Historia de un botón
Cada vez que me pongo el abrigo negro y meto la mano en el bolsillo derecho, encuentro el botón que se me cayó aquel día, el segundo desde arriba. Nunca he querido coserlo. Me gusta jugar con él dentro del bolsillo, me hace recordar cómo comenzó todo. Cuando elijo ponerme ese abrigo, siempre te fijas en la ausencia del botón. La primera vez que notaste su falta, tu frase fue: «¿Sabes que has perdido un botón del abrigo?». Yo, instintivamente, me llevé la mano al bolsillo, como para asegurarme de que se encontraba todavía allí, y contesté: «Sí, lo llevo en el bolsillo, se me acaba de caer en la oficina». Ahí aún no nos conocíamos. Estabas sentado junto a la barra de la cafetería que hay frente al edificio de oficinas donde trabajamos: tú en el departamento de contabilidad de una empresa en la tercera planta, y yo en una correduría de seguros en la sexta. Ni siquiera recuerdo haberte visto antes de aquel día. Llegué tarde a desayunar y el único hueco que encontré libre fue