Robando el sol
Me encuentro en ese lugar donde nace cada día. Llevo años viniendo a este sitio a mirarlo, admirarlo, añorarlo y, por qué no, a robarlo. ―Te puedo regalar el sol, si lo quieres ―me decía, atrapándolo y enredándolo entre sus dedos, con cuidado, como si temiera que se le fuera a caer. ―¿Y dónde lo voy a guardar? ―le contestaba yo, sin saber de qué forma corresponder aquella oferta. ―Pues en un bolsillo ―contestaba ella, sin parar de jugar con aquella esfera luminosa. Otras veces, mientras nos tumbábamos en el césped, buscaba formas con las nubes y me decía: ―A ver si encuentras un caracol o un conejo con una piruleta o un sombrero de copa... Para mí era dificilísimo encontrarlos, pero en cuanto me los señalaba con el dedo y dibujaba su contorno en el aire, se perfilaban perfectamente aquellas formas ante mis ojos. Fueron los mejores años. Nuestra vida se mecía en el vaivén de las tardes de playa en verano, dormidos sobre la arena co