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Pequeño cambio…

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      Cuando me da por experimentar… mal asunto. ¡Tengo más peligro con el ratón que un mono con dos pistolas! Llevaba mucho tiempo cotilleando las nuevas plantillas de Blogger. Bueno, nuevas… llevan ya un montón de tiempo, pero yo seguía aferrada a mi antigua plantilla «Harbor». Así que hoy me puse a juguetear con el blog y a cambiarle de look en plan “probar y no guardar los cambios”… ¿Y qué ha pasado? Pues que le iba a dar a «ver blog» pensando que era una vista previa y le he dado al botón de al lado «aplicar al blog»… Después de entrarme los siete males, sabiendo que no podré recuperar mi antigua plantilla porque Blogger las ha quitado, he recapacitado y he pensado que quizá es cuestión de tiempo el acostumbrarme a verlo así… Al menos encontré un fondo que le va al título… ¿Quién no se ha encontrado alguna vez con «flare» en alguna foto a contraluz?  Tienen su encanto.       Pues nada, que aquí la metepatas ha cambiado de look.

Maldita la gracia...

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Lo que está escrito en otro color de fuente son enlaces       Ahora escucho un ratito, cuando voy en el coche por las mañanas, el nuevo programa de radio de Europa FM: “Levántate y Cárdenas”. Hay una sección del programa que es sobre bromas. La del miércoles me hizo mucha gracia pues un tipo llamó a un sitio de esos de descargas de juegos para el móvil y se quejaba del servicio porque se descargó el juego de los SIMS y su muñeco no se levantaba de la cama. Por lo visto, le explicaba a la del servicio de descargas, había pasado el fin de semana con otra SIM dándole salami (palabras textuales) y llevaba dos días sin moverse. La del servicio de descargas se lo quitó de encima como pudo, diciéndole que buscase la solución por internet. Al día siguiente volvió a llamar, en esta ocasión se puso un hombre y el bromista, entre sollozos, le contó que quería poner una reclamación porque su SIM había fallecido. El del servicio de atención, impasible ante los lloros del cliente por la pérdi

Comparando el mar

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      Aquella tarde, sus aguas parecían las garras de una fiera enjaulada. Amenazando en cada impulso para hacerme caer de aquella roca. Me mantuve firme en mi puesto, desafiando sus lenguas de fuego sustituidas por gélidas aguas, de aquel gigantesco dragón que hacía tan solo unas horas, dormía plácidamente como una llanura en calma.       Siempre me he preguntado qué secretos esconde el sonido del mar. Por qué hechiza los sentidos con el vaivén de sus aguas. Te atrapa con su murmullo infinito, incita a descalzarte y a jugar con sus embistes, como si fuera un niño travieso que te lanza la pelota y no puedes resistirte a pasársela.       Un niño gigante y caprichoso que consigue seducirte con sus ojos tristes en los meses de invierno, y con su mirada radiante en los días más soleados. Te enreda en sus aguas con su juego de oleaje, meciéndote con sus enormes manos, y olvidando, en ocasiones, su fortaleza;  dejando tu cuerpo exhausto por el forcejeo de su efusivo abrazo, hasta que lo

¡Trágame tierra!

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      Íbamos paseando por el campus universitario camino del autobús. Hacía unos seis meses desde que nos habíamos conocido, a principios de curso. Ella se sentó a mi lado en clase y enseguida surgió nuestra amistad. Al principio era muy comedida en sus comentarios, y ello hacía que me sintiese cómoda charlando con ella; pero poco a poco se fue soltando y no tardó en sacar a relucir su escondido egocentrismo y sus aires de protagonismo. Siempre recriminaba que me mantuviese en segundo plano en las conversaciones; pero en el fondo le encantaba que así fuese y poder ella manejar todos los hilos de nuestra amistad a su antojo. La nuestra y la de todo el grupo, claro.       Lo que más le gustaba, era airear los trapos sucios de los demás. Y disfrutaba cuando era testigo de esas meteduras de pata típicas que cuando las cometes te hacen decir: ¡Trágame tierra! Recuerdo una vez que salíamos de una tienda, y sin darme cuenta de que la puerta era de cristal, me empotré con ella de bruces y

