¡Trágame tierra!



      Íbamos paseando por el campus universitario camino del autobús. Hacía unos seis meses desde que nos habíamos conocido, a principios de curso. Ella se sentó a mi lado en clase y enseguida surgió nuestra amistad. Al principio era muy comedida en sus comentarios, y ello hacía que me sintiese cómoda charlando con ella; pero poco a poco se fue soltando y no tardó en sacar a relucir su escondido egocentrismo y sus aires de protagonismo. Siempre recriminaba que me mantuviese en segundo plano en las conversaciones; pero en el fondo le encantaba que así fuese y poder ella manejar todos los hilos de nuestra amistad a su antojo. La nuestra y la de todo el grupo, claro.

      Lo que más le gustaba, era airear los trapos sucios de los demás. Y disfrutaba cuando era testigo de esas meteduras de pata típicas que cuando las cometes te hacen decir: ¡Trágame tierra! Recuerdo una vez que salíamos de una tienda, y sin darme cuenta de que la puerta era de cristal, me empotré con ella de bruces y sangré por la nariz. Ella estaba ahí, partida de la risa, mientras me asistían las dependientas que se llevaron un buen susto por el sonoro impacto. Al salir me dijo: ¿Pero es que no sabes mirar por dónde vas? Mañana se van a partir cuando lo cuente en clase. Y seguía riéndose a mi costa.

      En otra ocasión, íbamos tan tranquilas por la calle comiéndonos un helado, y de una de esas rejillas del metro salió una bocanada de aire que me levantó la falda que llevaba, dejando todos mis secretos a la vista. Ya me hubiese gustado adoptar el estilo Marilyn , pero no, lejos de parecerse, aquello fue lo más ridículo que me ha pasado en la vida, pues la falda era más corta que la suya y era más difícil dominarla. El helado que llevaba en la mano acabó rebozándose por todas partes, y los libros de clase esparcidos por el suelo. A ver quién tenía agallas a meterse de nuevo en la rejilla para recogerlos. Al día siguiente mi queridísima amiga, hizo un análisis pormenorizado de la escena, ridiculizándola todo lo que pudo si es que aquello era posible…

      Así que hoy, nada me ha impedido disfrutar y deleitarme del magnífico espectáculo que he encontrado, cuando mi amiga del alma ha salido del baño, y he visto que llevaba su falda metida dentro de las medias. La panorámica de su trasero, digamos que no era lo más glamuroso que se haya visto por el campus. Cuando caminaba a mi lado, ignorante de su pequeño despiste, comentaba:

―Hoy voy mona ¿verdad? Noto que soy el centro de las miradas.
―Sí, sí, muy mona, dónde va a parar ―le contesté―. Disfruta del éxito antes de que te apetezca enterrar la cabeza en un hoyo…
―¿Cómo dices?
―Nada, nada, tonterías mías. Sonríe que por ahí viene ese chico de tercero que tanto te gusta.

(Inspirado en la ley de Murphy: "La estupidez de tu acción es directamente proporcional al número de personas que te esté observando en ese momento")

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