La comunidad
Hace unos días, un amigo comentaba en su facebook que se estaba recuperando de una reunión de vecinos. Ese comentario me hizo recordar que hace unos diez años, en la comunidad donde vivía, me nombraron presidenta sin haber presentado candidatura alguna. Era mi primera casa y no entendía bien cómo funcionaba el asunto de las elecciones, aunque me hubiese dado igual entenderlo, pues poco a poco fui descubriendo que allí no existían unos estatutos comunitarios, allí la ley la imponían dos cabecillas, los hombres que vivían en el 4º y 5º izquierda (especifico lo de hombres porque las mujeres casadas no eran bien recibidas en las reuniones vecinales, allí los que asistían eran los machos alfa).
La primera reunión fue toda una experiencia. Los asistentes, como ya he dicho antes, eran hombres, excepto las vecinas del primero que eran una señora viuda y la otra soltera. Así que, como comprenderéis, cuando aparecimos en la reunión mi marido y yo, juntitos en amor y compaña… nos miraron raro. A mí por estar allí, y a mi marido, quizás, pensando que era un calzonazos. Se podía leer en sus ojos de mentes cerradas. Lo que no esperaban era que la presidencia no la asumiría él, siendo el hombre de la casa, sino que sería yo la presidenta. Pero antes de contar la reunión, voy a tratar de poner caras a los asistentes.
Era un bloque de diez vecinos en total y del año de la polca; por lo tanto los vecinos tenían entre 60 y 75 años de edad. Excepto el vecino de justo debajo de mi casa, que era joven como nosotros, y al que llamaban “el chalao” unos, “el raro” otros, “el traficante” y, el apelativo que más me alarmó, “el terrorista”. Yo les pregunté ¿por qué? Y me contestaron: porque no se le ve el pelo y no sabemos a qué se dedica… En definitiva, se veía que eran unas fuentes muy fiables contrastando sus comentarios…
Al principio todo el mundo nos pareció muy amable y encantador, sobre todo los vecinos del quinto, que eran los que teníamos justo enfrente. Al marido le pusimos el apodo de “el donut”, no recuerdo muy bien si fue porque en la cintura parecía llevar encajado un flotador, o porque en los mofletes parecía ocultar un par de donetes... El matrimonio era rarito en su conjunto y no precisamente por la ingesta de rosquillas. El niño, su único hijo y quien yo pensé que tendría 18 años por cómo le nombraban, tenía más años que yo; era soldado profesional, y no me hubiese extrañado que la madre guardara una muñeca Wendolin encima del frigorífico, porque se daba un aire a “La Antonia de los morancos” teñida de rubio. Se pasaban el día criticando al vecino del cuarto, "el señor colorao" (le llamo así porque es como le recuerdo: pelo blanco, cejas anchas, ceño fruncido y totalmente colorao, como si te fuese a echar una bronca de tres pares de huevos en cualquier momento, o acabase de echártela). Este también se pasaba el día poniendo a parir "al donut", se ve que había reciprocidad de sentimientos. Aunque todos ellos tenían un enemigo común: “el terrorista”, y nunca le invitaban a las reuniones de vecinos, las hacían clandestinas sin él. Del tercero al segundo, los vecinos pasaron por mis recuerdos sin pena ni gloria, porque no logro recordarlos, excepto a uno que era muy amable, educado y sensato, me caía bien ese hombre. Las vecinas del primero, que más bien era un bajo, eran la viuda y la soltera enfrente; cuando salías del portal notabas su presencia y su aliento rozándote la nuca, salía de entre las cortinas de las ventanas de la cocina. Estaban siempre al acecho.
Los problemas con mis vecinos de enfrente vinieron de la forma más… no sé qué palabra utilizar… ¿surrealista? Primero estaban intranquilos porque una puerta que daba a nuestro rellano común y que era el cuarto de contadores, ellos le daban uso particular para guardar todo lo que se les antojaba, y pensaban que ahora los nuevos, íbamos a llegar exigiendo una parcela de aquellos dos metros cuadrados de terreno extra… Al saber que no estábamos interesados en especular sobre aquel preciado territorio, se sintieron aliviados y se quisieron convertir en nuestros mejores vecinos de la existencia del universo. Le pregunté a la mujer de "el donut" por la limpieza del portal, y me dijo que cada vecino limpiaba su tramo de escalera, desde su descansillo hasta el rellano de la planta siguiente, pero que no me preocupase que ella se encargaba. Como no me parecía justo ni lógico, a los dos días me puse a limpiar el tramo, pero en cuanto levanté su felpudo para barrer debajo (imagino que también andaba al acecho) salió y me regañó como a una niña pequeña, porque ella lo había limpiado esa misma mañana muy temprano, y que si no me había dicho ya que lo limpiaba ella, que al fin y al cabo no trabajaba y no tenía otra cosa que hacer… Así que obedecí y me metí en casa con mi cepillo a cuestas. Al cabo de un tiempo, subía tan tranquila por la escalera y me la encontré limpiando el tramo. La saludé amablemente y me soltó: ¿Cuándo vas a limpiar la escalera, guapa? Porque yo no soy aquí la criada de nadie… Me dio miedo contestar por si la que hablaba no era ella y era la Wendoline que la había poseído y la dominaba al estilo Chuckie, así que subí tan rápido como pude y la dejé allí para que lo resolviesen entre ellas... Y luego “el chalao” era el del cuarto, ¿no?
