Senderos de papel (Cap. I)

Senderos de Papel es el título de mi gran travesía en "Travesía literaria". La comencé en marzo, y aún estoy atascada más o menos por la mitad. He decidido ir publicándola para ver si así me obligo a arrancar de nuevo. Este capítulo está basado en una de las canciones que nos proponían, otros están basados en imágenes, pecados capitales, etc. Os dejo con el primer capítulo, y aunque cada uno tiene su título, todos pertenecen a la misma historia.


Cuando despierte

      Era la tercera entrevista que hacía esa semana. Llevaba más de tres meses en la ciudad y sólo había tenido suerte durante una semana en que la contrataron como personal de limpieza, sustituyendo una baja en unos grandes almacenes. También había conseguido un trabajo para los fines de semana como cajera en una gasolinera, y que aún conservaba. Subsistía con los pocos ahorros que su madre había podido darle cuando decidió marcharse de su pueblo, hacía ya casi cuatro meses, y el sueldo de los fines de semana que ascendía a un total de trescientos euros mensuales.

      Contaba las monedas que guardaba en el bolsillo derecho de su abrigo, decidiendo si invertirlas en un bocadillo o en fotocopiar su currículum vitae, pues las expectativas de que la llamasen para contratarla en la última entrevista eran prácticamente nulas.

      Volvió a casa en metro hasta Lavapiés. Cuando entró, dejó el abrigo en una silla, se sentó en ella y organizó las fotocopias del currículum vitae y los sobres en la mesa. El apartamento apenas tenía treinta metros cuadrados. Lo amueblaban una mesa, dos sillas, una cama
individual de noventa, un armario y en un rincón, al lado de la puerta de entrada, una cocina con dos fogones, un fregadero y un "mini frigorífico" tamaño camping. Separado por una cortina que dividía la cocina en dos, se encontraba el baño, compuesto por un plato de ducha y la taza del váter. No había lavabo, así que para lavarse la cara y las manos, tenía que usar el fregadero. Fue lo único “habitable” que sus escasos recursos le dejaron permitirse.

      Después de firmar las fotocopias e introducirlas en sus respectivos sobres, se preparó un sándwich con las últimas rebanadas de pan que le quedaban, y media lata de paté que encontró en el frigorífico. Conectó el teléfono móvil al cargador. La batería sobrevivía desde hacía unos meses con una autonomía de dos horas máximo. Quería escuchar los mensajes del contestador por si había habido suerte, y un empresario generoso se había apiadado de su destartalado e incompleto currículum, y la contrataba aunque sólo fuese para llevarle el café al despacho. Su experiencia laboral era básicamente nula, y su expediente académico estaba constituido por la E.S.O. y un cursillo de administrativo de un año de duración financiado por el ayuntamiento de su pueblo. Todo esto aderezado por un amplio margen de disponibilidad horaria y su buena voluntad.

      La máquina operadora de telefonía le indicó que tenía un mensaje nuevo no escuchado:

«Hola hija, soy tu madre. Hace una semana que no sabemos nada de ti y casi siempre tienes el teléfono apagado. Supongo que estarás muy ocupada con tu trabajo. No te preocupes, hija mía, que nosotras lo entendemos. Estamos muy orgullosas de ti. Tendrías que escuchar a tu abuela, cómo presume por el pueblo hablando de su Adelita que se ha ido a la capital y ha conseguido un trabajo de administrativo, que no sabe ni lo que es pero dice que tiene que ser algo muy gordo porque es muy difícil de pronunciar. Tu prima nos dijo que seguramente tendrás una mesa, con un teléfono y un ordenador de esos. Di que sí, hija mía, que tú vales mucho. Pero no quiero que te abandones con tanto trabajo, come bien, que te conozco y sé que cuando andas embelesada en algo, no atiendes a comer, ni a nada, y eso no puede ser porque estás muy delgada. Bueno, ahora no sé cómo estarás porque desde que te fuiste no has vuelto por aquí y por eso te llamaba hija, que a ver si te dan permiso y vienes a vernos que esto no es lo mismo sin ti. La abuela está muy contenta por ti, pero muchas veces llora, porque dice que no quiere irse sin volverte a ver. Son cosas de la abuela, hija, ella está como una rosa, no querría yo ponerte triste y ya me he ido de la lengua, leñe. No te preocupes que estamos muy bien. Adiós hija, un beso y otro de parte de la abuela, cuídate bien y come ¿eh?»

      No pudo probar bocado, la garganta se le quedó como un papel de lija y las mejillas diluviando. No sabía cómo perdonarse haber mentido a su madre. Pero qué otra cosa podía decirle después de haberse marchado sin contar con sus consejos para convencerla, enfrascadas en un duelo de opiniones porque las cuatro calles del pueblo le estaban presionando el pecho como la soga al cuello de un ahorcado, y no quería terminar como ella, vacía, sola, abandonada a su suerte, con una hija a la que mantener y mantenida a su vez por su madre.

      Cómo iba a decirle que sus estudios no le han servido para nada, porque para ese tipo de trabajos lo que valoran son los idiomas y la experiencia, y la experiencia no la tiene porque no le dan la oportunidad de obtenerla. Cómo iba a contarle que lleva más de tres meses pasando hambre y frío, porque la mísera casa en la que vive no tiene ni una mísera estufa. Tampoco podía decirle que se ha gastado casi todo el dinero que con tanto esfuerzo le había dado, en pagar la fianza y el alquiler, y que malvive con un sueldo de fin de semana. Ni que se acuesta todas las noches pensando y soñando que, posiblemente cuando amanezca, un nuevo día llamará a la puerta de su desoladora casa, que la despertará de esta pesadilla que la tiene atrapada, y volverá a su verdadera casa, a su tierra, con la cabeza bien alta. Y ellas estarán en la estación esperándola, orgullosas de ella, y las abrazará cuando baje del autobús embriagada por la emoción y la felicidad. Y cuando lleguen a su habitación les enseñará su maleta llena de regalos para ellas. Y les dirá: Ya no tenéis que volver a sacrificaros más por mí, ahora puedo yo responder por vosotras. Y se abrazarán de nuevo, reirán y llorarán, y la abuela sacará el pañuelo de toda la vida con su inicial bordada, y les secará a todas las lágrimas como cuando eran pequeñas. Buenas noches mamá.

(Basado en la canción "Mother Mother de Tracy Bonham" para La gran travesía)


Comentarios

  1. Quizá sea porque hoy estoy susceptible, me ha emocionado.

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  2. Me alegro de que te haya emocionado, eso quiere decir que he conseguido adaptar la canción. A mí me emocionó cuando la escuché para inspirarme en el texto.

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