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Confusiones y reincidencias...

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      Un día, hace ya seis o siete años, haciendo la compra en un supermercado, o más bien terminando de hacerla, pues me encontraba sacando los artículos del carro y dejándolos en la cinta transportadora, me di cuenta de que ninguno de los alimentos que se movían por la cinta se correspondían con los que yo había escogido — ¡Oh no! Me había equivocado de carro—. M ientras recogía de nuevo los artículos de la cinta para devolverlos al carro, me iba planteando si buscar el mío o realizar la compra de nuevo. Esto último lo descarté enseguida, porque a ver con qué cara me presentaba de nuevo en la carnicería y charcutería a pedir los mismos productos...  Así que decidida por la primera opción, desanduve al camino hecho y me puse a buscarlo. Al llegar a la frutería lo encontré abandonado, y mientras aparcaba el robado y cogía el mío, un señor que intervino en mi quehacer me comunicó que había un señor desesperado buscando su carro. En ese momento aparecía en escena el propietario, vení

Lo que valoramos...

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      Tengo comprobado que no puedo mirar durante más de dos minutos seguidos, cualquier programa nuevo o serie de televisión, pues corro el serio peligro de engancharme a todo lo que se mueve. Esto me pasó hace unas semanas con “Perdidos en la tribu”, un reality donde tres familias españolas viajan a tres lugares distintos del mundo, donde viven tribus con sus taparrabos incluidos y se alimentan de lo que van cazando, pescando o encontrando por los alrededores. Aunque algunas tribus son más “sofisticadas” que otras (tienen cabras, gallinas, áticos de lujo en los árboles...) las tres coinciden en una cosa ¡las mujeres, a la cocina! Pobre Arguiñano, allí sería un marginado...       Hay una cosa que me llamó la atención. Los hombres de la tribu que está en Etiopía, cuando se hacen hombres, se fabrican con sus propias manos una especie de taburete que siempre llevan encima. Sólo ellos tienen derecho a tenerlo y lo usan para las tres cosas siguientes: Sentarse, reposar la cabeza mientr

¿Esclavos del móvil?

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      Algunas veces, intento imaginarme cómo era la vida antes de la era digital, cuando no había teléfonos móviles, y los sistemas operativos de los ordenadores, eran tan obsoletos, que para utilizarlos había que ser poco menos que un “hacker”...       Hoy día, cuando quedamos con alguien, nos obsesionamos con la reducción de los tiempos de espera, salimos de casa, llamada: ¡que ya salgo para allá! Nos surge un retraso, llamada: ¡que hay atasco, me retraso un poco! Se cancela el plan, llamada: ¡Oye que no voy a poder ir, lo siento si ibas de camino!       Antiguamente, en la misma situación, salias con la hora pegada al culo, y “no problem”. Si pillabas un atasco, no pasaba nada ¡que espere!. Y si tenías que dar plantón por fuerza mayor... pues ya lo aclararías cuando llegases a casa y pudieses llamar... Eramos como pájaros libres, salíamos de casa y nadie sabía cuanto íbamos a tardar, era una incógnita que nadie se planteaba.       Y el o la que quisiera echar una canita al air

Baby test

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      Hay cosas que me ocurren y que, después de ponerme colorada, preguntarme: "¿Cómo puedo ser tan despistada?" o hacer jurar y perjurar al testigo, si lo hay, que no se lo cuente a nadie, por favor, porque me moriría de la vergüenza, al final las acabo contando yo misma. Y cuando a mi alrededor veo y escucho sus carcajadas, me siento menos avergonzada; en ese momento reconozco que mi despiste valió la pena.       Hace algunos años ya, me disponía a ir a la farmacia con mi marido a comprar un test de embarazo. Al llegar a la esquina, paró el coche y se quedó en doble fila, mientras yo me acercaba al establecimiento. Cuando me encontraba delante del mostrador, le pedí a la dependienta el test de embarazo, ella con cara de no saber lo que le estaba pidiendo, me respondió: ―¿Cómo dice? . Y yo, que ya pensaba que había pedido un BABY TEST, que es como mi marido lo llamaba, y pensando que lo mismo ella no conocía ese término, insistí más despacio y recreándome en cada pala

Tres horas sin luz...

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      Parece pan comido ¿verdad? Pues he comprobado que hoy en día no es nada fácil pasar tres horas sin luz.       Málaga, julio de 2009, 21.30h. Niños viendo dibujos en no sé qué canal del tdt, se va la luz. Me levanto miro el cuadro de automáticos y todo en orden. Sale la vecina a la terraza y da el parte a su familia (y a cualquiera que en ese momento estuviera asomado a la terraza) ¡¡ No ha sido aquí, ha sido en todo el barrio, mira, asómate, está todo apagado!!       Bueno, no pasa nada ya volverá. Pasan 5 minutos a oscuras (lo equivalente a 30 minutos si hubiera luz) y los niños empiezan a protestar y a decir que ponga la tele. Les explico que no hay electricidad. ¡ Bueno pues enciende la luz que no veo, mamá ! . Busco con la linterna de la pantalla del móvil unas velas (menos mal que estas no han dejado de fabricarse, aunque sólo sean para adorno o perfume) pero no tengo con qué encenderlas. ¡El calentador! Mierda, lo cambié y ahora es eléctrico. ¡La vitrocerámica! Ídem. ¡

¿Quién se ha comido mi tiempo?

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      Llevo unos años pensando que cuando se acaba el verano, empieza la Navidad, y que cuando se acaba la Navidad, empieza el verano. Como si para mí no existieran cuatro estaciones. Siento que un año son seis meses y quizás mañana, sin darme cuenta, cumpla setenta años.       Recuerdo los veranos de pequeña. Eran interminables. Me daban las vacaciones del colegio y, para mí, era como si la mitad del año fueran vacaciones y la otra mitad colegio. Esas horas de siesta interminables, con las calles del pueblo vacías, el sonido de las chicharras y demás insectos entre la maleza de los solares sin edificar. Terminaba de comer y aún me quedaban un millón de horas para jugar, pintar, soñar… Después de ese millón de horas, todavía me quedaba otro tanto después de la cena. Allí me reunía, en el frescor de la calle y las sillas en la puerta, con todos mis amigos, arropados por ese manto negro de estrellas; a seguir jugando, inventando y soñando con todas las miles y miles de cosas que me q

Mis huellas...

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No puedo seguir mis huellas cuando estoy despierta, atrás quedaron marcando un rastro, el de mi pasar por la vida, el de mi camino a un lugar incierto. Pero ahí quedaron mis huellas que puedo seguir mientras duermo, las veo marcadas delante de mí como si fueran de otro, imborrables, nítidas... Ahora puedo aprender de ellas al seguirlas, revivirlas; aunque hay algo imposible, no me puedo desviar del camino ni cambiar de lado. Quiero detenerme y enlazar otro sendero, probar un qué hubiera sido si... Llego al final del camino marcado, y a mi alrededor parten un millón de trayectos sin huellas , están por todas partes, hacia todas las direcciones; pero ninguno me conduce hacia atrás.