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Veía llover

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      Veía llover a través de la ventana y aquellas gotas de agua que jugaban a permanecer tras el cristal, a mezclarse unas con otras para después separar esa unión y precipitarse hasta desembocar sobre el marco de madera, también le permitían ver otra lluvia igual de húmeda y transparente, a ratos fría y otros más cálida.       Allí, de pie, mirando fijamente tras el cristal, o quizás no al otro lado y su mirada se concentraba en ese punto desenfocado donde no se ve más allá de los recuerdos, pensaba en esa otra lluvia, la de las horas que ya no volverán a recordar que aún es ayer y falta mucho para mañana. La lluvia de besos entregados sin reparar, si quiera, o los que se quedaron esperando una señal para salir disparados. La de las sonrisas que surgieron espontáneas y que ahora luchan por no perderse, ni caer en el olvido de la caja donde están guardadas. La lluvia de momentos dormidos que aguardaron esperando un abrazo y que, escurridizo, se posó sobre la almohada buscando a

Baila bailarina

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            Recluida entre las cuatro paredes de aquel cuarto, soñaba con ser bailarina. Se imaginaba haciendo complicadas piruetas en el aire, girando sobre sí misma sin parar o deslizándose como una pluma arrastrada por el viento. Aquellas figuras representaban para ella una inalcanzable quimera.       También disfrutaba con sueños sencillos como salir a pasear a la calle y descubrir el mundo tras aquel ventanal. Pero el reloj jugaba en su contra y cada vez se sentía más frágil y apagada. A veces ni los sueños conseguían levantar sus esperanzas.       Cuando sintió que sus fuerzas habían llegado a su límite, en el último suspiro de vida, pidió un deseo, era lo único que le quedaba por intentar. Al instante, la joven que minutos antes había puesto agua en el jarrón, pudo sentir su perfume en la piel, y unas ganas irresistibles de bailar.

Miradas

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Harry      Rita no era de esas mujeres que allí donde invaden con su presencia, dejan marcada una estela de expectación. No era como Lili, su amiga, que despertó la curiosidad de James y los cuatro habituales de la barra, con un sólo movimiento de melena. Ella parecía tener la intención de pasar inadvertida. Busqué llamar su atención durante toda la noche, pero prefería ignorarme. Apoyándome en el bastón de su indiferencia conseguí captar la atención de Lili. Fue así como empezó todo y terminó lo nuestro, justo antes de comenzar.       Con el paso del tiempo, Lili consiguió mantener mi voluntad a raya. Me hubiese gustado hacer lo mismo con la de Rita, que por aquel entonces pendía de los labios de James. No fue la primera noche ni la segunda, tal vez ni siquiera la octava, puede que fuera aquella en la que Lili comenzó a fantasear sobre lo nuestro, o quizá no fantaseaba y fuera yo que, sin querer iniciar nada, me dejé llevar invadido por los celos hacia mi amigo. No soporta

En la cuerda floja

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―El otro día me contó una camisa de él, que se vio con otra mujer en un hotel. ―Me encantaría rebozárselo por las narices a ese vestido tan creído y pretencioso, que compartió una de las citas de ella con el otro. Se cree más que nadie por su agitada vida social. ―Tranquila, ya se habrá enterado, hoy comparten la colada.

Corazón desubicado

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      Subió a aquel tren de vuelta con la misma sensación que veinte años atrás había trazado el sentido contrario: miedo. Cerró los ojos e imaginó cómo habría sido su vida de no haberse marchado. Según se acercaba el tren a su destino, más nítidas se formaban aquellas imágenes en su mente, colmándose de añoranza y nuevos designios. Cuando el tren efectuó su parada y pisó de nuevo aquel andén, sintió que se había equivocado de sitio. Sus pies estaban en el lugar correcto, pero su corazón ya había comprado otro billete de ida. (Escrito para "El V certamen de relatos breves, tren de cercanías")

Espiral

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      Observaba el movimiento de sus pequeñas aletas, mientras su padre limpiaba la pecera. Había sacado las piedras de colores y se disponía a llenar de nuevo la esfera cristalina. Los pececillos luchaban contra aquella espiral de corriente, bajo la diabólica mirada del niño que sostenía el tapón impasible. (Escrito para el II concurso de microjustas literarias de OcioZero)

¡Feliz día del libro a todos!

