El plan


      Había llegado ese día tan temido, mañana se apagaría el sol. «No creas en esas bobadas —decía su amigo—, es sólo un eclipse, no se apagará nada». Pero ella nunca había visto uno y lo cierto era que le intrigaban los rumores que corrían por el colegio. Aquella noche le costó conciliar el sueño. Durante la tarde, impulsados por los temores de ella, no habían parado de darle vueltas a todas las cosas que aún les quedaban por hacer y cómo disfrutarían sus últimos momentos:
      —¿Cuánto tardaría la tierra en congelarse? —le preguntó ella.
      —No lo sé… tal vez días, supongo.
      —¿Por qué no trazamos un plan?
      —¿Qué tipo de plan?
      —¿Que te gustaría hacer en estas últimas 24 horas de sol?
      —Es que no creo que vayan a serlo.
      —Pero imagina que lo son.
      —Pues… no sé… atiborrarme de dulces hasta vomitar, ver pelis que no me dejan por la edad, coger la moto de mi hermano… ¿y tú?
      —No iría a clase mañana, le quitaría la tarjeta a mi madre, sacaría todo el dinero que pudiera y compraría un billete de avión para volar a una playa de ensueño… allí aprovecharía hasta el último rayo de sol.
      —Tu plan no es muy realista… Eres menor de edad, te pillarían nada más entrar en el aeropuerto, menudo desperdicio de plan es ese.
      —Bueno… en ese caso aún estaría a tiempo de ir a tu casa y atiborrarme de tus chucherías hasta vomitar.
      —Imposible, pasarías el resto de tu vida castigada por el hurto e intento de huida… suerte que sería el castigo más corto de tu vida gracias al apagón.

      Aquella mañana se despertó con un plan: no robaría la tarjeta a sus padres, pero se encargaría de que ese día fuera el más especial de toda su vida. Cogió su abrigo y su mochila y se despidió de sus padres de una forma más efusiva de lo habitual en ella. Al salir por la puerta, echó un vistazo a su casa, convencida de que esa sería la última vez que la vería con el esplendor de aquella luz. Paró en la de su amigo, como hacía siempre para ir al colegio, y en el camino le contó su plan. Éste le puso una excusa tras otra: el examen de ecuaciones, ese fin de semana celebraba su cumpleaños y ya se había salvado del castigo por la pelea en el partido de la semana anterior; no quería tentar a la suerte. Además el profesor iba a llevar unas gafas especiales para que pudieran observar el eclipse. Ella se despidió de él sin escuchar sus intentos de persuasión para abandonar el plan, y cambió de dirección.
      Aterrizó en el parque donde solían quedar. En aquel momento se encontraba solitario y una fuerza irresistible la empujó a balancearse en uno de los columpios. Hacía mucho tiempo que no se subía en ellos, sentía que ya había pasado su edad para usarlos. Iba camino de cumplir trece años. Se impulsó con fuerza y, mostrando su rostro al sol con los ojos cerrados, se dejó bañar por él, deleitándose en la cadencia del movimiento, en el suave murmullo de los engranajes y en el frescor de aquella brisa de primavera. Se sentía regocijada en su plan, imaginaba a su amigo en la aburrida clase de lengua, que tocaba a primera hora, donde no estaba ella para pasarle una nota divertida sobre algo que se le acabara de ocurrir, y que él contestaría de la misma forma, disimulando la risa para que no les pillaran.
      Salió de aquel parque y decidió dar una vuelta, alejándose del barrio lo suficiente para que ningún vecino la reconociera. No había pasado una hora de su magnífico plan del fin del mundo y ya se aburría como una ostra, y encima se sentía con el alma en un hilo pensando que todo el mundo la miraba de forma extraña. Decidió volver al parque para hacer tiempo, era el sitio más seguro ya que a esas horas continuaba desierto. Se sentó en un banco y trasladó su mente al colegio; imaginó lo que su amigo y el resto de sus compañeros estarían haciendo en ese momento: a punto de salir al recreo y tomar su almuerzo. Sacó el suyo y lo desenvolvió, comer también era una buena forma de distraerse aunque no tenía mucho apetito. Se entretuvo echando miguitas a unos pájaros que habían acudido cantarines a su alrededor.
      Las horas parecían no querer pasar, como si temieran ese final que se acercaba, aún faltaban dos horas para el eclipse. Se preguntaba cómo reaccionarían sus padres cuando se enterasen de su fechoría. Pensó que estarían demasiado ocupados con el suceso del apagón como para preocuparse por aquella nimiedad de haber faltado a clase. Se recostó sobre el banco donde se había sentado, quizás una pequeña siesta haría pasar el tiempo más deprisa.
      Cuando abrió los ojos todo era oscuridad, le costó situarse cuando se incorporó. Aquello no era el parque, era su habitación, ¿cómo había llegado hasta allí? ¿Estaría castigada? Subió la persiana y en la calle, oscuridad. Oyó un ruido en la cocina y caminó por el pasillo con sigilo, aún no estaba preparada para escuchar la charla que, estaba segura, le tocaría aguantar tarde o temprano. Una voz a su espalda la sorprendió:
      —Aún es temprano, ¿qué haces levantada?
      —¿Qué día es hoy?
      —Miércoles.
      —¡Entonces ha sido un sueño!
      —¿De qué hablas?
      —Nada, es que… tengo un examen.
      —Y lo has preparado, supongo.
      —Sí, claro, lo llevo bien.

