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Cayendo

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Se perdió el fin del mundo, su mundo, decidió cerrar sus puertas y no mirar hacia atrás. Atrás quedaron sus sueños, metidos en las maletas, con las que no viajará más. Mas no quiso contemplar sus recue rdos, había perdido el rumbo, ya no sabía continuar. Continuar dormido o despierto, le producía un desasosiego difícil de soportar. Soportar la soledad siniestra, la pérdida no le dio tregua, le hizo confundir la realidad. La realidad le dio la espalda y naufragando en sus esperanzas decidió no darse una oportunidad. (Inspirado en la frase de Drusylla: "Se perdió el fin del mundo" para El cuentacuentos)

La chica del paraguas rojo

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       La chica del paraguas rojo no podía imaginarse lo que le esperaba a la vuelta de la esquina. De haberlo sabido se habría dado media vuelta y tomado otro camino hacia su casa. O se hubiera detenido a probarse ese precioso vestido azul que había visto en el escaparate de la tienda contigua a su trabajo. También podría haber tomado el café que con tanta insistencia Julio, el mensajero de la oficina, llevaba toda la semana intentando invitarla y que ella, con su natural y tímida sonrisa, tantas veces le había rechazado. O bien podría haber ido a recoger el libro que tenía encargado en la librería de la acera de enfrente y echar un vistazo sobre el mostrador de las novedades.  Pero decidió seguir el habitual camino de regreso a casa. Estaba cansada, había sido una dura jornada de trabajo y una larga semana. Quería aprovechar, ya que había salido tan pronto, los vestigios de luz que a aquella tarde de otoño aún le quedaban, para pasear bajo la fina lluvia.  Por fin era viernes, y e

El iris

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      C uando se miró al espejo notó una presencia extraña. Todo parecía estar en su sitio, pero se sentía de otro modo, como si su cuerpo fuese un traje que llevase puesto. Probó a escurrirse y se dejó caer. Después miró hacia arriba, allí seguía su cuerpo, delante del lavabo. Se levantó y se puso a su altura, quería ver aquella imagen duplicada en el espejo. Cuando consiguió mantenerse erguido, la salida de su cuerpo le había agotado sus fuerzas, una cara con mirada inquisitiva de un verde intenso, le observaba a través del espejo. Eran como dos gotas de agua, excepto el iris, que en su caso era marrón tirando a negro.       No habían dicho ni una palabra, cuando entró en el baño Elena, su mujer, que al ver la desconcertante escena cayó al suelo desmayada. Cuando recuperó el conocimiento y preguntó quién era su marido, hubo un yo unánime por respuesta.       La mujer se zafó de ellos, asustada, cogió el teléfono móvil de la mesa y se encerró en el baño de la entrada. Marcó el n

En el probador...

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      Mientras se observa en el espejo del probador, piensa que esa talla corresponde exactamente con la suya. Es la primera vez que se pone un tanga de encaje negro, con su picardías a juego. Observar su cuerpo desnudo a través de ese tejido tan transparente, le proporciona una sensación de reservado placer. Cuando termina de probarse el mencionado conjunto, vuelve a vestirse con su ropa. En un ramalazo de pura atracción, tiene la efímera tentación de coger las minúsculas prendas y guardarlas en un bolsillo de su chaqueta. Presa del pánico que le produce la idea de que un pequeño hilo o etiqueta del sistema de alarma delate su tentativa de hurto, decide dejar el conjunto perfectamente colgado de su percha dentro del probador.       Al abrir la cortina, se topa con la cara de un chico joven que lleva varias prendas en la mano, y cuyos ojos miran fijamente el conjunto colgado a su espalda.       ―Eso... Eeeeeeso ya estaba ahí cuando llegué ―le comunica al joven, ajustándose