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             Aprovecho mi felicitación del día del libro para disculparme por este abandono blogueril (totalmente involuntario). Espero que en una semana, más o menos, mi vida vuelva a la rutina de siempre, y poder dedicarle a la escritura el tiempo suficiente para retomar el ritmo habitual.       Parte de este abandono venía de un proyecto que estoy terminando y que, si hay suerte, todos disfrutareis. La otra parte ha sido puramente laboral, ni abrir un libro he podido. Lo dicho ¡feliz día del libro a todos! y os debo un montón de letras atrasadas. "Gracias por estar ahí"

Practicando inglés

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             Ayer mi hijo tenía que aprenderse una lista de prendas de vestir en inglés. Yo soy una negada para el inglés, pero pensé: «Si es una lista de primero de primaria, muy difícil no podrá ser.» Esto es lo mismo que debí plantearme una vez que tenía que estudiarse cómo se clasificaban los animales. Ese día no se había traído el libro donde venía la clasificación. ¿Y qué hice yo? Pues lo que suelo hacer siempre en estos casos, googlear: «Cómo se clasifican los animales». No estaba muy segura de si se refería a clasificar entre animales marinos, terrestres o aves; o bien animales salvajes y domésticos… Necesitábamos una clasificación más completa, y aquello que a mí se me ocurría era demasiado elemental. Allí encontré la clasificación según su estructura, alimentación, reproducción; sub-clasificaciones según cada una de las anteriores y más sub-clasificaciones de estas otras. Entre todas estas categorías, sub-categorías y detalles al respecto, llené tres folios por las dos cara

Ilusiones

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      Llevaba demasiado tiempo apático e indiferente con su entorno, y aquel anuncio en el periódico le dio la respuesta que estaba buscando: “Vendo ilusiones en buen estado por no poder atender”        Esa misma tarde se presentó a recogerlas, el propietario se iba de viaje y sólo podía cargar con las que no tenían raíces allí. No estaba dispuesto a vendérselas a cualquiera, ellas necesitaban a alguien que las manejase con el mimo necesario,  que les prestase la atención suficiente y que estuviera dispuesto a no darles la espalda.       Se las entregó sin necesidad de hacerle ninguna pregunta, era el candidato perfecto para aquellas ilusiones; lo supieron ellas mismas nada más verle entrar por la puerta.

Mi cámara

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      A través de mi cámara el mundo se ve diferente, un pequeño espacio donde queda fuera lo que sin ella veo sin querer mirar. Lo transforma todo en pequeñas piezas de un puzle infinito. Para convertir algo pequeño en algo grande, solo tengo que modificar mi objetivo. Y si lo que quiero es congelar un instante, cambio la velocidad, el tiempo; porque mi cámara no entiende que la tierra gira cada veinticuatro horas. Algunas cosas las hace al revés: si quiero verte, tengo que dejar la luz a mi espalda; y si quiero ver la luz, solo me dejará ver tu sombra. Cuando te acercas ella va perdiendo el foco, me tomo un tiempo para cambiarlo y buscar la nitidez. Cuando te alejas consigue que la distancia me permita ganar terreno, tomar conciencia de lo que de cerca se me escapa.  El resultado no siempre es previsible. Me gusta saber que tu sonrisa será eterna después del clic, y que a tus ojos nunca se les terminará su luz.

