Aquellos días de verano
Nunca volví a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años, decía el estribillo de aquella canción que bailaban sin parar aquel verano, el último que pasarían así, como una piña que había luchado unida, enfrentándose a los límites impuestos por sus padres e incluso los de la propia sociedad.
Contaban por aquel entonces con diecisiete años. Llevaban juntos formando esa piña desde principios de la adolescencia, cuando los cambios hormonales llamaron a sus puertas y los juegos infantiles de pelota, muñecas y calle, pasaron a ser sustituidos por juegos de besos, caricias y alguna que otra gamberrada. Aquel grupo estaba formado unas veces por cinco, otras por seis, pero la base eran cuatro, Rubén, Carlos, Marta y Rebeca.
Seremos amigos para siempre, se prometían dentro del coche que Carlos le había cogido a su padre, sin permiso, divagando sobre el futuro que les esperaba, soñando despiertos a conducir sus caminos de una forma paralela en la que los cuatro siguiesen como hasta entonces. Otras veces recorrían las calles a toda velocidad, con la música desafiando a sus tímpanos. Sus vidas, de vez en cuando, eran expuestas a límites absurdos que ellos alimentaban para hacerse merecedores de pertenecer a aquella piña. No siempre salían bien parados con sus ridículas ocurrencias.
De vez en cuando se atrevían con juegos menos agresivos y se enredaban con sentimientos bastante definidos desde el principio. Rubén y Marta habían llevado una relación, más o menos, lineal hasta ese verano. Pasado este, ella eligió otro camino, dejando a Rubén un poco hundido. Carlos y Rebeca llevaban varios años buscándose y encontrándose, mirando para otro lado y desapareciendo, para volver a encontrarse después, o bien cuando uno veía que el otro elegía un nuevo candidato, reclamaba su atención marcando su territorio, una especie de “ni contigo ni sin ti”. Ese verano fue el mejor para ellos dos, se dijeron todo lo que no se habían atrevido nunca, quizás conscientes de que ese verano separaría sus vidas.
Veinte años han pasado desde entonces, y cada uno, como era de esperar, ha elegido un camino distinto, separados incluso por cientos de kilómetros, nada que ver con los mundos paralelos que, en aquel coche, tantas veces habían planificado. Nunca volvieron a verse los cuatro juntos, y por separado apenas han compartido unas horas entre ellos, desde aquel verano en el que se prometieron ser “amigos para siempre”.
(Inspirado en la frase del Señor de las historias: "Nunca volví a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años" para el cuentacuentos)
Muchas vueltas da la vida, sí...
ResponderEliminarBesotes^^
Afortunadamente yo conservo mis amigos de cuando tenía doce años. Al menos los cuatro o cinco principales
ResponderEliminarPor eso cuando nos juntamos aburrimos a todas nuestras mujeres que están hartas de oir siempre las mismas historias jajajaj
Parece que hubiera estado ahí...parece que la vida nos da a todos vueltas parecidas.
ResponderEliminarSalu2
A todos nos han salido historias llenas de cierta melancolía, pero no exentas de verdad. Me siento identificada en buena parte con tu relato.
ResponderEliminarUn besazo, guapa.
El pasado siempre guarda un carácter nostálgico que a todos nos encanta rememorar y compartir...
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios ;)
Qué fácil se ve todo con esa edad y cómo se va complicando la vida después, alejándonos de personas q creíamos inseparables.
ResponderEliminarBesos!