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Mostrando las entradas etiquetadas como Relatos

Senderos de papel (Cap. III)

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El mundo a sus pies       ―Hola mamá, no sé si voy a poder hablar mucho contigo, es que estoy en una cafetería y he quedado para tomar café con Israel. No me apetece que siempre se trague nuestras conversaciones.       ―Hola hija, parece que nunca doy con el momento acertado ¡Mira que eres arisca! Cuando no estás en el trabajo, es que no estás sola...       ―Lo siento, ya sabes que soy un poco brusca pero es que la vida aquí es mucho más ajetreada que allí. Aquí se vive con un cronómetro insertado en la cabeza.       ―¡Qué tonterías tienes Adela! ¿Y qué tal en la oficina, que nunca me quieres contar nada?       ―Todo bien mamá. No te cuento nada para no aburrirte. Allí como siempre, todo el día de papeleos, llamadas... ¡Es un no parar! ¿Y por allí qué tal?       ―Todos bien. La abuela te manda un beso. Y dice que te cortes un poco el pelo, que cuando estuviste aquí te vio más flaca y con el pelo tan largo ni se te ve la cara. Tu prima dice que la próxima vez que vengas, se va con

Senderos de papel (Cap. II)

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  Leer antes: Senderos de papel I La chica de los ojos cerrados       Tres pequeñas gotas de agua aterrizaron en la mano que sujetaba el arco de su violín, formando parte del preludio que abordaría a aquella tarde de frío invierno. Se había formado un pequeño grupo de gente a su alrededor. Mientras tocaba el primer movimiento del otoño, del gran maestro Vivaldi, un señor con un sombrero negro y bastón, se acercó y depositó unas monedas, con tan mala suerte que dos de ellas rodaron fuera de la funda del violín que el músico había colocado a modo de arca. El desconocido echó un vistazo a su alrededor, y al no ver el paradero de las monedas, hizo un gesto al músico de resignación, a lo que el músico contestó con un guiño y una enorme sonrisa.       Él sí tenía perfectamente localizadas las monedas. Habían ido a parar a los pies de una joven que llevaba más de quince minutos escuchando su música. La había visto varias veces pasar delante con un paraguas rojo colgado del brazo y un abr

Senderos de papel (Cap. I)

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Senderos de Papel es el título de mi gran travesía en "Travesía literaria". La comencé en marzo, y aún estoy atascada más o menos por la mitad. He decidido ir publicándola para ver si así me obligo a arrancar de nuevo. Este capítulo está basado en una de las canciones que nos proponían, otros están basados en imágenes, pecados capitales, etc. Os dejo con el primer capítulo, y aunque cada uno tiene su título, todos pertenecen a la misma historia. Cuando despierte       Era la tercera entrevista que hacía esa semana. Llevaba más de tres meses en la ciudad y sólo había tenido suerte durante una semana en que la contrataron como personal de limpieza, sustituyendo una baja en unos grandes almacenes. También había conseguido un trabajo para los fines de semana como cajera en una gasolinera, y que aún conservaba. Subsistía con los pocos ahorros que su madre había podido darle cuando decidió marcharse de su pueblo, hacía ya casi cuatro meses, y el sueldo de los fines de semana que

¡Trágame tierra!

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      Íbamos paseando por el campus universitario camino del autobús. Hacía unos seis meses desde que nos habíamos conocido, a principios de curso. Ella se sentó a mi lado en clase y enseguida surgió nuestra amistad. Al principio era muy comedida en sus comentarios, y ello hacía que me sintiese cómoda charlando con ella; pero poco a poco se fue soltando y no tardó en sacar a relucir su escondido egocentrismo y sus aires de protagonismo. Siempre recriminaba que me mantuviese en segundo plano en las conversaciones; pero en el fondo le encantaba que así fuese y poder ella manejar todos los hilos de nuestra amistad a su antojo. La nuestra y la de todo el grupo, claro.       Lo que más le gustaba, era airear los trapos sucios de los demás. Y disfrutaba cuando era testigo de esas meteduras de pata típicas que cuando las cometes te hacen decir: ¡Trágame tierra! Recuerdo una vez que salíamos de una tienda, y sin darme cuenta de que la puerta era de cristal, me empotré con ella de bruces y