Aquel profundo sueño

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      A pesar de su actitud decidí seguir la relación con él. Realmente, a aquello que teníamos no se le podía llamar relación. Nunca tuve claro qué nos impulsaba a estar cerca. Éramos  muy diferentes, al menos aparentemente diferentes. Cuando nos conocimos, era como si cada uno estuviese hecho de un elemento químico opuesto al del otro.       Después del primer contacto, parecía que todo fluía en perfecta sincronía, como si las palabras de uno saliesen de la boca del otro, para regresar por los oídos del primero y ser guardadas en la mente del segundo. Nuestros elementos habían formado una disolución adecuada, un perfecto equilibrio químico.       Si hubiésemos sabido cómo terminaría aquello, es posible que ninguno se hubiese aproximado al otro. Habríamos caminado, sin más, por nuestra trayectoria, sin volver la mirada ni pararnos a pensar. Un cruce sencillo, sin brisa ni movimiento, sin un roce invisible que levantase el vuelo de una semilla de diente de león; un cruce vacío

Los niños de hoy...

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      Muchas veces hemos recibido correos con presentaciones en PowerPoint de comparativas con los tiempos de antes, incluso anuncios de televisión, y nos hemos sentido orgullosos de ser treintañeros o cuarentones, y de haber sobrevivido a todas aquellas inclemencias de nuestra infancia, donde si seguimos vivos es por pura casualidad. El otro día me contaba mi marido, entre orgulloso y aterrado, sus hazañas en bicicleta por “El caminito de la muerte”, así lo habían bautizado. Un camino de medio metro de ancho, cuyo borde interior era una roca vertical, y el exterior un precipicio de quince metros ¡Pá haberse matao! Estas anécdotas me hacen plantearme serias preguntas ¿Seré capaz algún día de dejar a mis hijos ir solos con la bici? O lo que es peor… ¿Les dejaré salir solos aunque sea a pie? Supongo que sí, no creo que vaya a ser una madre coñazo de por vida, pero me aterra la idea, será porque aún son pequeños…       No era esto lo que quería contar, sino lo sibaritas que se han vue

Mi mundo

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                                             Nunca he conseguido que mi mundo gire a la velocidad establecida. Ni que lo haga en el sentido habitual de rotación. Su ritmo es inconstante y contradictorio; unas veces gira como las agujas de un reloj, otras retrocede como una manecilla loca, y otras, simplemente, se desprende y se precipita, como los granos de un reloj de arena. Sin un soporte donde agarrarse, ni una muesca en su inmaculado cristal; mi mundo cae esperando que el reloj dé la vuelta o se transforme en un reloj solar. Mi mundo a veces es grande y compartido; otras veces es pequeño y secreto. Viste miles de colores cuando se despierta con sonrisas, y pierde sus tonos cuando se envuelve en melancolía. De la misma forma enciende y apaga sus luces, siempre guiado por las sensaciones que despiertan su nuevo día. No sé si el resto de los mundos son como el mío. Un mundo que vive soñando en su vida, con la esperanza de algún día, estar viv

De miedos irracionales...

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      No soporto las películas de miedo. Bueno, no es que no las soporte, me encanta verlas, lo que no soporto es el después, suelo tardar muchísimo tiempo en olvidarlas y, lo peor de todo, soy totalmente irracional en este asunto… Ejemplo: Hace muchos años, cuando se estrenó la película de “El sexto sentido” trabajaba en un laboratorio fotográfico. Recuerdo que al día siguiente de ver la película estaba yo muy contenta porque, dentro de lo que cabe, no estaba tan acojonada como suelo estar cuando veo una peli de este género. Así que todo fue a las mil maravillas hasta que me tuve que meter en el cuarto oscuro para cargar la bobina del rollo de papel fotográfico… En la mitad del proceso, no sé por qué estúpida razón, me dio por pensar en la película que había visto y en que, lo mismo, algún muerto podría estar a mí lado allí mismo, haciéndome compañía en el cuarto oscuro… ¿Qué pasó? Pues que me entró tal pánico, que no tuve más remedio que encender la luz y velar todo el rollo de