Encadenado


      La torre estaba oscura y los grilletes demasiado flojos. El olor rancio de la humedad estancada en la celda y la putrefacción de sus residuos corporales, proporcionaban a su deseo de escapar una relevancia no mayor que la del anhelo de encontrar con vida a su hermana.

      No recordaba cuándo fue la última vez que había visto la luz, ni el tiempo que llevaba enclaustrado en esas cuatro herrumbrosas paredes, sin más compañía que las ratas que se hacinaban, cuando el carcelero cerraba la puerta, para compartir su ración diaria que consistía en un plato de papilla viscosa e incomestible y un pedazo minúsculo de pan duro y mohoso. Cohabitaban el resto del día junto a él, deambulando por la celda y acompañando su soledad.

      Su cuerpo estaba unido a la pared del fondo mediante una gruesa cadena, cuya terminación amarraba sus tobillos con unos grilletes. Lo único que alimentaba su exigua existencia era saberse vengador de la muerte de sus padres, no le importaba estar pagando por ello. Nunca olvidaría la cara de su hermana gritando mientras se la llevaban. Él consiguió escapar y aún no se había perdonado por la cobardía de su supervivencia, contaba por entonces con tan sólo trece años. Juró vengar sus muertes y encontrar a Irene. Lo último que supo de ella es que fue vendida a un comerciante de un país de oriente, de esto hacía ya muchos años. Su carcelero era el hijo del verdugo de sus padres, le confinó en esa torre abandonada para darle una muerte lenta y lacerante.

      Deslizó las argollas de los grilletes bajo sus talones, no era que estuviesen flojos, si no que la inanición ya había hecho mella en su cuerpo. Cuando se sintió ligero, esperó pacientemente su ración del día, detrás de la puerta que durante tanto  tiempo había tenido enfrente, testigo de sus miserias. Cuando su carcelero entró, depositando el plato y el mendrugo de pan en el suelo; antes de que a sus ojos les diese tiempo a acostumbrarse a la oscuridad de la celda, escuchó el cerrojazo de la puerta a su espalda y observó a un grupo de pequeñas alimañas, dando cuenta del manjar que acababa de dejarle al reo.

      El prisionero, ajeno a todo y centrado en bajar el centenar de escaleras que separaban su encierro de su destino, se tambaleaba de un lado a otro como si los escalones flotasen en el aire o estuviesen en la cubierta de un barco azotado por la marea. Nadando en el éxtasis que le producía la adrenalina, consiguió reunir las fuerzas necesarias para alcanzar la salida. Una vez fuera de aquella fortificación, una cegadora luz del día deslumbraba sus ojos que se habían vuelto nocturnos y respirando el aire seco de la libertad, no tuvo miedo de la suerte que le tocase correr a partir de ese momento, sabía cuál era el único camino que le devolvería la paz.

      (Inspirado en la frase de Fantasmín: "La torre estaba oscura y los grilletes demasiado flojos" para El cuentacuentos)

Comentarios

  1. Muy interesante el cuento de esta semana^^ Yo hace mucho que no escribo nada con las frases del cuentacuentos u.u

    Besotes^^

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  2. Anónimo17/5/10

    Me ha gustado. Es como una capítulo de una historia del palo de las de Alejandro Dumas...ahora puedes seguir por delante o por detrás. Ánimo
    Salu2

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  3. Muy bien conducida la historia. Me han gustado los detalles descriptivos y vislumbro con esperanza una continuidad de esta historia, lo cual me encanta. ¡Genial! Un abrazo.

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  4. Interesante relato, muy similar al mio en cuanto a las situaciones de nuestros protas jejej pero con diferente conclusiones, buena descripción...

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  5. Muchas gracias por vuestros comentarios, yo también pienso que la historia puede y debe continuar, así que la dejaré ahí aparcada para otro momento de inspiración descriptiva...

    Besotes!!

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