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Mostrando entradas de junio, 2011

Pintando un sueño

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Él se marchó en silencio, sin pretextos, soltando su cabo del amarre. Ella en vano intentó rellenar aquel vacío con sus palabras, brotaban mudas, ya no le resultaba fácil reinventar aquel sueño que habían compartido. Cansada de buscar excusas para sostenerlo sola, desató también el de su lado. Aquel sueño se iba alejando lentamente a la deriva mientras ella lo contemplaba con nostalgia. No hizo nada por retenerlo ni interrumpió su rumbo, sólo se preguntaba dónde iría a parar, si quedaría detenido en algún punto del trayecto, si volvería a cruzarse con él o si el olvido tomaría las riendas de aquella distancia.

Puertas en el campo

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Fotografía de Eduardo Margareto       «No se le pueden poner puertas al campo» leyó en su libro. Repitió mentalmente aquellas palabras y al mirar al frente se topó con él. Lo miró como intentando atravesarlo. Viajando con la mente y transformando aquellas piedras en pequeñas nubecillas que marcaban un horizonte, todo lo lejos que su imaginación le permitió. Si se concentraba y entornaba los ojos, podía transformar también las jardineras en un campo de amapolas. Desenterrar aquellas tardes de infancia cuando arrancaba sus capullos para adivinar el color de la amapola que habría podido ser: «Si sale roja es que sí, si sale de otro color es que no». Un azar manipulado por su voluntad cuando no salía rojo, entonces abría un capullo nuevo, y otro...       «No se le pueden poner puertas al campo» se repetía una vez más, y las amapolas eran cada vez más rojas y el muro cada vez estaba más lejos. (Inspirado en la imagen de Eduardo Margareto para el concurso de microrrelatos: Dónde lees tú )

El caracol y la rana

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―¿A quién besaste tú para convertirte en caracol? ―¿Es que tú besaste a alguien para convertirte en rana? ―Sí, antes era humana. Llamé a un anuncio en el periódico de una vieja hechicera para pedirle consejo. Me dijo que para ser lo que yo quisiera en la vida, debía tomar un brebaje y besar a alguien con una buena posición; de esa forma todo lo suyo pasaría automáticamente a mí y viceversa. Me puse mis mejores galas y me jugué aquella carta a la más grande. Pero aquel príncipe me salió rana. ―¿Y en qué se convirtió el príncipe? ―En comercial, esa era mi profesión. ―Pues yo he sido siempre caracol. ―¿Y te gusta ser caracol? ―No sé si sabría ser otra cosa. ―¿Te gustaría ser rana? Aún me queda una dosis de aquel brebaje. ―¿Qué ventaja tiene serlo? ―Puedes nadar, saltar y ver el mundo desde otra perspectiva… es más cómodo que ir arrastrándose leeeeeentamente. Cazar insectos al vuelo es una práctica divertidísima que ampliará tu círculo social y encima te alimenta. Yo que tú no m

Mundo burbuja

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      El aire de aquella burbuja era joven y luchaba por escapar de ella pensando que esa fuga haría su vida más intensa. Creía que aquella era la proporción, a mayor extensión mayor intensidad. La burbuja, sin embargo, hacía todo lo posible por mantenerle aislado, consciente de que se iba a desilusionar en cuanto se mezclase con otros aires en libertad, los mismos que la empujaban a ella desde fuera para colarse. La burbuja reflejaba el anhelo de dos mundos: cada uno de ellos por estar en el lugar del otro.       Cuando la burbuja explotó, el mundo de aire interior se dio cuenta de que el exterior no era como había pensado. A ratos le producía una frescura indescriptible y en otros momentos, la mayoría de ellos, era absorbido por otros cuerpos de su entorno que conseguían asfixiarle hasta dejarle despojado de su esencia natural.       Comenzó a vagar, como tantos otros, buscando una burbuja donde filtrarse, donde aislarse aunque sólo fuera por un efímero espacio de tiempo.

Mesa para dos

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      La chica del kiosco le dio las vueltas del periódico. Aún no había llegado el número 16 de su colección de guerreros de época, le llamaría en cuanto llegase. Había hecho multitud de colecciones de aquel tipo: tanques Panzer, construye un tren de vapor, coches antiguos… Algunas las tenía completas, otras que habían sido descatalogadas se quedaron a medias. Aún así las conservaba porque, a veces, volvían a repetirlas para deshacerse del stock sobrante. El teléfono sonó nada más entrar por la puerta de su casa.       ―Buenos días, llamaba para reservar una mesa para dos.       ―No, se ha confundido, esto es una casa particular.       ―¿No es el 1531265?       ―No, ha cambiado el final, es el 1531256.       ―Perdone.       ―No se preocupe.       Volvió a sonar el teléfono.       ―Hola, soy la del kiosco, nada más irse llegó el coleccionable.       ―Gracias, me pasaré esta tarde a recogerlo.       ―No hay prisa, yo se lo guardo.       ―Gracias, muy amable.       ―De na

Historia de un botiquín...

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      Hace tres semanas me llamaron de un sitio de mensajería o transportes para decirme que tenían un botiquín y que les confirmase la dirección de la empresa: se la confirmé. Hasta ahí todo normal. Unos días más tarde me llaman para decirme que han ido pero que estaba cerrado, que les diga el horario: se lo doy. Unas horas más tarde me llaman de la misma empresa de transporte y me ponen con una máquina tele operadora: ―Buenos días, le llamamos para confirmar la dirección de un envío, calle… Si la dirección es correcta pulse 1 Si es incorrecta pulse 2 Si no quiere recibir el envío pulse 3       Yo pulsé 1 .       A la semana siguiente el botiquín aún no había llegado y recibo otra llamada de la máquina tele operadora con la misma retahíla. Esta vez pulsé el 2 y me pasaron con una operadora de carne y hueso para indicarles la nueva dirección. Les ofrecí que si les venía mejor entregármelo por la mañana, lo enviasen a mi casa. Unos días más tarde me llama el transportista pa

Robando el sol

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      Me encuentro en ese lugar donde nace cada día. Llevo años viniendo a este sitio a mirarlo, admirarlo, añorarlo y, por qué no, a robarlo.       ―Te puedo regalar el sol, si lo quieres ―me decía, atrapándolo y enredándolo entre sus dedos, con cuidado, como si temiera que se le fuera a caer.       ―¿Y dónde lo voy a guardar? ―le contestaba yo, sin saber de qué forma corresponder aquella oferta.       ―Pues en un bolsillo ―contestaba ella, sin parar de jugar con aquella esfera luminosa.       Otras veces, mientras nos tumbábamos en el césped, buscaba formas con las nubes y me decía:       ―A ver si encuentras un caracol o un conejo con una piruleta o un sombrero de copa...     Para mí era dificilísimo encontrarlos, pero en cuanto me los señalaba con el dedo y dibujaba su contorno en el aire, se perfilaban perfectamente aquellas formas ante mis ojos.       Fueron los mejores años. Nuestra vida se mecía en el vaivén de las tardes de playa en verano, dormidos sobre la arena co