Crónica de un calcetín

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     Una vez perdí un calcetín. Muchas veces he perdido calcetines, pero este par era diferente. No tenían nada de particular: eran cómodos, no dejaban marca, aunque tenían unos colores tan llamativos que eran difíciles de combinar. Por este motivo a penas los usaba.  Un día, sin saber cómo, perdí uno de ellos. El otro, el desparejado, se quedó en el cajón esperando a que apareciese su compañero y, aunque no solía usarlos, cada vez que veía al solitario calcetín, me apetecía que estuviese su compañero para poder ponérmelos. Lo busqué por todas partes y en más de una ocasión vacié el cajón, lo ordené y emparejé todos de nuevo; comprobando finalmente que sí,  que seguía desparejado. Cansada de que, al abrirlo, el cajón me recordara la pérdida de su compañero y su inutilidad estando desparejado, decidí tirarlo.       Otro día se me rompió la lavadora, con tan mala fortuna que tuve que jubilarla y comprar una nueva. Cuando el transportista hizo el cambio de lavadoras, observé que en el

Aquella luz al fondo

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      Comenzó a verse luz allá al fondo, solo faltaba un poco más. Entre todos, trabajando juntos, estaban a punto de conseguirlo. Sintió cómo unas manos tiraban de él, a la vez que una fuerza que procedía de las paredes de aquel lugar lo impulsaron hacia fuera. No se resistió y colaboró en su salida. Un grito que le salió ahogado, transformándose en un llanto intermitente, le hizo llenar sus pulmones de aire por primera vez. Era una sensación de libertad que no comprendía, aunque a su vez le asustaba.  Y aquella señora, la que le limpiaba y le vestía, él estaba convencido de que no era la misma. Aunque las voces eran distintas allí fuera, él podía asegurar que no era ella. Tenía frío y miedo, quería volver dentro, al refugio de aquel líquido cálido que le balanceaba, a la luz tenue y rojiza, al murmullo de aquel  latido acompasado. Quería volver a su hogar. Unos nuevos brazos lo arropaban ahora. Comenzó a sentirse tranquilo acurrucado en aquel cuerpo. Su oído recibía un sonido leja

Aquella melodía

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      Escuchaban la melodía lejana que una vez había paseado por sus cuerpos a través de la brisa de sus notas, dejando una leve caricia en sus pieles erizadas. Ahora les mecía entre sus acordes, acompasando su respiración a la cadencia de aquella música que parecía querer colarse entre sus cuerpos, y que al no poder les abrazaba, les envolvía, como una burbuja armoniosa y hermética.       El contacto de sus cuerpos desnudos les había sumido en una especie de sopor del que no querían desprenderse. Ella inhalaba hasta el más ínfimo poro de su piel, cálida, suave. Él recibía su respiración y el roce de su cuerpo, con una apacible sensación de bien estar que se iba transformando en un ligero estremecimiento.       Aquella música había parado de sonar, pero sus cuerpos seguían impregnados con el calor de aquella burbuja, embriagados por la melodía que aún persistía en sus ecos, mezclada con los susurros de su respiración y los latidos que aceleraban el ritmo de aquella tregua libidino

El ladrón de atardeceres

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      Se movía despacio entre la gente, procurando no perder ningún detalle del breve espacio que duraba aquel espectáculo tan mágico, que cada tarde se esfumaba como un susurro entre la tierra y el ocaso. Poseía una colección magnífica de atardeceres. Ninguno igual, todos distintos aún enfocados desde el mismo lugar. Separados por el tiempo,  el clima y adornados por el azar de aquellos transeúntes que se encontraban paseando sin prestar atención a ese día que, sin darse cuenta, se les escapaba.       Recordaba perfectamente qué propósito le hizo parar allí la primera vez, cuando contempló aquel primer atardecer de aquel lugar, sobre el puente de un río. Esperar. No llegó, y sin embargo aquella tarde le pareció más bonita que ningún día. Y siguió esperando hasta que el crepúsculo le dio paso a la penumbra de la noche, atenuada por la luz artificial de las farolas que desfilaban por el puente, ajenas a su mirada. Fue una tarde fría de finales de marzo. Celebró que no llegase, con la

