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Entre la vigilia y el sueño

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      Algunas veces sólo somos sombras, perfiles de la oscuridad, o bosquejos de un cuadro inacabado buscando un refugio donde escondernos del universo por un instante, para encontrar nuestras reflexiones y pensamientos. Un singular momento en el que nada de lo que nos rodea existe para nosotros, como una especie de paréntesis de nuestra existencia. Algo parecido a un agujero espacio temporal, donde todo lo que hay alredor queda congelado y ajeno, y la única vida que se mueve es la de las sombras sin cuerpo.       Nos proyectamos a una gravedad vacía donde perdemos el control del tiempo, la distancia y la energía. El silencio y la luz son los mejores aliados, nos permiten mantener el contacto con nuestro juicio y razonamiento. Cuando se rompe la barrera del agujero donde se encuentran nuestras coordenadas espacio temporales, la gravedad tira de nosotros y caemos al vacío sin remedio, el golpe es fuerte y doloroso incluso para una silueta sin cuerpo.       El retorno al univers

Una hebra de hilo...

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      Si yo fuera una hebra de hilo, querría ser tejida para un bonito pañuelo que se anudase al cuello o a modo de diadema. Me encantaría impregnarme con mil perfumes y pasear a la luz de las estrellas; o bien salir volando con una racha de viento huracanado desde un crucero, para ver el mundo desde el aire, usando mis propias alas por un pequeño instante en el tiempo. Después caería en el agua y disfrutaría de un agradable baño salado, mientras soy transportada con el vaivén de las olas, a una hermosa playa peinada por la brisa y el silencio.        Una vez el sol me hubiese ayudado a abandonar el húmedo lastre, volvería a retomar el vuelo, de nuevo a merced del viento; y como la semilla de un diente de león acabaría posándome en algún lugar recóndito, donde otras manos hallarían mi refugio incierto.     Nuevos paisajes misteriosos y efímeros volverían a ser compartidos, y otros perfumes impregnarían mis sentidos. Y cuando ya no me quedasen fuerzas y de jirones estuviese

Un bello rostro

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      Su mirada ante el espejo era altiva y arrogante. La naturaleza le había obsequiado con una belleza sublime que rozaba la perfección. Ella lo sabía, desde que era una niña había sido admirada por su hermosura y gracia naturales, para más tarde convertirse en su principal obsesión. El grado de admiración que despertaba a su paso era tal, que empezó a mellar en su alma, y poco a poco se fue transformando en un ser orgulloso y altanero, incapaz de simpatizar con aquellos que no sentía dignos de su aprecio, tan sólo por no poseer en su fachada, unas cualidades de belleza inmediata. Nunca miraba más allá, con sus cautivadores ojos.       Consiguió encontrar, con mucho esfuerzo, un hombre acreedor de sus encantos. Ardua tarea fue aquella, ya que a cada uno le buscó un defecto, por nimio que fuera, para apartarlo de su vista. Eligió quizás al más elegante, sencillo y noble, no hacía sombra a su belleza, pero tampoco la descompensaba. Su edad, diez años mayor, hacían que ella parecies

Pompas de jabón

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      Se sentó en la pendiente más alta del parque para hacer pompas de jabón. Era una tarde cálida de principios de primavera. Me hubiese gustado decirle que no había elegido el mejor día para las pompas, que esas criaturas transparentes y ligeras gustan de la humedad de la atmósfera, y que el calor rompe su tensión superficial con facilidad; pero quién era yo para racionalizar un concepto que a simple vista se muestra mágico y misterioso.       Salió una pompa gigante que intentó sujetar con la palma de su mano sin mucho éxito, mi mente ya se había adelantado a ese desenlace, segundos antes de que estallase.       Me senté en un banco a leer el periódico. Sentí una gota húmeda rozar mi mejilla y otra que me acarició el brazo. Al instante me di cuenta que se trataba de una pompa de jabón. El aire cálido de sus pulmones hacía que se elevasen para después terminar cayendo.       Mi manía de buscarle una explicación a todo, hizo que me preguntase cómo podían haber caído sobre mí, si

Laberinto de palabras

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   ―¡No sé cómo ni dónde, pero acabaré con su vida un día de estos!    ―¿Hablas en serio?    ―¿Es que lo he pensado en alto?    ―Sí, y me tienes intrigadísima.    ―Estoy buscando el titular para un artículo que he escrito. ¿Quieres que te lo lea?    ―Preferiría que hablásemos, hace siglos que no lo hacemos.    ―Yo no tengo esa impresión, hablamos cada día.    ―Pero no me refiero a hablar sin más, me refiero a hablar de verdad, a compartir palabras,  a escuchar con atención lo que nos contamos, a entender lo que queremos decir sin darlo por sentado...    ―Yo hago eso siempre, ¿acaso tú no?    ―Sí, pero quizás deberíamos esforzarnos un poco más.    ―Creo que cuando una cosa tan sencilla como esa requiere un esfuerzo, deja de ser especial o simplemente ha desaparecido la complicidad.    ―¿Tú no la echas de menos?    ―No creo haberla perdido.    ―Yo he estado mucho tiempo a años luz sin darme cuenta, me acostumbré sin más.    ―¿Y por qué yo no me di cuenta?    ―Porqu

Historia de una cabina...

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    Nunca me he considerado torpe con las nuevas tecnologías, pero ahora tengo serias dudas después de lo que me pasó esta mañana...     Salgo de casa con el bolso lleno de artilugios, menos el teléfono móvil que se estaba  cargando. Como iba a un parque que está muy cerca, no me preocupó demasiado su falta. No llevaba media hora fuera de casa, cuando me doy cuenta de que necesito hacer una llamada, suerte que era a casa porque es el único número que sé de memoria a parte de mi DNI y alguna que otra fecha de cumpleaños.      Divisé una cabina telefónica a cien metros, cosa que me chocó porque pensaba que ya estaban extinguidas, y eso que paso cada día por su lado, debe ser que forma parte de mi paisaje cotidiano, al estilo árbol.     Como no llevaba monedas pequeñas metí una moneda de euro que salió rodando por la ventanilla del cambio. Entonces miré fijamente al aparato y me di cuenta que ya no era como yo lo recordaba: auricular, ranura de moneda, teclado y ventanilla para el c

Descanse

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Arrancó el tren y la señora no paró de hablar hasta la llegada. ¿Va mucho a Madrid? Yo voy a menudo, tengo allí una hija ¿Tiene hijos? Yo tengo una y un nieto ¡mire que guapo! Al principió contesté con monosílabos, después abrí un libro para disuadirla. ¿Quiere usted una rosquilla? Que sí, coma ¿Y a qué se dedica? ¡Médico! ¿Qué puedo tomar para la garganta? Mi nieto tiene ronchones en la espalda ¿Será alergia? ―No se pueden hacer diagnósticos sin tener al paciente delante. ―¿Y para mi dolor de garganta? ―Descanse señora, descanse y cállese un ratito. "Ecrito para relatos breves tren de cercanías"