Consciencia (Cap. I)
La primera vez que fue consciente de su presencia, estaba situada delante del objetivo de su cámara.
Los niños de la primera comunión hacían su entrada por la puerta de la iglesia. Miguel estaba valorando el campo visual para ajustar la profundidad de campo, en el punto exacto donde los niños avanzarían en procesión por el pasillo central de la iglesia, camino de los bancos laterales, dispuestos a ambos lados del altar. De esta forma conseguiría una panorámica general del recorrido.
Se había colocado delante de una columna, justo al lado de la sacristía. Delante, desplazada hacia la izquierda, había otra columna y pegado a ella un lampadario con casi todas las velitas encendidas, excepto dos o tres que en breve serían encendidas por la mujer que se interpondría en su objetivo.
Pensó que sería una buena idea, aprovechar el encuadre con parte del lampadario con las velas encendidas en primer plano, algo desenfocado para así dar todo el protagonismo a la procesión de los nuevos comulgantes.
La mujer, en cuya presencia no habría reparado, de no haber ocupado un lugar en su punto de enfoque, vestía una camisa blanca, una falda de tubo que le quedaba por debajo de la rodilla, azul marino y unos zapatos de tipo salón del mismo color de la falda. Tenía el pelo negro, agarrado a la nuca con un escueto moño. Su cara delgada, tirando a huesuda, con los ojos oscuros y un poco hundidos, conferían al conjunto una apariencia fría e impersonal.
Cuando los niños llegaron al punto de enfoque marcado por sus hipótesis, el motor de su cámara realizó una ráfaga de disparos seguidos. Fue en ese preciso instante cuando el fotógrafo tomó consciencia de ella. El perfil izquierdo de una intrusa había invadido su campo visual. Le hizo un gesto con la mano para que se apartase, retirando su ojo del visor de la cámara. La mujer le miró fijamente mientras, de un soplo, apagaba la cerilla. Cuando volvió a mirar a través de su objetivo, la mujer ya se había marchado.
La segunda vez que fue consciente de su presencia, ella no estaba. Fue entonces cuando esa consciencia se apoderó de él.
Llegó a casa reventado. Llevaba un mes trabajando para la iglesia, sustituyendo a su tío que había tenido un accidente de moto, y con la llegada del mes de mayo, los fines de semana, se le acumulaba el trabajo con las comuniones por la mañana y las bodas por la tarde.
Sacó la tarjeta de memoria de la cámara y la introdujo en la CPU, para hacer la selección de las mejores fotografías. No fue hasta la tercera clasificación, cuando se dio cuenta de que algo no estaba en su sitio. Al observar los primeros disparos de la procesión de los niños, donde debía aparecer el perfil de la mujer que encendía las velas, esta, no aparecía. Sin embargo reparó en que una de las niñas de la procesión, con el pelo largo y suelto, en vez de mirar al frente, como todos los demás niños, lo estaba mirando a él fijamente. Su mirada era profunda e infinita. Estuvo varios minutos observándola, tenía algo diferente, aparte de su vestido que no era blanco, como los demás, era de un tono rosa pálido. Daba la impresión de estar como perdida o fuera de lugar. Intentó aumentar el tamaño de la imagen ayudado por el zoom, para observarla con más detalle, pero su rostro parecía estar desenfocado, al contrario de los otros que revelaban una absoluta nitidez.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo al comprobar que ni la mujer de las velas, ni la niña del vestido rosa, aparecían en el resto de las fotografías.
Los niños de la primera comunión hacían su entrada por la puerta de la iglesia. Miguel estaba valorando el campo visual para ajustar la profundidad de campo, en el punto exacto donde los niños avanzarían en procesión por el pasillo central de la iglesia, camino de los bancos laterales, dispuestos a ambos lados del altar. De esta forma conseguiría una panorámica general del recorrido.
Se había colocado delante de una columna, justo al lado de la sacristía. Delante, desplazada hacia la izquierda, había otra columna y pegado a ella un lampadario con casi todas las velitas encendidas, excepto dos o tres que en breve serían encendidas por la mujer que se interpondría en su objetivo.
Pensó que sería una buena idea, aprovechar el encuadre con parte del lampadario con las velas encendidas en primer plano, algo desenfocado para así dar todo el protagonismo a la procesión de los nuevos comulgantes.
La mujer, en cuya presencia no habría reparado, de no haber ocupado un lugar en su punto de enfoque, vestía una camisa blanca, una falda de tubo que le quedaba por debajo de la rodilla, azul marino y unos zapatos de tipo salón del mismo color de la falda. Tenía el pelo negro, agarrado a la nuca con un escueto moño. Su cara delgada, tirando a huesuda, con los ojos oscuros y un poco hundidos, conferían al conjunto una apariencia fría e impersonal.
Cuando los niños llegaron al punto de enfoque marcado por sus hipótesis, el motor de su cámara realizó una ráfaga de disparos seguidos. Fue en ese preciso instante cuando el fotógrafo tomó consciencia de ella. El perfil izquierdo de una intrusa había invadido su campo visual. Le hizo un gesto con la mano para que se apartase, retirando su ojo del visor de la cámara. La mujer le miró fijamente mientras, de un soplo, apagaba la cerilla. Cuando volvió a mirar a través de su objetivo, la mujer ya se había marchado.
La segunda vez que fue consciente de su presencia, ella no estaba. Fue entonces cuando esa consciencia se apoderó de él.
Llegó a casa reventado. Llevaba un mes trabajando para la iglesia, sustituyendo a su tío que había tenido un accidente de moto, y con la llegada del mes de mayo, los fines de semana, se le acumulaba el trabajo con las comuniones por la mañana y las bodas por la tarde.
Sacó la tarjeta de memoria de la cámara y la introdujo en la CPU, para hacer la selección de las mejores fotografías. No fue hasta la tercera clasificación, cuando se dio cuenta de que algo no estaba en su sitio. Al observar los primeros disparos de la procesión de los niños, donde debía aparecer el perfil de la mujer que encendía las velas, esta, no aparecía. Sin embargo reparó en que una de las niñas de la procesión, con el pelo largo y suelto, en vez de mirar al frente, como todos los demás niños, lo estaba mirando a él fijamente. Su mirada era profunda e infinita. Estuvo varios minutos observándola, tenía algo diferente, aparte de su vestido que no era blanco, como los demás, era de un tono rosa pálido. Daba la impresión de estar como perdida o fuera de lugar. Intentó aumentar el tamaño de la imagen ayudado por el zoom, para observarla con más detalle, pero su rostro parecía estar desenfocado, al contrario de los otros que revelaban una absoluta nitidez.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo al comprobar que ni la mujer de las velas, ni la niña del vestido rosa, aparecían en el resto de las fotografías.
Continuará...
Hola, soy del foro Travesía Literaria, allí posteo como La Petite Poupée^^
ResponderEliminarMe gustó tu texto!!! Muy interesante, sí señora =D
Te sigo a partir de ahora!!! Besotes^^
Gracias LPP!! Encantada de verte por aquí ;) Un abrazo.
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