Crónica de un calcetín
Una vez perdí un calcetín. Muchas veces he perdido calcetines, pero este par era diferente. No tenían nada de particular: eran cómodos, no dejaban marca, aunque tenían unos colores tan llamativos que eran difíciles de combinar. Por este motivo a penas los usaba. Un día, sin saber cómo, perdí uno de ellos. El otro, el desparejado, se quedó en el cajón esperando a que apareciese su compañero y, aunque no solía usarlos, cada vez que veía al solitario calcetín, me apetecía que estuviese su compañero para poder ponérmelos. Lo busqué por todas partes y en más de una ocasión vacié el cajón, lo ordené y emparejé todos de nuevo; comprobando finalmente que sí, que seguía desparejado. Cansada de que, al abrirlo, el cajón me recordara la pérdida de su compañero y su inutilidad estando desparejado, decidí tirarlo. Otro día se me rompió la lavadora, con tan mala fortuna que tuve que jubilarla y comprar una nueva. Cuando el transportista hizo el cambio de lavadoras, observé que en el