Senderos de papel (Cap. VIII)


 En un barco de papel

     ―¿Nerviosa? ―preguntó Israel, que había aprovechado la incorporación de Adela a su trabajo, para desearle un buen día.
      ―Más de lo que esperaba.
      ―Tranquila, todos pasamos constantemente por una primera vez en algo, mi padre el primero.
      ―¿Tu padre? ¿Israel estás bien? Sólo una vez me habías mencionado a tu padre, y fue para decirme que no querías hablarme de él… ¿Ha ocurrido algo?
      ―No sé por qué he dicho eso… ―contestó Israel titubeando. Era el primer día y a punto estaba de meter la pata―. Es un hombre muy exigente, y aún así siempre ha sido muy considerado en este aspecto… Me ha salido sin pensar.
      ―Mi jefe es de la misma opinión, me lo dijo en la entrevista, seguro que se llevarían bien ―Insistió Adela, aprovechando que por fin Israel soltaba prenda sobre un tema prohibido.
      ―Pues nada, te dejo no vayas a llegar tarde, mucha suerte. Cuando tengas un hueco escríbeme un correo y me cuentas qué tal te ha ido. Yo tengo… ―Israel se quedó callado, había algo que quería contarle pero pensó que aquel no era el mejor momento.
      ―¿Qué?... ―se impacientó ella.
     ―Nada, suerte en tu primer día ―contestó, colgando precipitadamente para no darle tiempo a insistir.

      Adela se presentó en su puesto a la hora acordada y prestaba atención a Patricia, que sería su compañera de trabajo, y por unos días su instructora. Patricia era un poco arisca, y se mostraba algo reacia a sonreírle, pero no a hacerle una radiografía exhaustiva de arriba abajo.
      ―¿De qué conoces al jefe? ―se animó a preguntarle a Adela.
      ―De nada, envié un currículum y me llamó.
      ―No trates de engañarme, no olvides que seremos compañeras por mucho tiempo, espero... A quien le has quitado el puesto llevaba aquí seis meses, y se esfumó sin explicación alguna, de la noche a la mañana.
      ―No te miento, fue así.
      ―A ver, compañera, los currículum los filtro yo, y los dejo en el despacho del gestor de personal. Ni tu nombre, ni tu cara me suenan, y el jefe te llamó personalmente para la entrevista, eso no lo había hecho en la vida.
      ―¿Y qué tratas de insinuar, que soy una enchufada?
      ―Eso lo has dicho tú solita.
      Después de aquella conversación, Adela quedó desconcertada ¿Qué estaba pasando allí? Cierto era que ella tampoco recordaba haber enviado allí su currículum, pero aquello no era de extrañar, había pasado demasiado tiempo y fueron muchos los que envió. Pero si no había enviado el currículum, como afirmaba Patricia, ¿Cómo podían tener sus datos? A no ser que alguien los hubiese enviado por ella, ¿Y si…? Una llamada la sacó de su ensimismamiento, el director quería darle la bienvenida personalmente y la citó en su despacho.

      ―¡Muy bien! Ahora me encuentro un poco a la deriva, dejándome llevar por todos los consejos que me van aportando, y absorbiendo toda la información que puedo. Espero no tardar demasiado en coger el timón.
      ―Tranquila, en una semana te sentirás como en tu propia casa, o tu propio barco, como prefieras llamarlo.
      ―¿Son su familia? ―Preguntó Adela, tomando la fotografía de la estantería, que había visto el día de la entrevista, con una mujer y un niño pequeño.
      ―Sí ―le contestó, sin ni siquiera mirar la fotografía que ella había vuelto a dejar en su sitio.
      ―¿Cómo se llama el pequeñín? ―preguntó Adela, más por decir algo que por curiosidad.
      ―Isra… el ―se le escapó, sin darle tiempo a rectificar.
      ―Ahora lo entiendo todo ―pensó en alto.
      ―Verás, Adela, mi hijo no quería que sintieras que el puesto te había sido regalado.
      ―¿Y no lo ha sido? ―Preguntó Adela con un tono escéptico.
      ―Él sólo pensaba que necesitabas un pequeño empujón para darle experiencia a tu currículum, y sabía que no aceptarías a sabiendas… y yo tampoco te habría aceptado si en la entrevista no hubiese encontrado lo que Israel me mostró. Él me conoce, me ha sufrido como jefe, nunca iría en contra de mis principios. Y si no das la talla, tampoco dudaría en despedirte, seas amiga, prima, o lo que seas de mi hijo.
      ―Lo siento, pero no puedo aceptarlo. He escuchado por la oficina que habían despedido a la chica que he sustituido, no quiero ser la enchufada del ningún sitio, ni que me regalen nada, no sería yo si lo acepto.
      ―No hagas caso a las habladurías de la oficina, esto es a veces como un patio de vecinos. Se habla de lo que no se sabe, y se tergiversa lo que sí. Mercedes no fue despedida, sencillamente no fue renovada, y eso fue mucho antes de que apareciese Israel a hablarme de ti. Que te hice la entrevista y no quise saber nada de las candidatas que tenían seleccionadas para entrevistar en gestión de personal, eso sí, pero nada más.
      ―Aún así… ―estaba desconcertada, por un lado no quería perder aquel trabajo, pero se sentía defraudada, era como si le hubiesen vertido una jarra de agua fría sobre la cabeza, y su barco se hubiese convertido en uno de papel.
      ―Adela, entiendo tu postura, y eso me hace querer aún más que te quedes con nosotros, no me gusta la gente sin sangre en las venas. No te tomes el trabajo como un favor que te hemos hecho Israel o yo, tómalo como un favor que tú nos estás haciendo a nosotros. ¿Sabes cuánto tiempo hacía que Israel y yo no compartíamos algo? Desde que se acercó a mí para preguntarme si tenía alguna vacante, no hemos perdido el contacto. No sabía nada de sus proyectos. Hemos compartido más en un mes que en cinco años. Tienes que quedarte, Adela, nuestra relación pende de un hilo, y tengo miedo a fallarle una vez más. Espera, al menos, hasta que él decida contártelo, dijo que lo haría cuando volviese y viera que tú te sentías cómoda en tu puesto.

      La reunión fue larga y distendida, se prolongó hasta la comida. Adela supo en unas horas, sobre la vida de Israel, más de lo que había sabido desde que se habían conocido. Ella siempre había imaginado a aquel hombre, como al más vil de los villanos, y no por boca de Israel, sino por haberle encontrado siempre tan huérfano. Ahora lo veía todo con otra luz, eran dos hombres enfrentados y asomados al mismo abismo, el de la soledad, el rencor y la falta de cariño; que habían sido incapaces de construir un puente para unir sus caminos con las herramientas de la empatía.

Comentarios

  1. Y sólo quedan dos capítulos?
    Ya no tengo uñas que moderme...

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  2. Jajaja pues tengo el ordenador en urgencias, te vas a tener que quedar sin uñas... Es broma, el ordenador está fuera de cobertura pero las entradas están programadas, así que si blogger no me falla, en nada estará el siguiente ;)

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