En días de disturbios
Cap. anterior: El niño guerrero
En “Letras que forman países” nos han pedido que nuestro relato transcurra durante un hecho histórico del país elegido. Kenia no es un país que destaque por sus hechos históricos, así que no he tenido más remedio que quedarme cerquita, en el 2007. La noticia sobre las elecciones y el suceso de Eldoret son reales, sacados de la prensa digital, pero no los personajes ni los detalles narrados por ellos, estos son pura ficción. (No vaya nadie a molestarse, ni a tomar este relato como un suceso de aquellos acontecimientos)
Aquí, en Kenia, he comprobado que el tiempo se detiene, no tiene el mismo ritmo que en otros lugares donde he viajado. Sin embargo cuando estoy fuera durante años, y regreso, sí que soy consciente de ese tiempo que ha pasado; lo encuentro todo diferente, avanzado. Estos cambios aquí se acusan de una forma más estridente, es como un contraste muy marcado entre lo que observo y mis recuerdos, como si los cambios no fuesen paulatinos, sino que se hubiesen elaborado de la noche a la mañana, o dos días antes de mi llegada.
En aquella ocasión, mi retorno no tenía que ver con una visita de placer, sino que había viajado por trabajo, para cubrir la noticia sobre un conflicto.
Los verdaderos perjudicados en cualquier conflicto son aquellos que habitan las barriadas más pobres del país. La perspectiva de encontrar una inmensa sabana con reservas de animales, convierten a Kenia en un reclamo para el turismo de lujo. Pero detrás de esa fachada encontramos también el lado amargo de la realidad, donde las rivalidades entre las distintas etnias, la pobreza y las desigualdades sociales, forman parte de su historia, y no parece que nada vaya a cambiar.
Los medios de comunicación de todo el mundo, se habían hecho eco del conflicto tras las
elecciones presidenciales del 27 de diciembre del 2007 en Kenia. En la agencia para la que trabajo en Londres, sabían que he pasado la mayor parte de mi vida en este país, y pensaron que les sería más útil que cualquier otro colaborador extranjero. Este fue uno de los artículos de prensa que envié a la redacción sobre aquel conflicto:
“Las elecciones presidenciales de 2007 han enfrentado al presidente Mwai Kibaki, del grupo étnico Kikuyu, contra el opositor Raila Odinga, de la tribu Luo. El recién formado Gobierno keniano ha obligado a suspender todas las emisiones en directo de las televisiones del país para intentar evitar un recrudecimiento de los disturbios provocados por los seguidores del aspirante de la oposición de la presidencia, Odinga, quienes protestan por el presunto fraude registrado durante el escrutinio de los votos de las elecciones presidenciales del pasado jueves, de las que ha resultado ganador Kibaki. Aunque los resultados preliminares apuntaban a una victoria de Odinga, Kibaki se declaró ganador por 200.000 votos, cerca del dos por ciento de los casi diez millones de sufragios emitidos.”
―¿Paul, estás despierto?
―Estoy un poco mareado. ¿Me puedes dar un poco de agua, por favor?
―Aún no puedes tomar nada, te mojaré los labios con una gasa. Estabas hablando en sueños, no sabía si despertarte o dejarte.
―Gracias, Chris. Y tranquila estoy bien, sólo estaba pensando en lo sucedido. No tenías que haberte molestado en venir.
―Si pensabas que me iba a quedar tan tranquila en Londres, sabiendo que te habían metido una bala en el cuerpo, es que no me conoces después de tantos años. ¿Y se puede saber qué te empujó a venir aquí? Si a ti no te gusta cubrir este tipo de conflictos…
―Algún día tenía que volver, y este era el empujón que necesitaba para venir y enfrentarme a mis temores.
―¿Y en la agencia te han enviado a cubrir la noticia solo?
―No me vengas con esas, no necesito un perrito guardián. Además he coincidido con Ben Y Ludovico. Trabajan para otra agencia de Londres, y cuando estudiábamos juntos, pasábamos buenos ratos. Así que ahora formamos algo parecido a un equipo.
