Tarde de lluvia

Subió con el pelo empapado. Como de costumbre, se quedó de pie en el pasillo, agarrado a una de las barras verticales y absorto en sus pensamientos, con la mirada perdida en algún punto entre el cristal de la ventana y el paisaje del recorrido del autobús. Cinco eran las paradas que compartíamos todos los días de lunes a viernes, excepto cuando lo perdíamos y había que coger el siguiente. Alguna vez había presenciado cómo se le escapaba a él. Le observaba correr hasta que las puertas se cerraban y el autobús iniciaba lentamente su marcha. Me daban ganas de gritar al conductor: ¡Oiga, espere, falta un pasajero! Pero la timidez me superaba y las palabras quedaban ahogadas en mi garganta, mientras mis ojos, desilusionados, le veían reducir el paso y finalmente quedar quieto en la parada, consultando el reloj para calcular la llegada del siguiente. Y yo frustrada porque hasta el día siguiente no volvería a verle. ...