Aquel profundo sueño

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      A pesar de su actitud decidí seguir la relación con él. Realmente, a aquello que teníamos no se le podía llamar relación. Nunca tuve claro qué nos impulsaba a estar cerca. Éramos  muy diferentes, al menos aparentemente diferentes. Cuando nos conocimos, era como si cada uno estuviese hecho de un elemento químico opuesto al del otro.       Después del primer contacto, parecía que todo fluía en perfecta sincronía, como si las palabras de uno saliesen de la boca del otro, para regresar por los oídos del primero y ser guardadas en la mente del segundo. Nuestros elementos habían formado una disolución adecuada, un perfecto equilibrio químico.       Si hubiésemos sabido cómo terminaría aquello, es posible que ninguno se hubiese aproximado al otro. Habríamos caminado, sin más, por nuestra trayectoria, sin volver la mirada ni pararnos a pensar. Un cruce sencillo, sin brisa ni movimiento, sin un roce invisible que levantase el vuelo de una semilla de diente de león; un cruce vacío

El niño que perdió su sombra

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      C uando perdió su sombra, no se lo contó a nadie. Tenía miedo de que todo el mundo se fijase en él y le mirasen como a un bicho raro. Era un niño muy tímido y más maduro de lo que le correspondía por su edad. Pensó que si caminaba por la calle, por el lado donde daba la sombra de los edificios, nadie echaría en falta la suya. Se preguntó dónde habría ido a parar. Nunca había hecho nada parecido, a pesar de que millones de veces, había jugado a pisarla y a librarse de ella, sin éxito.       La sombra, por su parte, se encontraba paseando por las calles de su barrio. Se distraía jugando en los parques y hablando con todas las sombras que se cruzaba por el camino. La noche era el momento cumbre para las sombras sin cuerpo, las calles y parques rebosaban de ellas. Era una sombra muy extrovertida, y no le daba miedo

Salvando las apariencias...

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   Supo que volverían a verse, en el mismo momento que se cruzaron en el metro. Ella arrastraba una pesada maleta, mientras buscaba desconcertada la salida que le correspondía. Cuando terminó de consultar el plano callejero de la zona y se disponía a tirar de su maleta para acercarse a la salida, miró contrariada al chico que la observaba sentado en el andén. No entendía por qué aquel tipo al que no había visto en la vida, la observaba con detenimiento y con una ligera sonrisa que, podría jurar, portaba cierto aire de guasa. Le regaló una mirada con el ceño fruncido y cargada de bastante mala leche; a lo que él correspondió con cara de no saber dónde meterse. Hasta ese momento no había sido consciente de que había exteriorizado sus pensamientos.    ―¿Entonces no te quedas a conocer a Mercedes? ―Preguntó Ana, que llevaba una hora, erre que erre, intentando convencerle de que se quedase a cenar con ellos. Sergio vivía en el piso de abajo y, con el tiempo, los tres se hab

Puente del Ártico

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   Paseaba distraído por las calles de la ciudad. Todos los días se sentía en un bucle de constante rutina. Se levantaba temprano para atender una pequeña tienda de aparatos electrónicos, que había heredado de su tío, al otro lado de la ciudad. Nunca le había gustado ese trabajo, a pesar de haber pasado casi toda su infancia metido en aquella tienda. Su padre murió cuando él era casi un bebé, y su tío era lo más parecido a un padre que había conocido. Él siempre le animó a mirar alto, por encima de las nubes le decía, y si no lo consigues siempre te quedará esta tienda. A él, al pequeño Sebas, siempre le había interesado la evolución de las especies. Todos los libros que sacaba de la biblioteca trataban de lo mismo. ―La biodiversidad es muy valiosa ―le relataba a su tío, sentado en una silla detrás del mostrador―  cada especie tiene un papel importante en el ecosistema ¿lo sabías? ―y le daba un mordisco al bocadillo, mientras pasaba la página… Sebas acabó licenciándose en Biología.