―¿Te has acercado a nuestra casa? ¿Dónde has vivido en este tiempo? ¿Cómo han sido los enfrentamientos? He pasado días enteros enganchada a la red buscando noticias.
―Pareces una ametralladora preguntando.
―Lo siento, es que llevo muchas horas aquí a tu lado y estoy impaciente, quiero que me pongas al día.
―Pues me alojé en un pequeño hotel, cerca de la Uhuru Highway, junto con Ben y Ludovico. Estuvimos estudiando la zona de uno de los barrios periféricos a dos kilómetros de Kibera, y nos pareció que la situación en Nairobi era más tranquila de lo que se decía por los medios de comunicación. Nos informaron que había determinadas zonas que era mejor evitar y cuando nos encontrábamos a pocos minutos de Eldoret, recibimos la noticia de que un grupo de gente, sobre todo mujeres y niños, se había refugiado en una iglesia huyendo de los disturbios, y fueron quemados vivos en su interior por un grupo de militantes. Aquel panorama fue desolador, nos ofrecimos a ayudar para trasladar a las víctimas a un hospital, 42 gravemente quemados y 30 muertos, ese fue el balance del artículo que envié a Londres.
―¿Fue allí donde recibiste el impacto?
―No, no fue allí. Allí recibí otro tipo de impactos más dolorosos que la propia bala. Hubo uno que me heló la sangre. Mientras ayudábamos a trasladar a los quemados de la iglesia, una madre permanecía arrodillada junto al cadáver de su hijo calcinado. Me acerqué a ella para darle un poco de consuelo y le dije que tenía que ser fuerte. Ella me miró, por sus ojos no corría ni una lágrima, no debían quedarle o quizás se habían evaporado por el calor sofocante que emanaba del suelo. Ella tenía quemaduras de tercer grado por todo su cuerpo y ni parecía inmutarse. Quería llevarse el cuerpo de su hijo de allí, le dije que tenía que ir al hospital a curar sus heridas y ella contestó que sin el cuerpo de su hijo no se movería a ninguna parte. Nos la llevamos casi a rastras de allí. Falleció en el camino. Ahora pienso que quizás debí darle la oportunidad de morir junto a su hijo. Siento que siempre estoy en el lugar equivocado y que mis decisiones les pasan factura a los demás.
―No te tortures, Paul, hiciste lo que debías. Y en lo otro, intuyo a qué te refieres, tampoco la culpa fue tuya.
―Yo no lo siento así.
―Si no te apetece remover lo de tu herida lo entenderé, no es necesario que me cuentes lo ocurrido, no quiero que te sientas mal.
―Tranquila, lo de mi herida no me afecta, estoy vivo ¿no? Eso es lo que cuenta. Lo del disparo fue unos días más tarde. Un grupo de seguidores del partido del gobierno, había bloqueado una carretera de entrada a Nairobi para impedir el acceso a manifestantes del partido de la oposición, procedentes de los alrededores de la ciudad. Los ánimos estaban caldeados y Ben no paraba de hacer fotos a los piquetes. Iban armados con palos, machetes y armas de fuego. Algunos dijeron que no querían ser fotografiados, pero Ben seguía con la cámara disparando. Me acerqué a él para que parase de hacer fotos, supuse que no entendía su lengua y por ello no se daba por aludido, a pesar de los gestos amenazantes de ellos, y en ese momento, imagino que aquel disparo no iba dirigido a mí, recibí el proyectil.
―Supongo que Ben y Ludovico fueron los que te sacaron de allí.
―Sí, ellos me sacaron como pudieron porque, yo no recuerdo mucho más pero, el disparo empeoró la situación.
Pienso que todo esto se les ha ido de las manos desde el principio, Kenia navega a la deriva y creo que no hubiese sido diferente de haber salido vencedor el partido de la oposición. De cualquier forma esta gente estaba condenada a sufrir este infierno, donde el precio de una vida se ha devaluado al de unos míseros votos.