Así que, volviendo a la reunión, habría pasado como un año desde que nos habíamos comprado la casa, me cargaron el muerto de la presidencia. No entendía muy bien el orden establecido, porque la presidenta saliente era la señora soltera del primero, pero decían los machos alfa que terminaba en el primero y volvía por el quinto. (Unos días más tarde, revisando las actas en mi casa, descubriría que me la habían colado, pues el orden que llevaban años atrás era que la siguiente debería haber sido la señora viuda). Aproveché mi cargo de presidenta para comunicarles la genial idea de domiciliar las cuotas mensuales de la comunidad. El haber sufrido a la señora soltera durante todos los meses tocando mi puerta para cobrar el recibo, me ponía los pelos de punta, más aún por saber que a partir de ese momento me tocaría asumir esa labor. Me contestaron que no, que así era como se había hecho siempre… ¡Chúpate esa, guapa! Les propuse votarlo, al menos. Confié en que la señora soltera, que lo acababa de sufrir en sus propias carnes, me daría su apoyo, y con un poco de suerte, la señora viuda también. Ya éramos tres, pensé, tres mujeres unidas ante una causa dominada por hombres. Pues todos votaron que no, y encima la jodía soltera era propietaria de dos pisos, así que era dueña y señora de dos puñeteros votos. Se me antojó en aquel momento aquella mosquita muerta como la mano que mecía el bloque… Pero no, aquella etiqueta les seguía correspondiendo "al donut" y "al colorao", que en aquella reunión descubrí que se ponían a parir por detrás, pero de frente eran los mejores amigos de la tierra. Quizás porque eran los que tenían firma para la cuenta del banco de la comunidad y no se fiaban el uno del otro. Quién sabe lo que pasaría por aquellas falsas y retorcidas mentes.
Al rato salió el tema que, después atando cabos, me llevaría a conocer el motivo de saltarse los turnos de presidencia. Por lo visto el ayuntamiento o la junta de distrito o no sé qué puñetera institución, exigía a los edificios con cierta antigüedad una remodelación de la fachada antes de no sé qué fecha, y lo que pretendían los pájaros, era quitarse ellos el marrón de encima, buscando presupuestos o tragando con las obras… Pensarían: ¡Estos que son jóvenes que nos solucionen la papeleta!
En cuanto a mi etapa de presidenta, qué os voy a contar, cada vez que me tocaba el cobro de las cuotas me sentía como si tuviese que ir a picar a la mina. Quitando a los que no daban un ruido, tenían el dinero preparado y recogían su recibo sin decir ni mu… a los otros los temía como a una enfermedad. La señora soltera siempre quería que entrase en su casa, una casa que olía a ranció y a antigüedad, no sé si antigüedad como definición de olor existe, pero si existiese sería el de aquella casa. Una vez me enseño su otra casa, la del piso de arriba, la tenía reformada y sin estrenar, a su particular estilo, pero le daba mil vueltas a la que habitaba ella. Yo no entendí nunca por qué vivía miserablemente en la casa de abajo, con todo viejísimo, ni para qué reservaba la de arriba. Quizás todavía esperaba casarse a sus sesenta y tantos años, y era su ajuar. No me lo explico. O puede ser que le costase renunciar a la perspectiva que le ofrecía su vieja ventana, con un control visual y auditivo absoluto de la calle.
Donde lo pasé realmente mal fue la primera vez que tuve que llamar a la puerta de "el terrorista". Después de escuchar tantas cosas, me sentí arrastrada por los comentarios y al no haberle visto en la vida, siempre me decía: ¡Que no esté! ¡Que no esté! ¡Que no esté! Me alegré de que su puerta nunca se abriera y no me importaba que debiese varios recibos… Cosa por otro lado que se encargaban siempre de preguntarme, tanto "el donut" como "el colorao", cuando pasaba a cobrarles a ellos: ¿Ha pagado el del cuarto? ¡Menudo sinvergüenza está hecho!