En días de disturbios

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Cap. anterior: El niño guerrero En “Letras que forman países” nos han pedido que nuestro relato transcurra durante un hecho histórico del país elegido. Kenia no es un país que destaque por sus hechos históricos, así que no he tenido más remedio que quedarme cerquita, en el 2007. La noticia sobre las elecciones y el suceso de Eldoret son reales, sacados de la prensa digital, pero no los personajes ni los detalles narrados por ellos, estos son pura ficción. (No vaya nadie a molestarse, ni a tomar este relato como un suceso de aquellos acontecimientos)    Aquí, en Kenia, he comprobado que el tiempo se detiene, no tiene el mismo ritmo que en otros lugares donde he viajado. Sin embargo cuando estoy fuera durante años, y regreso, sí que soy consciente de ese tiempo que ha pasado; lo encuentro todo diferente, avanzado. Estos cambios aquí se acusan de una forma más estridente, es como un contraste muy marcado entre lo que observo y mis recuerdos, como si los cambios no fuesen paulatinos, s

Aquellos días de verano

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      Nunca volví a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años , decía el estribillo de aquella canción que bailaban sin parar aquel verano, el último que pasarían así, como una piña que había luchado unida, enfrentándose a los límites impuestos por sus padres e incluso los de la propia sociedad.       Contaban por aquel entonces con diecisiete años. Llevaban juntos formando esa piña desde principios de la adolescencia, cuando los cambios hormonales llamaron a sus puertas y los juegos infantiles de pelota, muñecas y calle, pasaron a ser sustituidos por juegos de besos, caricias y alguna que otra gamberrada. Aquel grupo estaba formado unas veces por cinco, otras por seis, pero la base eran cuatro, Rubén, Carlos, Marta y Rebeca.       Seremos amigos para siempre, se prometían dentro del coche que Carlos le había cogido a su padre, sin permiso, divagando sobre el futuro que les esperaba, soñando despiertos a conducir sus caminos de una forma paralela en la que los cuatro si

¿Te apetece un día redondo?

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    S e levantó malhumorada y con el pie izquierdo en alerta. La noche había sido calurosa, y el alboroto de la gente en las terrazas junto con el ruido de los coches, la habían desvelado hasta altas horas de la madrugada. No se le podía pedir más a un lunes tedioso.     Cuando entró en la cocina, encontró a Jaime tomando café y unos donuts, mientras leía un catálogo de productos del supermercado. Se preparó un café y se sentó a su lado sin decir una sola palabra.    ―¿Te apetece un donuts?    ―No, gracias.    ―¿No vas a tomar nada, sólo el café?    ―Sí, sólo el café.    ―¿A caso no te apetece tener un día redondo?    ―Déjate de chorradas, ya sabes que por las mañanas no estoy de humor.     Ahí acabó la conversación. Sin más dilación, cada uno terminó su desayuno y, cuando habían terminado de arreglarse, salieron de casa para realizar sus rutinas habituales. Ella cogió el autobús para ir al centro de la ciudad y él cogió su coche, para ir al trabajo.  

La chica del vestido verde

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      Se bajó del taxi algo confundida, la dirección que llevaba apuntada era correcta, pero en vez de ser un restaurante el cartel de la fachada rezaba: Biblioteca.       Aquella cena a la que se dirigía fue planificada unos cuantos años atrás. Un día, un amigo que creía fielmente en el destino le propuso una invitación, se trataba de cenar en un restaurante de una ciudad lejana y en una fecha futura, varios años más tarde. Ella no creía en el destino ni pensaba que las cosas sucedían porque tienen que suceder, sino que son fruto de la casualidad y las decisiones tomadas en cada instante. Acordaron aquel día que si, yendo cada uno por su cuenta a la cena y sin avisarse de antemano, esa cena se efectuaba en aquel restaurante acordado y el día señalado; ella creería en el destino. Y de no celebrarse, él creería en las casualidades.        Una sonrisa maliciosa quiso venir a su rostro al recordar aquel pacto mientras leía "Biblioteca" en el cartel. En el fondo se sentía de

