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La fauna independiente de mi casa

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      La verdad es que los bichos me producen bastante repelús. Aún así, el tener en casa a tres amantes de la naturaleza “bichera”, me ha hecho convivir con unos cuantos ejemplares en lo que va de año. Los que me conocéis sabéis de sobra mis aventuras con las mascotas en casa. Aunque con estas experiencias también he descubierto cosas que han cambiado mi forma de actuar, no sé si para bien o para mal, porque a veces se vive mejor en la ignorancia. Por ejemplo: ya no me produce placer caminar descalza sobre la hierba. Nunca me había detenido a pensar en la fauna que se esconde bajo ese manto verde inmaculado… pero después de ver a mis hijos rebuscando entre la hierba y sacar lombrices varias, cochinillas gigantes, grillos de dudosa identidad, “salamandrijas” (como las llaman ellos, imagino que para no fallar con la variedad encontrada), y arañas de un tamaño considerable; ha habido un antes y un después en mi relación con el césped, y me cuesta poner un pie desnudo sobre él. 

Yo no le encuentro el placer...

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      Estoy cansada de fracasar en el gimnasio. No sé, debo de ser un bicho raro, pero no consigo sacarle el gustillo a eso del sufrimiento corporal, y mira que lo intento. He probado natación, aerobic, fitness, GAP, sping-bike, body pump, body combat… y siempre me pasa lo mismo: me aburro. Llega septiembre y, después de un veranito de relax, cañas a tutiplén en terracitas varias, helados, etc., decido ponerle remedio y compensar con un invierno sano a base de dieta y ejercicio. Con las ideas bien claras al respecto, elijo una modalidad deportiva, me apunto tres días por semana en el gimnasio más cercano, y me planto en Decathlon para equiparme: tres modelitos diferentes, uno para cada día; una mochila a juego; unas zapatillas impresionantes anti deslizamiento en tarima; unas cuantas toallas de última generación (esas que son como una Ballerina, pero sin el como) y claro, a juego con los colores de los modelitos de cada día; una botella especial para el agua, etc. Y de esa guisa me

Un libro, un recuerdo

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      Llevaba un rato reorganizando los libros de las estanterías cuando se topó con aquel viejo ejemplar. Hacía años desde la última vez que lo abrió. Lo sacó del estante y se sentó con él para echarle una ojeada. Lo revisó atentamente por fuera, repasando con la yema de los dedos las letras del título en relieve sobre la portada. Eran tantos los recuerdos que se agolpaban en su mente con aquel libro entre las manos, que tuvo la sensación de que, al abrirlo, los vería pasar uno por uno frente a sus ojos. Aquel fue el primero que él le regaló.       Aunque la luz no daba de lleno en aquel cuarto, observó que el canto de la cubierta había adquirido un tono amarillento debido al paso de los años. ¿Cuántos habían sido exactamente? Sabía que la respuesta la encontraría dentro, en la primera página. Lo abrió lentamente y se lo acercó al rostro, cerró los ojos e inspiró profundamente el aroma del papel. Conocía perfectamente cómo sería aquel olor, no le costó a su cerebro ningún  esfue

Cuando yo jugaba...

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      El otro día, el primer día de clase de mis hijos, al recogerlos del colegio les pregunté qué tal había sido el día, si les había gustado su nueva clase, qué habían hecho… El mayor (7 años) estaba enfadado porque ahora, en el recreo, ya no están en la zona infantil, sino que les llevan a uno de los campos de baloncesto. El caso es que decía que se había aburrido un montón, que sin columpios no tenían a qué jugar. En ese momento me transporté a cuando tenía su edad. En mi colegio nunca hubo columpios en el recreo. Es más, hasta cuarto de E.G.B, el recreo era un rectángulo con un tamaño inferior al de ellos, para los cuatro cursos (ocho o diez aulas en total, si no recuerdo mal, a partir de quinto íbamos a otro edificio distinto) y cuyo pavimento estaba compuesto por piedrecitas tamaño alubia, aunque algunas eran tamaño judión de La Granja. Como si el patio fuera una piscina de bolas pero en versión piedras, porque podías hundir el pie hasta el tobillo si querías. Aún puedo recordar

