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Microjustas de nuevo (IV edición)

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           Como ya hiciera en septiembre del año pasado, he vuelto a participar en la cuarta edición de Microjustas Literarias. Mismas reglas: eliges un tema de la lista, solo dos contrincantes por tema, 50 palabras como máximo y a combatir. Los temas eran "floripondios". Elegí Gladiolo y, sí, otra vez caí en la primera ronda... Aquí dejo el trayecto de mi espada como recuerdo de mi participación en el torneo: Sumisión       Pidió grabar en su escudo un gladiolo como símbolo de la victoria que ya podía oler desde su mente de invicto.       ―¡Sólo uno puede quedar vivo! ―gritaban.       Al ver a su oponente, un sudor frío le recorrió la espalda. Su hijo bastardo no sabía que tenía la victoria asegurada.

Y fue con una poesía...

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      Esto que traigo es algo muy especial para mí. Ya lo era cuando lo escribí. Es una poesía que envié a un proyecto titulado “In absent(i)a” donde veinticinco seleccionados por un jurado, entrarían a formar parte de esta antología. Hoy he recibido mi ejemplar, por ser mi poema uno de los elegidos. Imagino que cuando lo leáis os sonará a algunos de vosotros, lo escribí hará cerca de un año y medio aquí en mi blog. Así que hoy me repito porque me hace mucha ilusión mi primer premio nacido de mi pluma. El viejo desván. Once metros pueden parecer miles, y mil kilómetros pueden ser dos centímetros, si la unidad de medida es de dos niños que juegan en un desván. Un segundo puede durar un día, y diez años pueden ser un suspiro, si el reloj que lo vigila lleva el ritmo de aquel lugar. Mil cuentos pueden resumirse en una palabra, y una mirada entre ellos contar toda una historia, mientras sus cuerpos se alejan como las partes de un mismo imán. Una foto pued

El arma no estaba en su sitio

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      Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración hasta que el pestillo hizo clic a su espalda. Cogió un paraguas que no recordaba haber colgado en aquel perchero y se lo colocó sobre el hombro a modo de bate de beisbol. Cuando sus ojos se acomodaron a la penumbra caminó por la estancia. Por el momento no había signos de que la casa hubiera sufrido un atraco. Todo parecía estar en su sitio y a la vez tenía la sensación de que nada estaba en su lugar. Cuando llegó se había encontrado la puerta abierta y aquello no podía haber sido un descuido suyo, estaba completamente seguro de haber echado la llave. Siempre lo hacía. Por segunda vez esa noche le entraron unas ganas incontrolables de vomitar. Todo le daba vueltas y el silencio de la casa se había convertido en un zumbido sordo para sus oídos. Abrió unas cuantas varillas del paraguas y soltó la vomitona dentro, reaccionando justo a tiempo para no estropear la alfombra. Escuchó un sonido procedente del dormitorio. Miró a su al