El niño guerrero

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Os vuelvo a llevar de paseo por Kenia, esta vez nos vamos de boda. No es exactamente la segunda parte de "Una puesta de sol" , pero voy a intentar encontrar un nexo, a parte del país, en todas las historias de esta liga. (Si las  que ponen las premisas me lo permiten, porque parecen duendecillos traviesos ¬¬) En este capítulo encontraréis a Raquel, la amiga de la protagonista del anterior. Cap. anterior: Una puesta de sol     Mi nombre es Tuebe y hace diez años que renuncié a mi vida de guerrero masai. Desde que tuve uso de razón, ese fue mi único objetivo, y sin embargo sólo duré diez años subido a aquel sueño que ahora siento como borroso y lejano, como si el niño que tenía aquellos sueños fuese un desconocido que me hubiese contado sus planes futuros. Mis pensamientos se encuentran situados en esa línea meridiana de mi historia, donde he sido mitad guerrero masai y mitad hombre globalizado.     Estos pensamientos vienen a mi memoria, porque hace unos días viajé co

La guardiana de sueños

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En la travesía nos han propuesto sacar a un personaje de su libro y transformar su historia en una pantalla de cine. Quien no haya leído “La ladrona de libros” y tenga intención de hacerlo, le recomiendo que no lea este relato, pues contiene bastante spoiler. Era muy difícil transformar la historia sin remitirme a la verdadera. Y a los que lo habéis leído, no me tiréis muchos tomates por profanarlo, recordad que estamos en crisis.       Liesel esperaba en la cola del cine impaciente por entrar al estreno. Hacía mucho tiempo que su mente no le llevaba de paseo por Molching, el pueblo de su infancia. Para liberar a su corazón del dolor que le producían aquellos recuerdos, pero a la vez saciar la necesidad de evocar los buenos momentos, unos años más tarde de aquella fatídica noche del bombardeo en Himmesltrasse, decidió reescribir aquella historia, al igual que ya lo hiciera en aquel viejo sótano. Ahora vivía en una cómoda casa, en un barrio de las afueras de Sidney, y habían pasado v

Una hebra de hilo...

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      Si yo fuera una hebra de hilo, querría ser tejida para un bonito pañuelo que se anudase al cuello o a modo de diadema. Me encantaría impregnarme con mil perfumes y pasear a la luz de las estrellas; o bien salir volando con una racha de viento huracanado desde un crucero, para ver el mundo desde el aire, usando mis propias alas por un pequeño instante en el tiempo. Después caería en el agua y disfrutaría de un agradable baño salado, mientras soy transportada con el vaivén de las olas, a una hermosa playa peinada por la brisa y el silencio.        Una vez el sol me hubiese ayudado a abandonar el húmedo lastre, volvería a retomar el vuelo, de nuevo a merced del viento; y como la semilla de un diente de león acabaría posándome en algún lugar recóndito, donde otras manos hallarían mi refugio incierto.     Nuevos paisajes misteriosos y efímeros volverían a ser compartidos, y otros perfumes impregnarían mis sentidos. Y cuando ya no me quedasen fuerzas y de jirones estuviese

Un bello rostro

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      Su mirada ante el espejo era altiva y arrogante. La naturaleza le había obsequiado con una belleza sublime que rozaba la perfección. Ella lo sabía, desde que era una niña había sido admirada por su hermosura y gracia naturales, para más tarde convertirse en su principal obsesión. El grado de admiración que despertaba a su paso era tal, que empezó a mellar en su alma, y poco a poco se fue transformando en un ser orgulloso y altanero, incapaz de simpatizar con aquellos que no sentía dignos de su aprecio, tan sólo por no poseer en su fachada, unas cualidades de belleza inmediata. Nunca miraba más allá, con sus cautivadores ojos.       Consiguió encontrar, con mucho esfuerzo, un hombre acreedor de sus encantos. Ardua tarea fue aquella, ya que a cada uno le buscó un defecto, por nimio que fuera, para apartarlo de su vista. Eligió quizás al más elegante, sencillo y noble, no hacía sombra a su belleza, pero tampoco la descompensaba. Su edad, diez años mayor, hacían que ella parecies