Uno más

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          Le reconocí en cuanto le vi aparecer, era exactamente como le recordaba: frío, gris y con aire melancólico. Aunque no siempre era así. En algunos momentos, sobre todo al principio, puede que para no terminar de mostrarse del todo o por el placer de recrearse en su letargo, enseñaba su lado más cálido y suave, envolviéndolo todo en un aura de cobijo.       Lo más característico en él, y que me proporcionaba mayor placer, era su olor. Húmedo. Era imposible, cuando lo desprendía, resistirse a olvidar el caluroso verano y el bullicio de sus largos días; transportados con el revuelo de hojas a ese lugar de la memoria donde se filtran y archivan los recuerdos, esos que ninguna estación confina.

Tarde de amigas

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      El día 2 comenzó la III edición de Microjustas literarias en Ociozero. Éstas consisten en una competición de microrrelatos de 50 palabras, donde eliges un tema de la lista y luchas con un rival escribiendo un micro sobre el tema. Como en «Los inmortales» sólo puede quedar uno. De este modo los vencedores de cada ronda pasan a la siguiente, hasta quedar un solo ganador.       Esta vez he roto mi maldición de caer del caballo en la segunda ronda… Para variar he mordido el polvo en la primera ¬.¬ Dejo aquí mi aportación a esta competición y toca esperar la siguiente edición. La temática era villanos, y yo elegí «Ogro» Tarde de amigas ―Fiona, ¿por qué está tan raro Shrek últimamente? ―preguntó Bella Durmiente, mientras tomaban el té juntas. ―¿Está raro? ―Bueno… no, no me hagas caso. Debe ser que tengo falta de sueño últimamente. ―le contestó, esperando que no se le hubiese notado el sonrojo.

Club de lectura: El bolígrafo de gel verde

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      Alguna vez me ha pasado que, después de leer un libro que me ha gustado, hubiera querido tener la ocasión de comentar con el autor sobre lo que he leído: lo que más me ha sorprendido, lo que esperaba y no ha sucedido o al revés, alguna curiosidad sobre algún personaje que ha pasado sólo de soslayo… Cuando leí El bolígrafo de gel verde , tuve el placer de conocer a Eloy Moreno en persona y enviarle algunos correos electrónicos donde, amablemente, satisfizo esa curiosidad por mi parte hacia su libro. Cuando recomendé su libro desde aquí, algunos de vosotros sé que lo leísteis, y ahora tenéis la oportunidad de comentarlo con su autor a través de un club de lectura que ha organizado desde facebook.       En esta iniciativa participamos casi 1400 lectores del libro y aún estáis a tiempo de apuntaros, comenzará el lunes  5 y durará unas cuatro semanas. Este es el enlace para darle al “me apunto”  http://www.facebook.com/groups/240505485973080/ A partir de ese día podréis charlar y d

El tiempo y la luna

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―Donde se confunden relojes con lunas. ¿Recordarás el lugar?    «Cómo iba a olvidarlo», pensaba, recordando aquella pregunta que me había venido tan nítida a la mente. Parecía, incluso, que acababa de escucharla directamente de su garganta, a mi lado, mezclada con el rumor de la marea. O tal vez era el propio oleaje quien me la recordaba.       Había pasado mucho tiempo, demasiado, no recordaba cuánto. De vez en cuando paseaba por aquel lugar y me sentaba a observar la luna, preguntándome si sería él quien lo habría olvidado. Nos despedimos una noche de luna llena. Era tarde, en la playa ya no quedaba nadie y el único chiringuito de la zona acababan de cerrarlo. Cogimos dos tumbonas y las acercamos a la orilla. Nos tumbamos a contemplarla. Ella estaba radiante, con una tonalidad más cálida que otras veces. Dibujaba un camino de luz sobre el agua, que se extendía hasta el horizonte como una alfombra dorada: ―Me pregunto dónde terminará ese camino que ha dibujado en el agua