Irreversible

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      Reservó hasta la última gota de su aliento para contener las palabras que no quería pronunciar. A pesar de ser tan joven, era consciente de que cualquier expresión que saliera por su boca en aquel momento estaría envenenada por la ira de aquella discusión.       No era la primera vez que discutían, pero sí la primera que saboreaba el amargor de la impotencia y la aplastante evidencia del vaso que derrama su primera gota de agua. Se concentró con todas sus fuerzas en algún pensamiento alegre que arrancase sus ganas de llorar. Buscó en sus bolsillos cualquier pretexto que le hiciera sentir algo distinto a la rabia. Pretendía encontrar aquello que siempre había funcionado en aquellos casos. Quería sentir nostalgia y volver sobre sus pasos. Pero ya no le quedaban ganas ni excusas suficientes.       Escondió en un armario bajo llave hasta el más insignificante de sus recuerdos, para no tener la tentación de mirar atrás. Cuando cerró la puerta tras su espalda, arrastrando su maleta

De ilusiones y sueños...

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Parece que fue ayer cuando publiqué aquella entrada titulada "Seis meses en mi blog" y por fin puedo decir que hoy, oficialmente, mi blog cumple un año de “cibervida”. Si hace un año me hubiesen contado lo que iba a ser para mí este proyecto, no sé si lo hubiese creído, jamás me he tomado un hobby tan en serio ni durante tanto tiempo seguido. Tampoco habría creído, si me lo hubiesen adelantado, que mis sueños recibirían tantas visitas, es más, pensé que entrarían sólo  amigos y familiares previa obligación y amenazas por mi parte, claro. Así que por ello, muchas gracias a los que me habéis dedicado vuestro tiempo , bien porque me conocéis y os apetecía compartir un ratito conmigo o porque el azar os trajo hasta aquí. A aquellos que habéis puesto un enlace en vuestras palabras para compartir las mías, muchas gracias por el gesto . Y no quiero alargarme mucho más porque sé que estos post suelen ser un rollo petardero, pero me apetecía agradeceros vuestra dedicació

El viaje

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             No tenía ninguna intención de soltarse. Pensaba que fuera lo que fuese, que pudiera encontrar lejos de allí, no sería tan placentero como permanecer allí viendo todo lo que le rodeaba, cómodamente. Sabía desde el principio que alguna vez tendría que soltarse, y eso le producía tal malestar que tampoco le dejaba disfrutar, del todo, con lo que tenía a su alrededor. Pero prefería buscar excusas para justificar sus miedos, que soluciones para eliminarlos.       Un buen día cuando se despertó, encontró que estaba sola. El resto de las semillas se habían soltado y pensó que su unión con aquella flor marchita ya no duraría mucho más tiempo, acabaría marchitándose con ella.  Entonces la flor, en su último suspiro, le dijo: ¡Venga, no seas tonta, suéltate, no tengas miedo y disfruta de ese viaje, será el más importante de tu vida!       Aquellas palabras recordó el diente de león, cuando vio desaparecer a la última semilla de su corola.

Me salen ronchas en San Valentín

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       Lo siento por los Valentines, por su santo, y también por los que lo celebráis, pero… me pasa este día lo mismo que me ocurre en Navidad, es como si la bondad, la felicidad o el amor ―en este caso― hubiera que enlatarlo y abrirlo en una fecha determinada. Si se quiere a alguien, ¿por qué demonios hay que demostrárselo un solo día? ¿Qué pasa con el resto del año, hay que estar relajados y dispersos? Me voy al facebook a ver si encuentro un grupo de esos para unirme de: "Señoras que odian San Valentín" o "Guarda los bombones para otro día que no sea alérgica al chocolate"...