Donde mueren las mariposas

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      P ermanecía sentada al lado de su cama desde hacía más de una semana. A menudo le hablaba y le contaba momentos de su vida juntos. Otros, simplemente callaba y le observaba, escuchando el leve ruido del respirador y el monitor. Esos sonidos eran como una especie de cantinela, un murmullo de su interior. Al principio ese rumor la atormentaba. Era el sonido del sufrimiento, del dolor. El recuerdo del momento que, por un descuido que tuvo el conductor del coche que le adelantaba, hizo que el de Rubén saliese despedido de la calzada. Era el sonido de la soledad y el desamparo; pero también de la permanencia y de la esperanza.       Recuerdo una vez, cuando era pequeña, que llegó a casa con una caja de zapatos llena de gusanos de seda. Eran minúsculos y raquíticos. Todos los días se iba en busca de hojas de morera, con su caja a cuestas. Allí donde iba ella, se llevaba sus gusanos. Los sacaba de la caja, se los ponía en la mano, los colocaba en fila... Alguna vez la encontré con

En memoria...

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Hace más de seis años se fue una de las personas más importantes de mi vida. Recuerdo su cara con sus arrugas, vestigio del paso del tiempo; sus gestos tranquilos y serenos; su voz siempre amable y cariñosa; sus paseos con mi mano cogida; sus tirones en mi pelo con el peine; sus guisos, con el sabor de toda la vida; sus besos. Forman parte de mi pasado, de mi niñez, de mi historia. Mil veces he tratado de evocar aquellos momentos lejanos, para revivirlos y disfrutarlos como entonces. Que mi memoria me obsequiase con un presente, como si volviese de un largo viaje o como si fuese Navidad. Pero mi mente a veces se vuelve perezosa y difusa, y no me deja rememorarlo con pulcra nitidez. Hace un año siguió sus pasos su compañero, su alma gemela, su mejor amigo. Él pudo compartir más momentos, conocer a sus bisnietos, abrazarles, pasear con ellos de la mano, besarles. Ahora vuelve a mi cabeza otro pedazo de mi historia que se mezcla con la antigua hasta conseguir una fusión, donde mis do

Consciencia (Cap. I)

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      La primera vez que fue consciente de su presencia, estaba situada delante del objetivo de su cámara.       Los niños de la primera comunión hacían su entrada por la puerta de la iglesia. Miguel estaba valorando el campo visual para ajustar la profundidad de campo, en el punto exacto donde los niños avanzarían en procesión por el pasillo central de la iglesia, camino de los bancos laterales, dispuestos a ambos lados del altar. De esta forma conseguiría una panorámica general del recorrido.       Se había colocado delante de una columna, justo al lado de la sacristía. Delante, desplazada hacia la izquierda, había otra columna y pegado a ella un lampadario con casi todas las velitas encendidas, excepto dos o tres que en breve serían encendidas por la mujer que se interpondría en su objetivo.       Pensó que sería una buena idea, aprovechar el encuadre con parte del lampadario con las velas encendidas en primer plano, algo desenfocado para así dar todo el protagonismo a la pr

Falsas apariencias

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      Hay cosas que nos cuesta reconocer abiertamente. En unos casos damos un rodeo para eludir el tema, en otros nos justificamos o nos apoyamos en quienes actúan de la misma forma, y hay veces en que directamente, lo negamos y nos quedamos tan anchos. A quién no le ha pasado siendo adolescente, pasarse una semana hablando a tu mejor amiga de Fulanito: «Fulanito dice. Fulanito dijo. Fulanito va. Fulanito viene. Mira, ahí está Fulanito».... Y en el momento en el que la amiga te dice: «Tía, ¿a ti te gusta Fulanito?». Le dices: «No, ¡qué va! ¿Por qué?». Y te quedas tan fresca. Aunque por dentro piensas: «¡Me cago en la leche! ¿Tanto se me nota?».       Otra cosa muy frecuente y que cuesta mucho reconocer, a pesar de que se están poniendo muy de moda por la televisión, Internet, etc. son los juguetes sexuales. En una reunión de mujeres todas ignoran el tema y ninguna parece saber de lo que se está hablando. Eso sí, en el preciso instante en que una de las presentes admite tener, por ej