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Cuando yo jugaba...

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      El otro día, el primer día de clase de mis hijos, al recogerlos del colegio les pregunté qué tal había sido el día, si les había gustado su nueva clase, qué habían hecho… El mayor (7 años) estaba enfadado porque ahora, en el recreo, ya no están en la zona infantil, sino que les llevan a uno de los campos de baloncesto. El caso es que decía que se había aburrido un montón, que sin columpios no tenían a qué jugar. En ese momento me transporté a cuando tenía su edad. En mi colegio nunca hubo columpios en el recreo. Es más, hasta cuarto de E.G.B, el recreo era un rectángulo con un tamaño inferior al de ellos, para los cuatro cursos (ocho o diez aulas en total, si no recuerdo mal, a partir de quinto íbamos a otro edificio distinto) y cuyo pavimento estaba compuesto por piedrecitas tamaño alubia, aunque algunas eran tamaño judión de La Granja. Como si el patio fuera una piscina de bolas pero en versión piedras, porque podías hundir el pie hasta el tobillo si querías. Aún puedo recordar

Uno más

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          Le reconocí en cuanto le vi aparecer, era exactamente como le recordaba: frío, gris y con aire melancólico. Aunque no siempre era así. En algunos momentos, sobre todo al principio, puede que para no terminar de mostrarse del todo o por el placer de recrearse en su letargo, enseñaba su lado más cálido y suave, envolviéndolo todo en un aura de cobijo.       Lo más característico en él, y que me proporcionaba mayor placer, era su olor. Húmedo. Era imposible, cuando lo desprendía, resistirse a olvidar el caluroso verano y el bullicio de sus largos días; transportados con el revuelo de hojas a ese lugar de la memoria donde se filtran y archivan los recuerdos, esos que ninguna estación confina.

Tarde de amigas

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      El día 2 comenzó la III edición de Microjustas literarias en Ociozero. Éstas consisten en una competición de microrrelatos de 50 palabras, donde eliges un tema de la lista y luchas con un rival escribiendo un micro sobre el tema. Como en «Los inmortales» sólo puede quedar uno. De este modo los vencedores de cada ronda pasan a la siguiente, hasta quedar un solo ganador.       Esta vez he roto mi maldición de caer del caballo en la segunda ronda… Para variar he mordido el polvo en la primera ¬.¬ Dejo aquí mi aportación a esta competición y toca esperar la siguiente edición. La temática era villanos, y yo elegí «Ogro» Tarde de amigas ―Fiona, ¿por qué está tan raro Shrek últimamente? ―preguntó Bella Durmiente, mientras tomaban el té juntas. ―¿Está raro? ―Bueno… no, no me hagas caso. Debe ser que tengo falta de sueño últimamente. ―le contestó, esperando que no se le hubiese notado el sonrojo.

Club de lectura: El bolígrafo de gel verde

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      Alguna vez me ha pasado que, después de leer un libro que me ha gustado, hubiera querido tener la ocasión de comentar con el autor sobre lo que he leído: lo que más me ha sorprendido, lo que esperaba y no ha sucedido o al revés, alguna curiosidad sobre algún personaje que ha pasado sólo de soslayo… Cuando leí El bolígrafo de gel verde , tuve el placer de conocer a Eloy Moreno en persona y enviarle algunos correos electrónicos donde, amablemente, satisfizo esa curiosidad por mi parte hacia su libro. Cuando recomendé su libro desde aquí, algunos de vosotros sé que lo leísteis, y ahora tenéis la oportunidad de comentarlo con su autor a través de un club de lectura que ha organizado desde facebook.       En esta iniciativa participamos casi 1400 lectores del libro y aún estáis a tiempo de apuntaros, comenzará el lunes  5 y durará unas cuatro semanas. Este es el enlace para darle al “me apunto”  http://www.facebook.com/groups/240505485973080/ A partir de ese día podréis charlar y d

El tiempo y la luna

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―Donde se confunden relojes con lunas. ¿Recordarás el lugar?    «Cómo iba a olvidarlo», pensaba, recordando aquella pregunta que me había venido tan nítida a la mente. Parecía, incluso, que acababa de escucharla directamente de su garganta, a mi lado, mezclada con el rumor de la marea. O tal vez era el propio oleaje quien me la recordaba.       Había pasado mucho tiempo, demasiado, no recordaba cuánto. De vez en cuando paseaba por aquel lugar y me sentaba a observar la luna, preguntándome si sería él quien lo habría olvidado. Nos despedimos una noche de luna llena. Era tarde, en la playa ya no quedaba nadie y el único chiringuito de la zona acababan de cerrarlo. Cogimos dos tumbonas y las acercamos a la orilla. Nos tumbamos a contemplarla. Ella estaba radiante, con una tonalidad más cálida que otras veces. Dibujaba un camino de luz sobre el agua, que se extendía hasta el horizonte como una alfombra dorada: ―Me pregunto dónde terminará ese camino que ha dibujado en el agua

Superpoderes...

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      Ayer, durante la siesta, los niños estaban viendo unos dibujos,  Fanboy y Chumchum  (sí, los de la foto) que no sé si son muy apropiados, por cierto, tendré que ver unos cuantos capítulos para ver si pasan la ITV porque les escuché decir algo así como: “concierto en La menor, de no sé qué compositor, para sobaco” a la vez que hacían una representación musical con dicho instrumento. Llevo una guerra con los niños de más de una semana para que cambien esa horrenda palabra que les encanta, por axila, pero no hay manera, y ahora he descubierto de dónde la habían sacado… Pero no era esto lo que quería contar. En el capítulo, estos personajillos se hacían invisibles y se me mezcló el sueño de la siesta con el capítulo y el libro que me estoy leyendo, así que me desperté pensando en superpoderes varios. Abro debate: Si tuvieseis que elegir entre poder haceros invisibles, tener una fuerza descomunal e invencible, leer la mente, adivinar el futuro, ser veloces como la luz o materiali

Noches de verano

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    Fotografía de Eduardo Margareto       Todas las noches salíamos a tomar el fresco. En cuanto se encendían las luces de la calle, se podía escuchar el tintineo de los tenedores a través de las ventanas, rematando la cena o recogiendo antes de acudir a la cita nocturna, cada cual con su silla de enea. La esquina de nuestra casa era la elegida en aquella calle; el viento, o su ausencia en los días más calurosos, se cruzaba allí con más libertad y mecía sus voces compartiendo recuerdos. Las risas alborotadas con alguna anécdota, el canto de los grillos y el griterío de los niños jugando a nuestro alrededor eran siseados por las lechuzas en su particular forma de ulular. Yo sacaba mi libro con la intención de perderme en su lectura bajo la farola, aunque rara vez conseguía pasar de una página. Era imposible abstraerse de aquel espectáculo de vida. (Inspirado en la imagen de Eduardo Margareto para el concurso de microrrelatos: Dónde lees tú )

Pintando un sueño

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Él se marchó en silencio, sin pretextos, soltando su cabo del amarre. Ella en vano intentó rellenar aquel vacío con sus palabras, brotaban mudas, ya no le resultaba fácil reinventar aquel sueño que habían compartido. Cansada de buscar excusas para sostenerlo sola, desató también el de su lado. Aquel sueño se iba alejando lentamente a la deriva mientras ella lo contemplaba con nostalgia. No hizo nada por retenerlo ni interrumpió su rumbo, sólo se preguntaba dónde iría a parar, si quedaría detenido en algún punto del trayecto, si volvería a cruzarse con él o si el olvido tomaría las riendas de aquella distancia.