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Fondo de armario

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      Discutían acaloradamente el vestido rojo y la falda de vuelo azul, siempre estaban a la defensiva y era el top de seda negro quien mediaba en sus discusiones. Le hubiera gustado ponerse de parte de la falda azul, ya que existía muy buena relación entre ellos, acostumbrados a combinar juntos. Pero esta vez, a pesar de que no soportaba al engreído vestido rojo, no le quedaba otra que darle la razón. Lo que contaba era cierto: existía una crisis fuera del armario. Escuchó la conversación entre su vecino de armario, el blazer negro, un tipo en apariencia bastante estirado pero que en las distancias cortas mostraba su lado amable y cercano, y el vestido rojo. Ambos eran grandes compañeros de fiesta y por todos era sabido que cuando salían juntos, amanecían revueltos. Pues bien, el blazer negro contaba que días atrás salió de fiesta con un vestido en tono dorado de encaje que le había dejado muy tocado. El vestido rojo, al escuchar su confidencia, y pese a que blazer juró y perjur

El carrusel de los sueños

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             Me preguntaste con qué compararía nuestra historia, y respondí que con un viejo carrusel porque dábamos vueltas sin avanzar a ningún sitio en concreto. Así nos gustaba. En ella nos sentíamos como niños, ajenos a lo que en ese momento existiera fuera de aquel carrusel cargado de sueños. Yo solía subir primero, buscando un sitio donde poder controlarlo todo, pero tú siempre encontrabas un lugar para esconderte, no sé si con la intención de fastidiarme o porque te mareaba el hecho de girar. Mientras, yo, aferrada a mi asiento, esperaba a ver si salías de tu escondite y tomabas la iniciativa de acercarte. Tardabas. Me impacientaba. No venías. Me desilusionaba. Y justo cuando me planteaba rendirme, aparecías. Y aquellos instantes, por lo inesperados, por lo efímeros, se convertían en los mejores. El carrusel seguía girando, pero ya no era así. Nuestro carrusel se había detenido, y era el mundo lo que giraba para nosotros.

Haiku IX

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Pasea su cuerpo atrapado en un sueño reflejos de ayer.

El día que descubrí “la chorraera”

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             Recuerdo al poquito de venir a vivir a Málaga, cuando mi hijo ya andaba, estaba en un parque cerca del barrio con él y, en un momento que me despisté mientras charlaba con una madre, perdí de vista al niño. Empecé a ponerme nerviosa mirando en todas direcciones hasta que ella, contagiada por mi nerviosismo, le localizó y me dijo: “Tranquila, está en la chorraera”. Y yo, lejos de tranquilizarme, entré en modo pánico buscando la fuente y pensando: “Ay, la virgen, como se me moje el niño que no me he traído ropa de cambio”, mientras le decía impaciente: “Pues no veo la fuente”.  Lo cierto es que tampoco me sonaba haber visto ninguna. “No, digo en la chorraera, ¿no le ves que sube por la escalera?”. Y ahí fue donde descubrí que un tobogán en Málaga es una chorraera. “¿Y por qué lo llamas así?”, pregunté con curiosidad. Es así como se dice aquí, porque “te chorreas pabajo”, ¿no ves?… Así son los malagueños de salaos, con su diccionario particular de palabros.

Yo siempre lo he llamado flash

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      Esto no sé si son cosas de los malagueños o soy yo que siempre he estado equivocada llamándolo mal, pero recuerdo una vez que íbamos por la calle un grupo de amigos, encontramos un kiosco de helados y se nos antojó comprarnos uno. Unos pidieron cucuruchos, otros de palo, etc., y a mí se me ocurrió pedir un flash. Y esta fue la reacción de la mujer del kiosco:       —Un flash.       —¿Un qué?       —Un flash.       —¿Flash?       —¡Sí, flash!       La señora del kiosco con cara de no estar enterándose de nada y yo preguntándome que letra estaba pronunciando mal para que no me entendiera. En esto que salta uno de los del grupo que sí era malagueño:       —Un “poloflash”.       —¡Ah, sí! ¿De qué lo quieres? —respondió la señora muy resuelta ya.       Y a mí se me quedó una cara de no poder creérmelo. Pero vamos a ver, ¿tan revelador era agregar “polo” a la palabra “flash” para comprenderme? Entendería que si entro a un bar y pido un flash, el camarero me mire

Conflicto de intereses

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      —Sólo tienes que meter la mano y manejarla con tus dedos —explicaba la niña, encantada, recreando en su imaginación el momento donde las marionetas se fundirían en ese beso soñado fuera del escenario.       El muchacho, nervioso, consultaba su reloj, impaciente por lanzar las canastas que le había prometido después. (XIII Edicion de las Microjustas OZ)

Perfecto amo de casa

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      Se duchó, repasando mentalmente los informes que debía terminar. Ya en pijama, preparó un sándwich que engulló viendo el telediario. Fue al sonar el teléfono y ver el nombre de su mujer en la pantalla cuando recordó a su bebé durmiendo en la sillita del coche. (XIII Edición de Microjustas OZ)

Parece que fue ayer…

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      Llevo ya cuatro años escribiendo, o al menos eso dice mi blog. Cuatro. ¿Cuatro? ¡¡Cuatro!! Para mí ha sido un suspiro, soy capaz hasta de situarme en ese lejano día de febrero de 2010 cuando, una mañana soleada (como suelen serlo todas en Málaga), muy entusiasmada, pulsé el botón titulado “crear blog”, y las vueltas que le di para encontrarle un nombre, una imagen, unos colores… Ha llovido mucho desde ese día pero para mí nada ha cambiado. Bueno, nada y todo lo ha hecho porque aunque he ido cambiando de forma, nunca el fondo, conservo las mismas ilusiones que entonces. Aunque, como todo en la vida, uno cuando empieza con algo lo coge con muchísima fuerza. Y no es que ahora me haya cansado de escribir a diario, pero las novelas me han hecho acostumbrarme a aflojar el ritmo, al principio era más activa en relatos y más participativa en foros de escritura. Mi día a día tampoco es el mismo que entonces, aunque mi mente sigue muy activa buscando nuevas ideas que voy anotando y