      Salió de casa y llamó insistentemente a la puerta de su amigo.
      —¿Tú qué has desayunado hoy? —preguntó él mientras caminaban por la calle—. Vienes con una energía... ¿Estás preparada para tu fin del mundo?
      —Sí, tengo un gran plan.
      —¿Y cuál es?
      —No volver a hacer planes.

(Inspirado en la frase: "Había llegado ese día tan temido, mañana se apagaría el sol" para El CuentaCuentos)

Comentarios

  1. De pequeño recuerdo una historia similar pero con la lluvia de estrellas... jajaja... Inocentes...
    Me ha encantado.
    Mundoyas.

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  2. En ocasiones es mejor no hacer planes o aceptar que a veces cambian sobre la marcha. Bonito relato, a ver si cumple su palabra (esa última frase) -Aunque lo dudo-

    Un abrazo cuentacuentos

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  3. Es alucinante! Leía tu relato, fantástico el momento que atrapa y como lo has contado, y recordé en ese momento que cuando trabajaba en Donuts compaginándolo con las clases, me sucedió que hice planes para el día siguiente cansado de la jornada cuando el sueño me venció. De repente despierto asustado viendo la hora que era y salgo corriendo hacia la factoría temiendo llegar tarde al trabajo. En el camino me extrañó la poca gente que había por la ciudad, apenas nadie, apenas dos coches, y un silencio aún mas extraño. Y cuando llego a la entrada la cafetería de la planta estaba cerrada y un guardia me amenazó con que ya habían entrado todos y tendría que dar parte. Me quedé hecho polvo y observé como un hombre dejaba un fajo de periódicos junto a un kiosko, que también estaba cerrado. Me acerqué a preguntarle y.... Estaba amaneciendo y yo entrada a las 8 pero de la tarde! Eso sí, a clase llegué tarde :-)
    No, no volví a hacer nunca planes.

    Me ha encantado y no sabes como el relato y sobre todo su final. Un final feliz, necesitaba un final feliz tras la serie de finales apocalípticos que llevo esta semana.
    Un abrazo

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  4. ¿A vosotros os pasa que, al pinchar para colgar el enlace en la entrada de ElCuentaCuentos, no se os abre la caja de comentario? :/ A mí sólo se me abren las antiguas, donde ya hay comentarios publicados... y he probado con varios navegadores.

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  5. Si, la última vez creo que publiqué tuve que dejar el enlace en la entrada antigua anterior, y pasó tiempo pero entonces sigue sucediendo. No recuerdo el nombre de otro cuentacuentos que esa misma semana le pasó lo mismo.

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  6. A mí me pasó lo mismo sí, así que lo que suelo hacer es dejarlo en el foro, abriendo un tema con el título de la frase. Tal y como se hacía antes.

    Tienen razón tus personajes: a menudo es mejor no hacer planes, porque con frecuencia se disfruta más al idearlos que al llevarlo a cabo. Un abrazo.

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  7. Loss planes son lo peor pero la verdad es que ahora mismo me vendría de lujo subirme a ese columpio y mirar al sol
    bessos!

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