Una noche, en el cuarto derecha se escuchaba una música a todo volumen. No era muy tarde, pero el ruido era muy molesto y no podíamos ni escuchar la televisión. Mi marido bajó a llamarle la atención. Yo estaba preocupadísima, porque esta vez no podía pensar ¡Que no esté! ¡Que no esté!... Estar estaba… y podía descuartizar a mi marido en cero coma. Llamó al timbre varias veces y cuando finalmente le abrió, comenzó disculpándose. Por lo visto escuchaba música con los cascos puestos, pero la clavija no estaba bien conectada y el sonido salía en los dos sitios a la vez, altavoces y cascos, no se había dado cuenta. Resultó ser un tío normal, quizás el más coherente junto con el señor amable del tercero. Le dejé una nota debajo de la puerta y, a partir de ese momento, él subía a pagarme las cuotas, pues tenía un horario de trabajo complicado y apenas paraba por el día.
Tuve suerte de vender el piso a tiempo y desentenderme de la presidencia y de las obras en la fachada. Lo último que supe de aquella comunidad fue que la chica a la que le vendimos la casa tuvo serios problemas con la mujer de "el donut". Y la lección que aprendí durante aquel tiempo es que no hay que fiarse de las primeras impresiones, y los malos no son tan malos como los pintan… ni los buenos tan buenos como se pintan a sí mismos.
La primera reunión fue toda una experiencia. Los asistentes, como ya he dicho antes, eran hombres, excepto las vecinas del primero que eran una señora viuda y la otra soltera. Así que, como comprenderéis, cuando aparecimos en la reunión mi marido y yo, juntitos en amor y compaña… nos miraron raro. A mí por estar allí, y a mi marido, quizás, pensando que era un calzonazos. Se podía leer en sus ojos de mentes cerradas. Lo que no esperaban era que la presidencia no la asumiría él, siendo el hombre de la casa, sino que sería yo la presidenta. Pero antes de contar la reunión, voy a tratar de poner caras a los asistentes.
Era un bloque de diez vecinos en total y del año de la polca; por lo tanto los vecinos tenían entre 60 y 75 años de edad. Excepto el vecino de justo debajo de mi casa, que era joven como nosotros, y al que llamaban “el chalao” unos, “el raro” otros, “el traficante” y, el apelativo que más me alarmó, “el terrorista”. Yo les pregunté ¿por qué? Y me contestaron: porque no se le ve el pelo y no sabemos a qué se dedica… En definitiva, se veía que eran unas fuentes muy fiables contrastando sus comentarios…
Al principio todo el mundo nos pareció muy amable y encantador, sobre todo los vecinos del quinto, que eran los que teníamos justo enfrente. Al marido le pusimos el apodo de “el donut”, no recuerdo muy bien si fue porque en la cintura parecía llevar encajado un flotador, o porque en los mofletes parecía ocultar un par de donetes... El matrimonio era rarito en su conjunto y no precisamente por la ingesta de rosquillas. El niño, su único hijo y quien yo pensé que tendría 18 años por cómo le nombraban, tenía más años que yo; era soldado profesional, y no me hubiese extrañado que la madre guardara una muñeca Wendolin encima del frigorífico, porque se daba un aire a “La Antonia de los morancos” teñida de rubio. Se pasaban el día criticando al vecino del cuarto, "el señor colorao" (le llamo así porque es como le recuerdo: pelo blanco, cejas anchas, ceño fruncido y totalmente colorao, como si te fuese a echar una bronca de tres pares de huevos en cualquier momento, o acabase de echártela). Este también se pasaba el día poniendo a parir "al donut", se ve que había reciprocidad de sentimientos. Aunque todos ellos tenían un enemigo común: “el terrorista”, y nunca le invitaban a las reuniones de vecinos, las hacían clandestinas sin él. Del tercero al segundo, los vecinos pasaron por mis recuerdos sin pena ni gloria, porque no logro recordarlos, excepto a uno que era muy amable, educado y sensato, me caía bien ese hombre. Las vecinas del primero, que más bien era un bajo, eran la viuda y la soltera enfrente; cuando salías del portal notabas su presencia y su aliento rozándote la nuca, salía de entre las cortinas de las ventanas de la cocina. Estaban siempre al acecho.
