Sólo una cita



      ―Alba, tengo una cita y aprovecho para escaparme un poco antes. Cualquier cosa me llamas ―le comunicó Julia a su compañera, mientras se ponía la chaqueta vaquera y se colgaba el bolso.
      ―¿Una cita? ¿Con quién? ―le preguntó Alba entusiasmada.
      ―Con un chico que conocí por Internet, en un foro de mascotas ―respondió, ordenando los papeles de su mesa.
      ―¿Y qué hacías tú en un foro de mascotas, si no te gustan los animales?
      ―Pues si te digo la verdad, no lo sé. Buscaba información sobre “cómo construir tu propia casita de muñecas”. El buscador me dio un montón de opciones: “cómo construir una casita de madera”, otro sobre “construir una casita con recortes de muebles viejos” y cuando me quise dar cuenta, estaba metida en “cómo fabricarle una casita original a tu perro”. Y allí estaba Jaime, mi cita.
      ―No si original... sí que es, no te voy a decir que no...
     ―Lo siento Alba, pero no me puedo quedar charlando, tengo que coger el metro hasta Gran Vía y no quiero llegar tarde.

      Cuando llegó a la estación de metro acordada y salió en dirección a la calle, se encontró a Jaime sentado en el último escalón de la salida.

      ―Hola, soy Julia, ¿eres Jaime?
      ―¡Hola Julia, encantado de conocerte!
    ―Pensé que no te iba a reconocer, en la foto que me enviaste estabas tan lejos... Ya me podías haber enviado una en primer plano, como yo hice.
      ―¡Eres muy guapa, Julia!
      ―¿Quieres que nos tomemos algo? ―preguntó Julia sonrojada―. Hay una heladería en Sol que me encanta.
      ―Vale, buena idea. Si me invitas... no llevo dinero.
      ―Sí, claro, no hay problema, yo te invito.

      Julia le observó extrañada. Era la primera vez que quedaba con un chico, y era ella la que pagaba.

      ―Sí que están buenos estos helados, nunca los había probado ―le explicó él, sin levantar la vista de su tarrina.
     ―¿Y qué tal tu perro? ―le preguntó Julia, más por sacar tema de conversación que por verdadero interés hacia el animal.
      ―Muy bien. ¿Y el tuyo?
      ―Yo no tengo, ¿recuerdas? Entré en el foro de casualidad ―le contestó Julia, un poco irritada.
      ―¿Puedo dormir en tu casa?
      ―Pero ¿qué dices?¿Estás loco? ―le contestó Julia, malhumorada.
      ―Es que no tengo dónde ir y no quiero volver con ellos, volverán a llevarme a ese sitio.
      ―¿Quienes son ellos? ¿De qué me estás hablando?
      ―Mi familia. No quieren que viva con ellos.
      ―¿Pero tú dónde vives? ―le preguntó Julia, cada vez más desconcertada.
      ―Vivo en la casa blanca, la de las verjas verdes. Pero no me gusta, no me tratan bien, yo quiero vivir contigo y comer helados de estos cada día.
      ―Jaime, me estás asustando.
      ―No te asustes, yo no soy malo. Son ellos que dicen que estoy loco.
      ―¿Y ellos quienes son?
      ―Pues todos, ese que está ahí sentado en esa mesa, ¿no le oyes?... Y el que habla por la tele y me señala con el dedo... Y el camarero. Mira ha cogido el teléfono, está llamando a la casa blanca. Quieren encerrarme, ¿no lo entiendes?

      Julia salió corriendo de la heladería. No sentía los pies. El corazón le latía a mil pulsaciones por minuto y le faltaba el aire. Se había dejado el bolso colgado del respaldo de la silla, pero no quería volver. Estaba demasiado asustada y sólo pensaba en escapar. Cuando llegó a la parada de metro y bajaba las escaleras corriendo, sintió unos pasos tras ella. Se acercó a la ventanilla de la taquilla y gritó pidiendo ayuda. Un chico joven que venía tras ella la cogió por los hombros y le dio la vuelta para que le mirara.
      ―Julia ¿estás bien? ¿Qué te ocurre?
      Ella le miró fijamente, su cara le resultó familiar.
      ―Julia, soy yo Jaime. ¿Qué te pasa?
      ―¡Eres Jaime!
     ―Te reconocí en seguida por la foto. Siento haber llegado tan tarde, debimos darnos los teléfonos. Ya me marchaba.
      ―Pero yo... le confundí contigo.

      Un hombre con delantal de camarero y la frente sudando a chorro por la carrera, se acercó hasta donde estaban ellos.

     ―Señorita, su bolso, se lo dejó colgado de la silla. Llevo corriendo detrás de usted desde que salió, pero me ha resultado muy difícil alcanzarla.
      ―¿Y el chico que estaba conmigo?
     ―¿Jesús? Es un buen muchacho, es del barrio de toda la vida. Está mal de la azotea, pero es inofensivo. Sigue un tratamiento psiquiátrico y por lo visto le va muy bien. Su familia son clientes nuestros desde que abrimos. Se quedó muy afectado con tu huida; fue él quien me entregó tu bolso, no quería volver a asustarte.

Comentarios

  1. Anónimo30/4/10

    ¿Autobiográfico?
    Da igual, me gusta la historia y la has contado con ritmo y ternura. Me ha gustado.
    Salu2

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  2. Jajaja No, no es autobiográfico, no he tenido la "suerte" de tener una cita tan curiosa como esta... aunque a mí no me hubiese cogido el camarero ni en el metro, yo creo que hubiese llegado a casa a la carrera...

    Gracias, Markos.

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