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El silencio

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      Ese lugar donde habitamos cuando estamos dormidos, cuando perdemos la consciencia del murmullo que nos rodea. Donde nos refugiamos cuando queremos mirar con atención, como si nos iluminara la visión y, sumergidos en él, nos ayudase a ver mejor.       A veces no sabemos usarlo y en vez de recurrir a él cuando no encontramos las palabras necesarias, nos lanzamos al abismo de las frases sin sentido para envolverlo, sin darnos cuenta que él es más sutil y preciso. No nos encadena como lo hacen ellas, las palabras. Se mantiene esquivo e inconexo.       El silencio puede ser un lugar muy frío y árido, donde cueste permanecer largo tiempo, o donde un instante parezca una larga estancia incómoda. Pero también hay silencios que se transforman en lugares apacibles, donde deseas que se detenga el tiempo para poder recrearte en sus rincones, pasear sus sendas, sentarte en sus parajes más hermosos a observar las vistas, o simplemente descansar entre sus ecos sordos. Cerrar los ojo

Blogplagios

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             Como anuncia el título, sobre ese tema trata esta entrada. Nunca imaginé que el robo de textos pudiera ser tan descarado, pero ayer pude comprobar con mis propios ojos, que hay gente que carece de dignidad en este sentido.       Tengo una amiga a quien le han robado, de momento, más de una decena de textos de su blog, con todos sus puntos y sus comas. Me parece lamentable este asunto, pues los textos de los blogs son gratuitos, están ahí para el disfrute de todos, y lo único que se pide es que si tomas prestado uno, al menos, tener la decencia de decir de dónde lo has sacado o nombrar a su autor, te va a quedar igual de bonito colgado en tu blog, pero el verdadero autor no se sentirá ninguneado.       Intentando meterme en el pellejo de los que hacen esto, sólo llego a esta conclusión: Si a la gente no le gusta lo que escribo, pero a mí me gusta, sigo adelante con mi afición porque me llena; pero si ni a mí me gusta lo que escribo y tuviese que robar textos a

Palabras al viento

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      ―Aunque tú no lo creas, el cartero no tuvo la culpa.       ―¿Cómo puedes estar tan segura? Ha dicho que me envió una carta al mes de desaparecer.       ―Porque fui yo quien te ocultó aquella carta. Te vi más animada y pensé que era lo mejor, pero ahora sé que me equivoqué. ―Le comunicó Blanca a su hermana, cuando volvían del cine―. No pensé que fuera a cambiar las cosas, tan solo ponía una frase, decía que ya podía ver. Pensé que eso significaba que lo estaba superando, y como vi que tú también, deduje que sólo te traería malos recuerdos.       ―¿Quién te crees que eres para decidir por mí? Ni siquiera sabes lo que significa esa frase.       María estaba sentada en la sala de lectura de Fnac, cuando Pedro apareció buscándola. Se quedó un rato observando sin ser visto. Ella ojeaba un libro de pinturas sin mucho interés, pues pasaba las páginas demasiado deprisa, sin darle tiempo a observarlas. Cerró el libro y se puso a enrollar un mechón de su pelo en el dedo índice, mientras

Otro sobre, otro reto...

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       Parecido al reto que nos propusieron en Travesía literaria allá por el mes de mayo, donde teníamos que escribir un relato usando diez palabras obligadas... Nos piden en este caso narrar una escena veraniega con diez palabras prohibidas: VERANO - PLAYA - CALOR - TERRAZA-PISCINA-SOL-BIKINI-BAÑADOR-ABANICO-VACACIONES ... A ver qué sale...             Era una tarde de finales de julio. El astro rey aún amenazaba con fervor, haciendo que los cuerpos tumbados sobre la arena, sufrieran el ardor de sus rayos y fueran impulsados a refrescarse con las aguas saladas de aquel mar que lucía, durante aquella época de estío, sus mejores galas de transparentes olas y refrescantes aguas.       Me encontraba en el mirador de la cafetería del hotel donde me hospedaba. Las vistas eran magníficas, y el aire del ventilador de techo me producía una sensación placentera, frente a la calina que inundaba el ambiente. Decidí unirme a los bañistas y renunciar a mi puesto privilegiado en aquel balcón

