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Mostrando las entradas etiquetadas como Travesía literaria

Donde mueren las mariposas

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      P ermanecía sentada al lado de su cama desde hacía más de una semana. A menudo le hablaba y le contaba momentos de su vida juntos. Otros, simplemente callaba y le observaba, escuchando el leve ruido del respirador y el monitor. Esos sonidos eran como una especie de cantinela, un murmullo de su interior. Al principio ese rumor la atormentaba. Era el sonido del sufrimiento, del dolor. El recuerdo del momento que, por un descuido que tuvo el conductor del coche que le adelantaba, hizo que el de Rubén saliese despedido de la calzada. Era el sonido de la soledad y el desamparo; pero también de la permanencia y de la esperanza.       Recuerdo una vez, cuando era pequeña, que llegó a casa con una caja de zapatos llena de gusanos de seda. Eran minúsculos y raquíticos. Todos los días se iba en busca de hojas de morera, con su caja a cuestas. Allí donde iba ella, se llevaba sus gusanos. Los sacaba de la caja, se los ponía en la mano, los colocaba en fila... Alguna vez la encontré con

En memoria...

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Hace más de seis años se fue una de las personas más importantes de mi vida. Recuerdo su cara con sus arrugas, vestigio del paso del tiempo; sus gestos tranquilos y serenos; su voz siempre amable y cariñosa; sus paseos con mi mano cogida; sus tirones en mi pelo con el peine; sus guisos, con el sabor de toda la vida; sus besos. Forman parte de mi pasado, de mi niñez, de mi historia. Mil veces he tratado de evocar aquellos momentos lejanos, para revivirlos y disfrutarlos como entonces. Que mi memoria me obsequiase con un presente, como si volviese de un largo viaje o como si fuese Navidad. Pero mi mente a veces se vuelve perezosa y difusa, y no me deja rememorarlo con pulcra nitidez. Hace un año siguió sus pasos su compañero, su alma gemela, su mejor amigo. Él pudo compartir más momentos, conocer a sus bisnietos, abrazarles, pasear con ellos de la mano, besarles. Ahora vuelve a mi cabeza otro pedazo de mi historia que se mezcla con la antigua hasta conseguir una fusión, donde mis do

Consciencia (Cap. I)

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      La primera vez que fue consciente de su presencia, estaba situada delante del objetivo de su cámara.       Los niños de la primera comunión hacían su entrada por la puerta de la iglesia. Miguel estaba valorando el campo visual para ajustar la profundidad de campo, en el punto exacto donde los niños avanzarían en procesión por el pasillo central de la iglesia, camino de los bancos laterales, dispuestos a ambos lados del altar. De esta forma conseguiría una panorámica general del recorrido.       Se había colocado delante de una columna, justo al lado de la sacristía. Delante, desplazada hacia la izquierda, había otra columna y pegado a ella un lampadario con casi todas las velitas encendidas, excepto dos o tres que en breve serían encendidas por la mujer que se interpondría en su objetivo.       Pensó que sería una buena idea, aprovechar el encuadre con parte del lampadario con las velas encendidas en primer plano, algo desenfocado para así dar todo el protagonismo a la pr

¡Salta!

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      Cuando la inspectora Montilla entró en la casa, fue abordada por su compañero Gómez, quién se adelantó a presentarle las primeras impresiones del caso.       –Ha habido un asesinato. Una mujer joven, llamada Laura Reus, que vivía a aquí con su hijo, ha fallecido por asfixia.       –¿Y el hijo? –preguntó la inspectora Montilla con impaciencia.       –Desconocemos su paradero. Hemos registrado toda la casa y no lo hemos encontrado. Se lo habrán llevado los que han matado a su madre, para no dejar testigos. El móvil ha sido el robo.  Hemos hecho un pequeño inventario y faltan cosas como los pequeños equipos audiovisuales, incluido un ordenador portátil; hemos encontrado esta funda vacía. Y el joyero también está vacío.       –¿Y el marido?      –Estaban separados. La vecina de enfrente asegura que la mujer sufría malos tratos, y aunque hemos comprobado que la víctima no había realizado ninguna denuncia, el vecino de arriba nos ha contado que una vez tuvo que separarlos. Esa

Un mal día...

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      Mi calvario empezó a las siete de la mañana, cuando en vez de apagar el despertador, que amenizaba con una balada de Aerosmith en la banda sonora de Armageddon, y levantarme; decidí no apagarlo y dejarme soñar con Ben Affleck. No sé cuánto tiempo había transcurrido, cuando una nueva melodía, por llamarlo de alguna forma, exactamente era “Los rockeros van al infierno” de Barón Rojo, amenazaba con romperme los tímpanos. Lo apagué de un manotazo mientras seguía soñando que me levantaba, elegía el vestuario en el armario, desayunaba, me duchaba...       Un estridente sonido me sacó la cabeza de la almohada.       —¡Maldita sea!... ¿Sí?... No, no, perdona, es que... me he tropezado. Sí, ya estoy de camino. Vale no te preocupes que yo lo recojo.       Después de mi desliz matutino, me pasé por la tienda de antigüedades, como le había prometido a mi compañera. Mi jefe había encargado un reloj de arena para decorar su nuevo despacho. Y qué mejor forma de justificar mi retraso