Confusiones y reincidencias...
Un día, hace ya seis o siete años, haciendo la compra en un supermercado, o más bien terminando de hacerla, pues me encontraba sacando los artículos del carro y dejándolos en la cinta transportadora, me di cuenta de que ninguno de los alimentos que se movían por la cinta se correspondían con los que yo había escogido — ¡Oh no! Me había equivocado de carro—. M ientras recogía de nuevo los artículos de la cinta para devolverlos al carro, me iba planteando si buscar el mío o realizar la compra de nuevo. Esto último lo descarté enseguida, porque a ver con qué cara me presentaba de nuevo en la carnicería y charcutería a pedir los mismos productos... Así que decidida por la primera opción, desanduve al camino hecho y me puse a buscarlo. Al llegar a la frutería lo encontré abandonado, y mientras aparcaba el robado y cogía el mío, un señor que intervino en mi quehacer me comunicó que había un señor desesperado buscando su carro. En ese momento aparecía en escena el propietario, vení