que era un niño bastante tranquilo. Ella le contó, que su cuerpo estaba de paso, que había aprovechado una parada del coche, para tomar el aire, mientras echaban gasolina, y su dueña dormía placidamente en el asiento trasero. Cuando se quiso dar cuenta, el coche ya se había puesto en marcha y no consiguió alcanzarlo.
Unos días más tarde de conocerse, la sombra niña empezó a desvanecerse, cada vez tenía menos contraste en su silueta y sus contornos comenzaron a desdibujarse. No sabía qué hacer, y mientras ella le pedía ayuda, muy asustada por verse tornándose invisible; él sólo pudo presenciar cómo su amiga desaparecía ante su aterrada mirada. Se observó a si mismo, para ver si estaba corriendo la misma suerte, pero su silueta permanecía aún con un tono oscuro y bien perfilado. Cuando quiso reparar de nuevo en su amiga, ella ya no estaba allí. En esos días, ellos no se habían fijado, pero cientos de sombras desaparecían y aparecían otras nuevas. Estaban tan absortos en sus juegos y en disfrutar de aquella vida independiente, que no habían prestado atención a lo que acontecía a su alrededor.
Observó, en el banco de un parque vacío, la sombra de un anciano que portaba un bastón, estaba libre como él. Era la primera vez que veía una sombra anciana libre de su cuerpo, sólo se había cruzado con sombras jóvenes o de niños. Durante aquellos días, había escuchado que no debía exponerse demasiado al sol, pero aquella sombra anciana parecía estar tomándolo de lleno. Cuando se fue acercando, notó que también tenía un tono grisáceo y translúcido, así que decidió preguntarle sin rodeos, si sabía qué era aquello que les ocurría a las sombras con el sol. El anciano, muy sereno, le explicó que el sol no tenía nada que ver con aquello, que era tan sólo una norma para no asustar a la gente, viendo sombras deambulando sin sus cuerpos. Lo que sí debían de tener en cuenta, las sombras, era no perder nunca un contacto absoluto con sus dueños, o de lo contrario, su cuerpo desarrollaría otra sombra, y al ocurrir esto, la anterior se disolvería para siempre. Regresar a sus cuerpos a la salida del sol, era una garantía de que esto no ocurriese, pues un cuerpo en la oscuridad, sin ningún reflejo que lo ilumine, no siente la falta de su sombra, pero en cuanto es enfocado por los rayos durante unos cuantos minutos, la regenera. El niño le preguntó por qué no regresaba él con su cuerpo, para no desaparecer. El anciano le contestó, que ya era tarde para él, quería pasar sus últimos momentos disfrutando de los rayos del sol. Y le recomendó que regresase. Si su cuerpo aún no se había dado cuenta de la falta, debía de ser porque le habría pasado algo grave y no había tenido oportunidad de salir a la calle.
Se despidió del anciano, y se dirigió hacia su casa, un poco abatido, ya sabía lo que le había pasado a su amiga. Sabía que echaría de menos esos días que habían pasado juntos, y le aterraba desaparecer como ella. Pensó que a lo mejor algún día, el destino le llevaría a encontrarse con la sombra que la había sustituido, y quizá entonces también podrían hacerse amigos.
Cuando caminaba por la acera, absorto en sus pensamientos e intentando no salirse de la sombra para no ser descubierto sin cuerpo, encontró al niño sentado en su portal. Estaba jugando tan tranquilo, ajeno a todo lo que le rodeaba. Le produjo cierta ternura observarle y darse cuenta de que aquel niño le había guardado su ausencia. Se había mantenido en la sombra y por eso él no había desaparecido. Pensó que no podía haberle tocado un niño mejor que aquel, a quien a partir de ese momento, cuidaría para siempre.
La sombra, por su parte, se encontraba paseando por las calles de su barrio. Se distraía jugando en los parques y hablando con todas las sombras que se cruzaba por el camino. La noche era el momento cumbre para las sombras sin cuerpo, las calles y parques rebosaban de ellas. Era una sombra muy extrovertida, y no le daba miedo
meterse en ningún lio. Su vida en solitario iba a las mil maravillas, se divertía mucho con los amigos que iba haciendo. Al amanecer, justo a la salida del sol, la mayoría corría al encuentro de sus cuerpos. Él se quedaba deambulando entre el bullicio de la ciudad, a primeras horas de la mañana, acompañado por alguna otra sombra que como él, tampoco se marchaba a casa. Nunca eran los mismos, los que se juntaban, de hecho, a algunos no volvía a verlos. Las sombras que paseaban con sus dueños, cuando estaban unidas, no les hacían ningún caso. Le habían recomendado, que no debía exponerse al sol, una sombra no debía verse a la luz sin su cuerpo.