Los problemas con mis vecinos de enfrente vinieron de la forma más… no sé qué palabra utilizar… ¿surrealista? Primero estaban intranquilos porque una puerta que daba a nuestro rellano común y que era el cuarto de contadores, ellos le daban uso particular para guardar todo lo que se les antojaba, y pensaban que ahora los nuevos, íbamos a llegar exigiendo una parcela de aquellos dos metros cuadrados de terreno extra… Al saber que no estábamos interesados en especular sobre aquel preciado territorio, se sintieron aliviados y se quisieron convertir en nuestros mejores vecinos de la existencia del universo. Le pregunté a la mujer de "el donut" por la limpieza del portal, y me dijo que cada vecino limpiaba su tramo de escalera, desde su descansillo hasta el rellano de la planta siguiente, pero que no me preocupase que ella se encargaba. Como no me parecía justo ni lógico, a los dos días me puse a limpiar el tramo, pero en cuanto levanté su felpudo para barrer debajo (imagino que también andaba al acecho) salió y me regañó como a una niña pequeña, porque ella lo había limpiado esa misma mañana muy temprano, y que si no me había dicho ya que lo limpiaba ella, que al fin y al cabo no trabajaba y no tenía otra cosa que hacer… Así que obedecí y me metí en casa con mi cepillo a cuestas. Al cabo de un tiempo, subía tan tranquila por la escalera y me la encontré limpiando el tramo. La saludé amablemente y me soltó: ¿Cuándo vas a limpiar la escalera, guapa? Porque yo no soy aquí la criada de nadie… Me dio miedo contestar por si la que hablaba no era ella y era la Wendoline que la había poseído y la dominaba al estilo Chuckie, así que subí tan rápido como pude y la dejé allí para que lo resolviesen entre ellas... Y luego “el chalao” era el del cuarto, ¿no?
Así que, volviendo a la reunión, habría pasado como un año desde que nos habíamos comprado la casa, me cargaron el muerto de la presidencia. No entendía muy bien el orden establecido, porque la presidenta saliente era la señora soltera del primero, pero decían los machos alfa que terminaba en el primero y volvía por el quinto. (Unos días más tarde, revisando las actas en mi casa, descubriría que me la habían colado, pues el orden que llevaban años atrás era que la siguiente debería haber sido la señora viuda). Aproveché mi cargo de presidenta para comunicarles la genial idea de domiciliar las cuotas mensuales de la comunidad. El haber sufrido a la señora soltera durante todos los meses tocando mi puerta para cobrar el recibo, me ponía los pelos de punta, más aún por saber que a partir de ese momento me tocaría asumir esa labor. Me contestaron que no, que así era como se había hecho siempre… ¡Chúpate esa, guapa! Les propuse votarlo, al menos. Confié en que la señora soltera, que lo acababa de sufrir en sus propias carnes, me daría su apoyo, y con un poco de suerte, la señora viuda también. Ya éramos tres, pensé, tres mujeres unidas ante una causa dominada por hombres. Pues todos votaron que no, y encima la jodía soltera era propietaria de dos pisos, así que era dueña y señora de dos puñeteros votos. Se me antojó en aquel momento aquella mosquita muerta como la mano que mecía el bloque… Pero no, aquella etiqueta les seguía correspondiendo "al donut" y "al colorao", que en aquella reunión descubrí que se ponían a parir por detrás, pero de frente eran los mejores amigos de la tierra. Quizás porque eran los que tenían firma para la cuenta del banco de la comunidad y no se fiaban el uno del otro. Quién sabe lo que pasaría por aquellas falsas y retorcidas mentes.
Al rato salió el tema que, después atando cabos, me llevaría a conocer el motivo de saltarse los turnos de presidencia. Por lo visto el ayuntamiento o la junta de distrito o no sé qué puñetera institución, exigía a los edificios con cierta antigüedad una remodelación de la fachada antes de no sé qué fecha, y lo que pretendían los pájaros, era quitarse ellos el marrón de encima, buscando presupuestos o tragando con las obras… Pensarían: ¡Estos que son jóvenes que nos solucionen la papeleta!