La brisa tras su espalda

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      Paseaba por la orilla a diez metros de distancia sin saberlo. Ella comenzó a seguir sus huellas, pisando una tras otra, sin hacer ruido; el murmullo del mar se encargaba de acallar los sonidos de todo cuanto se hallaba a su alrededor. Él no estaba seguro de que ella fuese a aparecer. Ella ahora sí lo estaba, le tenía delante, cortando el viento a su paso.       Él seguía caminando, silencioso, sin mirar atrás, pendiente de cada uno de los movimientos de aquel mar revuelto que, aquella tarde, parecía querer ofrecer su más fría mirada. Ella iba ganando terreno en cada paso y reducía aquella distancia que les separaba. Tan sólo eran segundos, nada en comparación con el tiempo que había pasado desde la última vez, y una eternidad ahora que le tenía tan cerca.       De pronto él detuvo sus pasos. Ella frenó los suyos haciendo un movimiento de negación con la cabeza, no quería que él se volviera para mirarla, sabía que se formaría un muro de cristal entre ellos, ganando así el contr

Mi mayor enemigo

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A veces, intentando salvar los obstáculos que nos coloca la vida, me encuentro de bruces con el mayor de todos ellos, y siento que colisiono contra mi propio yo. Cuando esto ocurre, reconozco en él a mi mayor enemigo, por ser quien mejor me conoce y al que más me cuesta apartar; pues las fuerzas de empuje y resistencia están equilibradas, y tengo que encontrar un punto débil, un mismo talón de Aquiles, antes de que lo haga mi oponente y gane la partida, haciendo que dé un paso hacia atrás. Tiendo a pensar que si me dejo vencer una vez o si encuentra mi debilidad, se hará más fuerte; y cada vez que nos encontremos, me mirará con ojos de invicto, logrando que pierda la confianza y renuncie a mi fortaleza. Por eso no quiero bajar la guardia, tengo que buscarlo antes de que me encuentre desprevenida, porque cuando lo tengo enfrente y sus ojos desprenden duda, siento que ya está vencido.

Senderos de papel (Cap. X)

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  Rotación       Adela llegó a Madrid al día siguiente. En su buzón encontró un pequeño paquete procedente de Londres, y que por la fecha, debía de llevar allí unos cuantos días. Lo abrió sin mucho interés, imaginando que sería algún catálogo de la publicidad que, de vez en cuando, Israel solía enviarle. Pero lo que encontró dentro fue un libro titulado «Senderos de papel» El autor ¡no podía creerlo! era Israel. En la primera página, donde habitualmente aparece la fecha de edición, editorial o ISBN del libro entre otras cosas, sólo ponía: Edición limitada. Un sólo ejemplar. En la siguiente página había un párrafo manuscrito que decía: «La vida está formada por senderos que se entrelazan. Unos son sólidos como el acero, otros son frágiles como el papel. Los caminos frágiles suelen romperse con facilidad, y nos llevan a constantes idas y venidas; subidas y bajadas; convirtiendo nuestra existencia en un mar de sensaciones.»       El libro estaba impreso como uno de verdad. Hablaba s

Senderos de papel (Cap. IX)

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Una burbuja de aire       Adela quedó convencida con los argumentos que le dio el padre de Israel, y como habían acordado, esperaría a que fuese su amigo quien desvelase el parentesco entre ellos. Habían pasado tres meses desde que se marchó a Londres, y siempre tenía algún imprevisto que le impedía hacer una escapada, así que se planteó la posibilidad de ser ella la que le sorprendiese.       Israel se sentía absorbido por el trabajo. Echaba de menos su vida en Madrid, el clima, sus costumbres, odiaba la comida inglesa y, para colmo de males, llevaba casi tres meses sumergido en una relación que no le llevaba a ninguna parte. Se llamaba Lucia y era española, llevaba un año estudiando en Londres, y la conoció en la cola de unos grandes almacenes al darse cuenta ambos, que llevaban en la mano libros en español, pero no se dijeron nada con palabras, sólo algún gesto con la mirada. Al salir de los grandes almacenes llovía, y cuando ella abrió su paraguas, él, sin pensárselo dos veces,