―He hablado con Mr. Sherman, el vecino de al lado de nuestra casa. Están muy asustados con la situación. Llevan semanas sin salir de su casa. Dicen que el país sufre escasez de alimentos básicos y combustible. Los transportes no funcionan por falta de gasolina y los supermercados registran una afluencia masiva desde que se declaró la crisis y se han vaciado las reservas de la mayoría de los establecimientos. Ellos han acumulado comida y bebida suficiente, nos han invitado a quedarnos en su casa cuando salgas del hospital, hasta que te encuentres con fuerzas para viajar a Londres.
―También podemos quedarnos en nuestra casa. ―Se lo anuncié esperando que Chris se sorprendiera, llevaba cinco años sin pisar aquella casa en la que había crecido desde que era un bebé. La muerte de mis padres en un accidente de coche, en las Navidades del 2002, provocó en mí un sentimiento de culpabilidad y de angustia tal, que me refugié en Londres, ciudad en la que estudiaba, y no quise volver. Aquel año me había matriculado en la London School of Journalism. Estar allí me ayudaba a seguir adelante, me permitía hacerme a la idea poco a poco. Podía fingir que no había pasado nada y engañar a mi corazón pensando que mientras no viese nuestra casa vacía, era como si no lo estuviese. Por eso en todos estos años no me había atrevido a volver.
―Pero allí no hay comida, lo mismo no hay ni muebles, ni nada. Puede ser, incluso, que la hayan saqueado, lleva cerrada cinco años, Paul.
―Estuve en la casa, Chris, nada más aterrizar fue lo primero que hice. Todo está casi como antes. Le pedí al jardinero, después del funeral, que su mujer siguiese limpiando la casa una vez por semana, y él cuidando del jardín, a cambio de seguir viviendo en la casita de servicio y algo de dinero que les he ido enviando. Siempre pienso que si no hubiese cambiado de opinión, y me hubiese quedado a pasar aquella Navidad en Londres, ahora estarían vivos.
―No fue tu culpa, Paul, era Navidad, lo normal es que vinieses a casa para pasarla con nosotros.
―Sí, pero estuve a punto de no ir por el mal tiempo, y no puedo olvidar que si ese avión no hubiese despegado de Londres, ellos no habrían ido al aeropuerto a recogerme y no habría ocurrido aquel maldito accidente.
―Entonces piensa en eso, la culpa fue del clima, que no se adecuó a las circunstancias. Deja de torturarte con la muerte de nuestros padres, no te hace ningún bien. Han pasado cinco años, Paul, mira para adelante, ahora tienes otra familia por la que preocuparte.
Era cierto, Chris tenía razón, como siempre. Ahora tenía que cuidar de Helen, que me necesitaba más que nunca. Pero no entendía lo que me estaba pasando, desde que había vuelto era como si la vida me hubiese cogido por los hombros y dado un giro para obligarme a caminar hacia otro lado. La sensación que tenía era como si hubiese regresado a mi país, pero no sólo geográficamente, sino un regreso en el tiempo. Como si se me ofreciera la oportunidad de elegir un camino que en su momento no elegí.
―¿No has llamado a Helen? Tienes que tranquilizarla, en su estado no es bueno que se lleve estos sustos. No me dejan tener aquí encendido el teléfono móvil, cuando me bajen a planta, hablaré con ella desde la habitación.
―Sí, hablé con ella en cuanto llegué, así que tranquilo, tu mujer y tu futura hija están perfectamente.
―¿Hija? ¿Ya sabemos que será niña?
―Y se llamará Chris, espero, con la guerra que me has dado qué menos que ponerle el nombre de tu queridísima hermana.
―Encontré esta carta en el buzón. ¿Recuerdas a Eva, la chica que conocí en España cuando estuve un año estudiando? Ha estado en Nairobi buscándome, no sé si aún sigue aquí, la fecha de la carta es de mediados de diciembre. La dejó ella misma en el buzón, no tiene sello ni nada. Estoy hecho un lio, Chris. Siento que todo me viene grande.
―No me vengas con rollos, Paul. Tienes tu vida muy bien programada. ¿Qué te viene grande a ver? ¿Ser padre? Si hace unos meses eras el hombre más feliz de la tierra. Olvida a aquella chica. Yo pensé que aquello había pasado a la historia. Yo no tengo nada en contra de esa chica, que ni tengo el gusto de conocer, pero si no continuasteis con aquello en su momento, ¿a qué viene esto ahora?