Pompas de jabón

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      Se sentó en la pendiente más alta del parque para hacer pompas de jabón. Era una tarde cálida de principios de primavera. Me hubiese gustado decirle que no había elegido el mejor día para las pompas, que esas criaturas transparentes y ligeras gustan de la humedad de la atmósfera, y que el calor rompe su tensión superficial con facilidad; pero quién era yo para racionalizar un concepto que a simple vista se muestra mágico y misterioso.       Salió una pompa gigante que intentó sujetar con la palma de su mano sin mucho éxito, mi mente ya se había adelantado a ese desenlace, segundos antes de que estallase.       Me senté en un banco a leer el periódico. Sentí una gota húmeda rozar mi mejilla y otra que me acarició el brazo. Al instante me di cuenta que se trataba de una pompa de jabón. El aire cálido de sus pulmones hacía que se elevasen para después terminar cayendo.       Mi manía de buscarle una explicación a todo, hizo que me preguntase cómo podían haber caído sobre mí, si

Laberinto de palabras

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   ―¡No sé cómo ni dónde, pero acabaré con su vida un día de estos!    ―¿Hablas en serio?    ―¿Es que lo he pensado en alto?    ―Sí, y me tienes intrigadísima.    ―Estoy buscando el titular para un artículo que he escrito. ¿Quieres que te lo lea?    ―Preferiría que hablásemos, hace siglos que no lo hacemos.    ―Yo no tengo esa impresión, hablamos cada día.    ―Pero no me refiero a hablar sin más, me refiero a hablar de verdad, a compartir palabras,  a escuchar con atención lo que nos contamos, a entender lo que queremos decir sin darlo por sentado...    ―Yo hago eso siempre, ¿acaso tú no?    ―Sí, pero quizás deberíamos esforzarnos un poco más.    ―Creo que cuando una cosa tan sencilla como esa requiere un esfuerzo, deja de ser especial o simplemente ha desaparecido la complicidad.    ―¿Tú no la echas de menos?    ―No creo haberla perdido.    ―Yo he estado mucho tiempo a años luz sin darme cuenta, me acostumbré sin más.    ―¿Y por qué yo no me di cuenta?    ―Porqu

En la cola del banco...

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   Tenía al menos seis personas en fila delante de mí. Una señora con dos niños, que no paraban de corretear por la sala. Un hombre trajeado con maletín. Y ¡cómo no! cuatro jubilados contándose batallitas ellos, y enfermedades ellas. Es curioso cómo al llegar a cierta edad, se ponen a hablar de enfermedades como si se tratara de una competición:        ―A mí me operaron de cataratas.       ―Pues yo tengo una cicatriz que me atraviesa el pecho, porque me pusieron una válvula en el corazón.     ―Y la mía, cuando me operaron de la matriz, se me infectó y estuve una semana ingresada.      ―Pero a mí me han operado dos veces de hemorroides. (¡Chúpate esa! ¡A ver quién me gana ahora!)    Claro, que tampoco los de treinta y tantos podemos decir nada al respecto… sólo hay que observar cuando nos juntamos unos cuantos tíos y nos ponemos a contar las aventuras de la mili. Y ellas como se junten unas cuantas casadas con hijos… tienen dos mono temas: “mi marido no hace nada en ca

El Capricho

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      Respiraba con agitación por la carrera. Cuando llegó a la puerta del parque, casi sin aliento, un vigilante le anunció que ya estaban cerradas sus puertas, pues el horario de invierno había entrado en vigor y otro vigilante se encontraba dentro haciendo la ronda de desalojo. Sólo le quedaba esperar fuera a su acompañante.       Ella le esperaba dentro con impaciencia, frotando sus frías manos y paseando de un lado a otro del punto de encuentro. Era la primera vez que se verían a solas y para ello habían elegido un parque llamado El Capricho. La escena se situaba en una tarde fría de finales de otoño. Las hojas de los árboles revoloteaban por el suelo al compás de la brisa, formando una alfombra viviente y mezclándose caprichosamente unas con otras. Los cisnes y patos del estanque, nadaban las gélidas aguas de los riachuelos que recorrían en parque, acostumbrados e inmunes a la presencia de la intrusa que vigilaba sus movimientos con los pensamientos en otro lugar.