En cuanto a mi etapa de presidenta, qué os voy a contar, cada vez que me tocaba el cobro de las cuotas me sentía como si tuviese que ir a picar a la mina. Quitando a los que no daban un ruido, tenían el dinero preparado y recogían su recibo sin decir ni mu… a los otros los temía como a una enfermedad. La señora soltera siempre quería que entrase en su casa, una casa que olía a ranció y a antigüedad, no sé si antigüedad como definición de olor existe, pero si existiese sería el de aquella casa. Una vez me enseño su otra casa, la del piso de arriba, la tenía reformada y sin estrenar, a su particular estilo, pero le daba mil vueltas a la que habitaba ella. Yo no entendí nunca por qué vivía miserablemente en la casa de abajo, con todo viejísimo, ni para qué reservaba la de arriba. Quizás todavía esperaba casarse a sus sesenta y tantos años, y era su ajuar. No me lo explico. O puede ser que le costase renunciar a la perspectiva que le ofrecía su vieja ventana, con un control visual y auditivo absoluto de la calle.
Donde lo pasé realmente mal fue la primera vez que tuve que llamar a la puerta de "el terrorista". Después de escuchar tantas cosas, me sentí arrastrada por los comentarios y al no haberle visto en la vida, siempre me decía: ¡Que no esté! ¡Que no esté! ¡Que no esté! Me alegré de que su puerta nunca se abriera y no me importaba que debiese varios recibos… Cosa por otro lado que se encargaban siempre de preguntarme, tanto "el donut" como "el colorao", cuando pasaba a cobrarles a ellos: ¿Ha pagado el del cuarto? ¡Menudo sinvergüenza está hecho!
Una noche, en el cuarto derecha se escuchaba una música a todo volumen. No era muy tarde, pero el ruido era muy molesto y no podíamos ni escuchar la televisión. Mi marido bajó a llamarle la atención. Yo estaba preocupadísima, porque esta vez no podía pensar ¡Que no esté! ¡Que no esté!... Estar estaba… y podía descuartizar a mi marido en cero coma. Llamó al timbre varias veces y cuando finalmente le abrió, comenzó disculpándose. Por lo visto escuchaba música con los cascos puestos, pero la clavija no estaba bien conectada y el sonido salía en los dos sitios a la vez, altavoces y cascos, no se había dado cuenta. Resultó ser un tío normal, quizás el más coherente junto con el señor amable del tercero. Le dejé una nota debajo de la puerta y, a partir de ese momento, él subía a pagarme las cuotas, pues tenía un horario de trabajo complicado y apenas paraba por el día.
Tuve suerte de vender el piso a tiempo y desentenderme de la presidencia y de las obras en la fachada. Lo último que supe de aquella comunidad fue que la chica a la que le vendimos la casa tuvo serios problemas con la mujer de "el donut". Y la lección que aprendí durante aquel tiempo es que no hay que fiarse de las primeras impresiones, y los malos no son tan malos como los pintan… ni los buenos tan buenos como se pintan a sí mismos.
¡Vaya chica, lo que no te haya pasado a tí...!
ResponderEliminarPor cierto, me encanta la última frase... es que yo soy de las malas ¿sabes?.
Lo que no me haya pasado me lo invento en otros relatos, no te preocupes jajajjaja ;)
ResponderEliminarLo raro, raro, raro de verdad, es que tú parezcas tan normalita con la gente que te has codeado, porque aunque te inventes a tu antojo algunas cosas de tus relatos... la verdad verdadera surge de cada linea... como la vida misma!!! jajaja.... Tu debes ser de las malas que al final son malísimas de verdad jajaja
ResponderEliminarTrini.... ¡ y tú una santa para que nos vamos a engañar!!!
Tú lo has dicho, parezco normalita… cuando me conozcas a fondo me cuentas jajaja
ResponderEliminarPues sí que daba para un post :-D De todos modos esa comunidad parece más tranquilita que la mía. Creo que los ricos se compran un chalé simplemente para tener los vecinos lo más lejos posible.
ResponderEliminarHiciste bien en vender rapidito ese piso. Pero eso no te libra de que te vayas encontrando especímenes de ese tipo por la calle...es lo que tiene la gente de las comunidades, que también caminan por la calle :-D
Salu2
Imaginé que en un comentario del face no iba a caber todo...
ResponderEliminarTienes razón, en todas las comunidades cuecen habas y yo he pasado por tres... Pero la primera me pilló de pardilla, así que ahora a las reuniones ni me acerco, es que soy bastante alérgica
Sabes, creo que yo conozco a algunos: al terrorista, a la señora soltera que vive en un piso que es una miseria... Dios... lo que podría contarte, pero bueno, no quiero eternizar el post. Muy bueno, sólo falta Radio Patio.
ResponderEliminarUn saludo.
Yo pienso que Radio Patio falta, porque el edificio era todo exterior... pero lo mismo la soltera se enchufaba con un vaso y un cordel a la ventana de la viuda... y formaban un híbrido de aquel... ¡vaya "usté" a saber!
ResponderEliminarSaludos!!