―No estábamos preparados, Chris, éramos muy jóvenes, teníamos muchas cosas que hacer en la vida, la primera de ellas madurar. Luego pasó lo del accidente y me encerré en mí mismo, perdimos el contacto… Más tarde conocí a Helen en Londres, y el resto ya lo sabes.
―Pues olvida esa carta, rómpela, las circunstancias han cambiado, tienes que recuperarte y volver a Londres con tu familia, esa es tu obligación.
―Yo quería pedirte un favor, Chris, necesito que vayas al Protea Hotel Cairo Road, que es donde se hospedaba. Dijo en su carta que se quedaría por un tiempo para esperar noticias mías, porque no conocía otro modo de poder retomar el contacto. También estuvo en casa de los Sherman, pero no quisieron darle ninguna información, por desconfianza se limitaron a decirle que no conocían a los habitantes de la casa. No sé si todavía estará aquí, aunque dadas las circunstancias, con la que está cayendo ahí fuera, imagino que se habrá marchado. Quiero que vayas y le entregues esta carta. Tampoco sé si se registró con su nombre, pero en su carta dice que vino con una amiga llamada Raquel, pregunta por las dos. Quizás allí dejó alguna dirección donde localizarla.
―¿Qué opciones tengo, puedo negarme a hacerlo?
―Claro que puedes, pero entonces enviaría a Ben o a Ludovico, y no podría ahorrarme las explicaciones que no me apetece darles. Es lo que hay, o vas tú o lo harán ellos. Tienes un coche y conductor a tu disposición, esa zona no es conflictiva.
―¿Qué dice la carta que le has escrito?
―Confía en mí, como has hecho siempre, es lo único que puedo decirte.
―Está bien hermanito, tú sabrás dónde te metes, ya eres mayorcito.
―Aunque tú nunca hayas dejado de tratarme como a un hermano pequeño.
―Ni dejaré de hacerlo. Así que cierra los ojos y descansa. Necesito que te recuperes.
Cerré los ojos aquel día, y no pude dejar de pensar y especular sobre lo que la vida me tendría preparado. ¿Habría hecho bien con el paso que había dado? ¿Me estaría equivocando? ¿Volvería mi vida a ser como era antes de todos estos acontecimientos? ¿Por qué elegí este momento para venir? Mil preguntas retóricas torturaban mis ganas de saber y de conocer mi camino. Mil preguntas que no tenían ningún sentido, si me paraba a pensar en profundidad sobre el balance final de los violentos acontecimientos que sufrió mi país durante aquellas elecciones del 2007, más de mil muertos y el desplazamiento de trescientos cincuenta mil seres humanos, que habían perdido sus hogares, que lo habían perdido todo.
Cap. siguiente: Una vuelta al principio
El relato es emocionante y lleno de sentimientos encontrados. Me tiene intrigadísima esta entrega por fascículos de tu historia. Eras genial encadenando!!! ¡ Y todavía quedan siete más!! jajaja
ResponderEliminarEnhorabuena. Me ha encantado
También el hecho histórico me lo ha puesto fácil para encadenarlos, si me hubiese tenido que remontar a un siglo atrás... hubiese estado complicado el asunto. Pero lo tengo muy claro, seguiré encadenando por muy difícil que me lo pongan las jefas, aunque para ello tenga que resucitar a algún muerto, no me daré por vencida jajajaja
ResponderEliminarBesotes ;)
Pues yo te animo, porque estás haciendo el borrador de una novela. Hay trama, hay lugar ajeno a la cotidianidad, tiempos convulsos, personajes que desarrollar....anda que no tienes trabajo :-D
ResponderEliminarBsos
Aún tengo siete relatos por delante, para rematar este desafío, espero poder dejar todas las piezas encajadas con éxito, ese es ahora mi mayor reto, teniendo en cuenta que no soy libre para desarrollar las historias ni elegir a mis protagonistas... Eso sí, una vez que tenga todo el material y sea libre de usarlo... Quién sabe...
ResponderEliminarTe va a salir hoy sueños a contraluz por las orejas jajaja con lo largos que son estos textos...