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Mostrando las entradas etiquetadas como Reflexiones

Necesito un manual...

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      Si para conducir es necesario aprobar un examen, para ejercer una profesión, en la mayoría de los casos, se necesita de unos estudios previos, ¿por qué para tener hijos nos dejan a nuestro aire, siendo una tarea tan difícil para la que, la mayoría, no estamos ni física ni psicológicamente preparados?  Todo empieza durante el embarazo. Te crees que porque hayas coleccionado todas las suscripciones de "Ser Padres", "Mi bebé y yo", "Cosas de bebés", etc.; hayas leído el libro "¿Qué se puede esperar cuando se está esperando?"; y visitado 200 páginas de bebés por Internet... Ya está todo aprendido. Y eso sin contar con la escuela de la calle: esas madres experimentadas que cuando te ven con la barriga te conviertes en un imán de sus recuerdos, y no paran de contarte sus experiencias en la sala de partos, que cuando se juntan unas cuantas aquello parece la mili de los tíos, compitiendo a ver cuál fue más duro y más sanguinolento. Y si no les p

Lo que valoramos...

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      Tengo comprobado que no puedo mirar durante más de dos minutos seguidos, cualquier programa nuevo o serie de televisión, pues corro el serio peligro de engancharme a todo lo que se mueve. Esto me pasó hace unas semanas con “Perdidos en la tribu”, un reality donde tres familias españolas viajan a tres lugares distintos del mundo, donde viven tribus con sus taparrabos incluidos y se alimentan de lo que van cazando, pescando o encontrando por los alrededores. Aunque algunas tribus son más “sofisticadas” que otras (tienen cabras, gallinas, áticos de lujo en los árboles...) las tres coinciden en una cosa ¡las mujeres, a la cocina! Pobre Arguiñano, allí sería un marginado...       Hay una cosa que me llamó la atención. Los hombres de la tribu que está en Etiopía, cuando se hacen hombres, se fabrican con sus propias manos una especie de taburete que siempre llevan encima. Sólo ellos tienen derecho a tenerlo y lo usan para las tres cosas siguientes: Sentarse, reposar la cabeza mientr

¿Esclavos del móvil?

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      Algunas veces, intento imaginarme cómo era la vida antes de la era digital, cuando no había teléfonos móviles, y los sistemas operativos de los ordenadores, eran tan obsoletos, que para utilizarlos había que ser poco menos que un “hacker”...       Hoy día, cuando quedamos con alguien, nos obsesionamos con la reducción de los tiempos de espera, salimos de casa, llamada: ¡que ya salgo para allá! Nos surge un retraso, llamada: ¡que hay atasco, me retraso un poco! Se cancela el plan, llamada: ¡Oye que no voy a poder ir, lo siento si ibas de camino!       Antiguamente, en la misma situación, salias con la hora pegada al culo, y “no problem”. Si pillabas un atasco, no pasaba nada ¡que espere!. Y si tenías que dar plantón por fuerza mayor... pues ya lo aclararías cuando llegases a casa y pudieses llamar... Eramos como pájaros libres, salíamos de casa y nadie sabía cuanto íbamos a tardar, era una incógnita que nadie se planteaba.       Y el o la que quisiera echar una canita al air

¿Quién se ha comido mi tiempo?

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      Llevo unos años pensando que cuando se acaba el verano, empieza la Navidad, y que cuando se acaba la Navidad, empieza el verano. Como si para mí no existieran cuatro estaciones. Siento que un año son seis meses y quizás mañana, sin darme cuenta, cumpla setenta años.       Recuerdo los veranos de pequeña. Eran interminables. Me daban las vacaciones del colegio y, para mí, era como si la mitad del año fueran vacaciones y la otra mitad colegio. Esas horas de siesta interminables, con las calles del pueblo vacías, el sonido de las chicharras y demás insectos entre la maleza de los solares sin edificar. Terminaba de comer y aún me quedaban un millón de horas para jugar, pintar, soñar… Después de ese millón de horas, todavía me quedaba otro tanto después de la cena. Allí me reunía, en el frescor de la calle y las sillas en la puerta, con todos mis amigos, arropados por ese manto negro de estrellas; a seguir jugando, inventando y soñando con todas las miles y miles de cosas que me q

Mis huellas...

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No puedo seguir mis huellas cuando estoy despierta, atrás quedaron marcando un rastro, el de mi pasar por la vida, el de mi camino a un lugar incierto. Pero ahí quedaron mis huellas que puedo seguir mientras duermo, las veo marcadas delante de mí como si fueran de otro, imborrables, nítidas... Ahora puedo aprender de ellas al seguirlas, revivirlas; aunque hay algo imposible, no me puedo desviar del camino ni cambiar de lado. Quiero detenerme y enlazar otro sendero, probar un qué hubiera sido si... Llego al final del camino marcado, y a mi alrededor parten un millón de trayectos sin huellas , están por todas partes, hacia todas las direcciones; pero ninguno me conduce hacia atrás.