El peso de una carta

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Cap. anterior: Aquello que olvidé en Kenia       Llegamos al aeropuerto de Nairobi a primera hora de la mañana. Habíamos acudido por la muerte repentina del señor Sherman. Un infarto que avisó con un amago semanas antes, se lo había llevado mientras veía la televisión en el salón a altas horas de la madrugada. La señora Sherman se encontraba dormida en la habitación y al levantarse por la mañana lo halló tendido en el suelo. Cuando nos llamó desconsolada para darnos la noticia, tanto Chris como yo estuvimos de acuerdo en que no podíamos faltar. Los Sherman fueron un gran apoyo para nosotros cuando mis padres sufrieron aquel accidente, y ahora la señora Sherman necesitaba el apoyo de todo el que pudiese acudir a su lado.       Encontramos a la señora Sherman bastante demacrada. Habían pasado dos años desde la última vez que nos vimos y sin embargo parecía que por el rostro de aquella señora menuda con pelo blanco, hubiese pasado una década. Sus hijos habían sido mis amigos inseparabl

Interpretación de los sueños a mi manera... (como diría Markos)

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      Nunca he creído en los presagios ni en la interpretación de los sueños ni en nada de eso… Mi teoría es que lo que soñamos es una especie de reproducción de lo que vivimos o pensamos en el día a día. Y como mi blog va de sueños, hoy me apetecía sacar a relucir este asunto, y he indagado un poco por la red para ver lo que encontraba al respecto. He encontrado una página donde estaban ordenados alfabéticamente algunos temas sobre soñar con cosas y su interpretación. Dejo el enlace de la página , para que no me vengan luego con plagios, porque he cogido las interpretaciones tal cual las he encontrado (es lo que está en oscuro y en claro son mis palabras).  Sólo he sacado a relucir algunos que han llamado mi atención, me he ido por el lado de las relaciones y el sexo, que era el tema más jugoso; pero los hay curiosos como el de soñar con pedos (¿Alguien sueña con pedos? Y en los sueños cómo aparecen, ¿son visibles?)       Soñar que se tira pedos indica que siente cierta agresi

Orgullo

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      Miró detrás de su espalda por si su orgullo le seguía, tenía miedo de que otra vez le envenenase con la vanidad y la arrogancia de sus espinas. Trató de escapar al saberse libre de aquel yugo que en otras muchas ocasiones le había hecho sentirse tan fuerte y seguro. Sentía que reprimirlo estaba siendo su mayor cruzada, esa que deja un regusto agrio por lidiarse con el rival más temido: el aceptar la derrota contra uno mismo. Aún así, decidió continuar en su empeño, haciendo oídos sordos de las voces que en su conciencia reclamaban volver a su sitio a recogerlo, armarse con él hasta las cejas y vencer a cualquier precio.       Pero esta vez era demasiado tarde para su orgullo, él había medido lo que estaba en juego y se liberó de tan pesada armadura, aunque sólo fuese por un breve espacio de tiempo.

Dentro de una caja había

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Encontré una vieja caja de metal, donde solía guardar las pequeñas cosas que iban sucediendo durante mis carreras por la vida, para así detener el tiempo. Al abrirla, un millón de sensaciones me revolotearon por dentro mientras descubría su contenido. Saqué de ella: Una cita perfecta y otra olvidada. La entrada de cine de una película que me perdí, para perderme entre las caricias de unos besos. Un puñado de sonrisas y el cerco que dejó algún pequeño charco de lágrimas.  Un sueño escondido detrás de una vieja foto desenfocada, donde la ilusión había permanecido congelada. Una carta que jamás fue enviada, otra que se gastó de tanto ser leída, y otra que rompí y después pegué con el pegamento de la esperanza. Una pulsera de colores partida por el desgaste de la euforia de muchos momentos.  Una fecha inolvidable, anotada en el reverso de un sobre amarillento, junto con un número de teléfono que mil veces marqué. Un lazo para el pelo con el olor de la añoranza. Dos billetes

¿Por qué el cartero siempre llama a mi casa?

