La despedida
No sabía en qué momento empezó a formar parte de su vida, pero tenía la impresión de que llevaban juntos desde siempre. Había llegado el momento de dejarla. Estaba siendo uno de los peores retos a los que se había enfrentado, aunque no tenía más remedio si quería progresar en su profesión. Sabía que sería una ardua tarea adaptarse a una nueva vida sin ella, pero sobre todo, sería imposible olvidar su silueta muda en las mañanas frías de invierno, sentado frente a ella, observándola mientras tomaba una taza de té hirviendo que después depositaba en la mesa, a su lado, para pasar sus dedos, ahora templados, sobre ella, que dejaba de estar fría y respondía a la intimidad de sus dedos a un ritmo pausado en la parte preliminar, y exaltado, furioso y algo enajenado, en aquellos momentos álgidos, en los que su mente era asaltada por ráfagas de imágenes rebosantes de palabras, que formaban las historias de los personajes que inventaba; transformándose en una extensión de sus manos, un mismo ser, ensamblado su pensamiento a las palabras que ella dejaba tatuadas sobre el papel.
Su sustituto llevaba varias semanas junto a ella, era un modelo de ordenador que tenía el último software salido a la venta. No podía evitar sentirse intimidado sentado frente a aquel moderno equipo, ni que sus ojos se desviaran a su vieja máquina, que tantas historias le había reportado.
Desplazó la silla hasta situarse frente a ella, puso una hoja en su rodillo y posó los dedos suavemente sobre sus letras, desgastadas ya por el uso y el paso del tiempo; tomó aire, y adoptando la postura de un instruido pianista, se dispuso a interpretar su última melodía en forma de prosa, a modo de despedida.
Su sustituto llevaba varias semanas junto a ella, era un modelo de ordenador que tenía el último software salido a la venta. No podía evitar sentirse intimidado sentado frente a aquel moderno equipo, ni que sus ojos se desviaran a su vieja máquina, que tantas historias le había reportado.
Desplazó la silla hasta situarse frente a ella, puso una hoja en su rodillo y posó los dedos suavemente sobre sus letras, desgastadas ya por el uso y el paso del tiempo; tomó aire, y adoptando la postura de un instruido pianista, se dispuso a interpretar su última melodía en forma de prosa, a modo de despedida.
Las despedidas siempre son difíciles, excepto cuando inconscientemente niegas que ése vaya a ser el último reencuentro en mucho tiempo.
ResponderEliminarUn saludo Sara.
Un saludo Daniel, y gracias por tu comentario, estoy un poco perdida últimamente de la blogosfera y tengo vuestros blogs abandonados, a ver si me pongo al día y os leo.
ResponderEliminarBesotes