Un día, conoció a una sombra niña que, como él, no se marchaba al amanecer. Pasaron unos días muy divertidos, e incluso se aislaron del resto de las sombras. Encontraron que tenían muchas cosas en común, y les gustaba hacer miles de travesuras juntos. A veces se colocaban junto a la sombra unida de algún viandante y hacían posturas para que pareciese que, este, tenía una sombra mutante; mientras la sombra original trataba de desprenderse de ellos a empujones… Trepaban por los edificios y se sentaban a contemplar la ciudad desde las alturas. Se bañaban en las fuentes públicas. Se colaban en los cines a ver películas, hasta las tantas, sin preocuparse por la hora… Se aislaron de tal forma, que ya no se fijaban si había más sombras a su alrededor. La niña sombra le preguntó un día, por qué se había escapado de su cuerpo. Él le contó que el niño de su cuerpo nunca se atrevía a hacer las travesuras que a él le apetecían hacer, y que era un niño bastante tranquilo. Ella le contó, que su cuerpo estaba de paso, que había aprovechado una parada del coche, para tomar el aire, mientras echaban gasolina, y su dueña dormía placidamente en el asiento trasero. Cuando se quiso dar cuenta, el coche ya se había puesto en marcha y no consiguió alcanzarlo.
Unos días más tarde de conocerse, la sombra niña empezó a desvanecerse, cada vez tenía menos contraste en su silueta y sus contornos comenzaron a desdibujarse. No sabía qué hacer, y mientras ella le pedía ayuda, muy asustada por verse tornándose invisible; él sólo pudo presenciar cómo su amiga desaparecía ante su aterrada mirada. Se observó a si mismo, para ver si estaba corriendo la misma suerte, pero su silueta permanecía aún con un tono oscuro y bien perfilado. Cuando quiso reparar de nuevo en su amiga, ella ya no estaba allí. En esos días, ellos no se habían fijado, pero cientos de sombras desaparecían y aparecían otras nuevas. Estaban tan absortos en sus juegos y en disfrutar de aquella vida independiente, que no habían prestado atención a lo que acontecía a su alrededor.
Observó, en el banco de un parque vacío, la sombra de un anciano que portaba un bastón, estaba libre como él. Era la primera vez que veía una sombra anciana libre de su cuerpo, sólo se había cruzado con sombras jóvenes o de niños. Durante aquellos días, había escuchado que no debía exponerse demasiado al sol, pero aquella sombra anciana parecía estar tomándolo de lleno. Cuando se fue acercando, notó que también tenía un tono grisáceo y translúcido, así que decidió preguntarle sin rodeos, si sabía qué era aquello que les ocurría a las sombras con el sol. El anciano, muy sereno, le explicó que el sol no tenía nada que ver con aquello, que era tan sólo una norma para no asustar a la gente, viendo sombras deambulando sin sus cuerpos. Lo que sí debían de tener en cuenta, las sombras, era no perder nunca un contacto absoluto con sus dueños, o de lo contrario, su cuerpo desarrollaría otra sombra, y al ocurrir esto, la anterior se disolvería para siempre. Regresar a sus cuerpos a la salida del sol, era una garantía de que esto no ocurriese, pues un cuerpo en la oscuridad, sin ningún reflejo que lo ilumine, no siente la falta de su sombra, pero en cuanto es enfocado por los rayos durante unos cuantos minutos, la regenera. El niño le preguntó por qué no regresaba él con su cuerpo, para no desaparecer. El anciano le contestó, que ya era tarde para él, quería pasar sus últimos momentos disfrutando de los rayos del sol. Y le recomendó que regresase. Si su cuerpo aún no se había dado cuenta de la falta, debía de ser porque le habría pasado algo grave y no había tenido oportunidad de salir a la calle.
Se despidió del anciano, y se dirigió hacia su casa, un poco abatido, ya sabía lo que le había pasado a su amiga. Sabía que echaría de menos esos días que habían pasado juntos, y le aterraba desaparecer como ella. Pensó que a lo mejor algún día, el destino le llevaría a encontrarse con la sombra que la había sustituido, y quizá entonces también podrían hacerse amigos.
Cuando caminaba por la acera, absorto en sus pensamientos e intentando no salirse de la sombra para no ser descubierto sin cuerpo, encontró al niño sentado en su portal. Estaba jugando tan tranquilo, ajeno a todo lo que le rodeaba. Le produjo cierta ternura observarle y darse cuenta de que aquel niño le había guardado su ausencia. Se había mantenido en la sombra y por eso él no había desaparecido. Pensó que no podía haberle tocado un niño mejor que aquel, a quien a partir de ese momento, cuidaría para siempre.
Dice mi sombra que por favor te diga, que le digas a la tuya que si quiere salir a jugar...
ResponderEliminarJajaja mi sombra es que desde una vez que la eché de casa por mal comportamiento, ya no se atreve a salir por su cuenta!!
ResponderEliminarSara, qué bonitoooooooo XDDDD
ResponderEliminarGracias ;)
ResponderEliminarGracias por haber hecho una continuación de esta preciosa historia. Me pilló liado y no pude leerla a en su momento. La he disfrutado mucho. Es preciosa.
ResponderEliminarBsos
Quizás la hubieses disfrutado más si te hubiese pillado por sorpresa la segunda parte.
ResponderEliminarMe alegra saber que te ha gustado, gracias por tus comentarios.
Besotes.