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      Al menos, todo hay que decirlo, nunca llama dos veces…       Yo tengo dos teorías: que pulsa por sistema a todos los botones del portero automático, aunque lo raro es que cuando contesto sólo escucho mi ¿Quién es?... o que por las mañanas soy la única habitante de mi bloque y ya me ha calado, ahorrándose así pulsar el resto. A veces, cuando sube a traerme una multa  o cualquier otra carta certificada, me dan ganas de preguntárselo, por curiosidad más que nada, pero nunca lo hago, no vaya a ser mal interpretada mi pregunta.       Cuando llaman los del buzoneo, siempre les abro la puerta, me recuerda a mi época de estudiante, cuando realizaba ese tipo de trabajos, muy odioso la mayoría de las veces, porque la gente es muy poco agradable cuando se les pulsa al telefonillo… Recuerdo que solía empezar pulsando los botones de los pisos más altos, no sé si es que me daba miedo que los del bajo me abriesen cara a cara y con cierta mala leche por el momento inoportuno de mi visita

Pájaros de papel

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Pájaros que no eran pájaros, sino figuras de papel que volaban a su alrededor sin orden ni concierto, esperando una mirada o un gesto para tomar vida propia y no dejarse guiar por los hilos a los que estaban sujetos. En la habitación, el tiempo se le escapaba entre los dedos como un puñado de arena. La ventana estaba abierta, y el aire frío que entraba por los barrotes movía los hilos de aquel carrusel de colores que se enredaba entre sus cabellos. ―Cabeza alta y no tengas miedo ―se decía a sí mismo, mientras se peinaba frente al oxidado espejo, convencido de que los pájaros que tenía en su cabeza, no eran más que el producto de muchas noches perdido en sus sueños. (Escrito para el decimocuarto reto de microrrelatos del foro de Nuncajamás)

Entre dos copas de vino

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      Si me hubiesen preguntado qué era lo que había visto aquella noche, no hubiese sabido qué responder. Nosotras lo llamábamos noches de cine, y nunca sabíamos qué película íbamos a ver. Si nos distribuían a más de cuatro a lo largo de una mesa, ya sabíamos que allí se iba a montar un buen sarao. Esas eran las pelis de acción, podíamos terminar mezcladas unas con otras, regadas de agua en vez de vino o de cerveza, incluso más de una hecha añicos. Era divertido pero también te jugabas la vida. Las copas de champán eran las que antes solían caer en esas celebraciones y, aunque son insoportables y siempre van presumiendo por su figura fina y delicada, solemos dejarlas creerse lo que quieran. En el fondo nos dan bastante pena, algunas no aguantan nada y se rompen el mismo día de su estreno.        Yo, afortunadamente, soy una copa de vino, y también una enamorada de las películas románticas que, traducido a nuestro cine, son las mesas de dos, incluso a veces de cuatro. Son ses

Historia de una mirilla

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      Por más que intentaba no hacer ruido al subir aquel tramo de escalera, era irremediable, el crujido de la madera me delataba y la vecina del primero derecha abría su mirilla para observarme cada vez que subía a mi piso, situado en el tercero. Nunca había visto su cara. Sabía quién vivía porque Prudencia, la portera,  me había contado, el primer día que me mudé, la vida en verso de todos y cada uno de los vecinos de aquel pequeño inmueble.       Lo formábamos siete vecinos.Prudencia tenía un pequeño apartamento en la planta baja, de cuya puerta de entrada salía un pequeño cubículo con forma de mostrador y que era la portería. En el primero derecha la adicta a la mirilla, una señora viuda de la que no sabía más datos. Enfrente de ella dos jóvenes con los que me habría cruzado, en el año que llevaba aquí viviendo, unas seis veces; y según Prudencia: “Esos dos son pareja, porque dos hombres viviendo juntos ya se sabe…”, decía mientras miraba de reojo hacia la escalera, hacien