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Aquel profundo sueño

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      A pesar de su actitud decidí seguir la relación con él. Realmente, a aquello que teníamos no se le podía llamar relación. Nunca tuve claro qué nos impulsaba a estar cerca. Éramos  muy diferentes, al menos aparentemente diferentes. Cuando nos conocimos, era como si cada uno estuviese hecho de un elemento químico opuesto al del otro.       Después del primer contacto, parecía que todo fluía en perfecta sincronía, como si las palabras de uno saliesen de la boca del otro, para regresar por los oídos del primero y ser guardadas en la mente del segundo. Nuestros elementos habían formado una disolución adecuada, un perfecto equilibrio químico.       Si hubiésemos sabido cómo terminaría aquello, es posible que ninguno se hubiese aproximado al otro. Habríamos caminado, sin más, por nuestra trayectoria, sin volver la mirada ni pararnos a pensar. Un cruce sencillo, sin brisa ni movimiento, sin un roce invisible que levantase el vuelo de una semilla de diente de león; un cruce vacío

Los niños de hoy...

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      Muchas veces hemos recibido correos con presentaciones en PowerPoint de comparativas con los tiempos de antes, incluso anuncios de televisión, y nos hemos sentido orgullosos de ser treintañeros o cuarentones, y de haber sobrevivido a todas aquellas inclemencias de nuestra infancia, donde si seguimos vivos es por pura casualidad. El otro día me contaba mi marido, entre orgulloso y aterrado, sus hazañas en bicicleta por “El caminito de la muerte”, así lo habían bautizado. Un camino de medio metro de ancho, cuyo borde interior era una roca vertical, y el exterior un precipicio de quince metros ¡Pá haberse matao! Estas anécdotas me hacen plantearme serias preguntas ¿Seré capaz algún día de dejar a mis hijos ir solos con la bici? O lo que es peor… ¿Les dejaré salir solos aunque sea a pie? Supongo que sí, no creo que vaya a ser una madre coñazo de por vida, pero me aterra la idea, será porque aún son pequeños…       No era esto lo que quería contar, sino lo sibaritas que se han vue

Mi mundo

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                                             Nunca he conseguido que mi mundo gire a la velocidad establecida. Ni que lo haga en el sentido habitual de rotación. Su ritmo es inconstante y contradictorio; unas veces gira como las agujas de un reloj, otras retrocede como una manecilla loca, y otras, simplemente, se desprende y se precipita, como los granos de un reloj de arena. Sin un soporte donde agarrarse, ni una muesca en su inmaculado cristal; mi mundo cae esperando que el reloj dé la vuelta o se transforme en un reloj solar. Mi mundo a veces es grande y compartido; otras veces es pequeño y secreto. Viste miles de colores cuando se despierta con sonrisas, y pierde sus tonos cuando se envuelve en melancolía. De la misma forma enciende y apaga sus luces, siempre guiado por las sensaciones que despiertan su nuevo día. No sé si el resto de los mundos son como el mío. Un mundo que vive soñando en su vida, con la esperanza de algún día, estar viv

De miedos irracionales...

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      No soporto las películas de miedo. Bueno, no es que no las soporte, me encanta verlas, lo que no soporto es el después, suelo tardar muchísimo tiempo en olvidarlas y, lo peor de todo, soy totalmente irracional en este asunto… Ejemplo: Hace muchos años, cuando se estrenó la película de “El sexto sentido” trabajaba en un laboratorio fotográfico. Recuerdo que al día siguiente de ver la película estaba yo muy contenta porque, dentro de lo que cabe, no estaba tan acojonada como suelo estar cuando veo una peli de este género. Así que todo fue a las mil maravillas hasta que me tuve que meter en el cuarto oscuro para cargar la bobina del rollo de papel fotográfico… En la mitad del proceso, no sé por qué estúpida razón, me dio por pensar en la película que había visto y en que, lo mismo, algún muerto podría estar a mí lado allí mismo, haciéndome compañía en el cuarto oscuro… ¿Qué pasó? Pues que me entró tal pánico, que no tuve más remedio que encender la luz y velar todo el rollo de

El niño que perdió su sombra

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      C uando perdió su sombra, no se lo contó a nadie. Tenía miedo de que todo el mundo se fijase en él y le mirasen como a un bicho raro. Era un niño muy tímido y más maduro de lo que le correspondía por su edad. Pensó que si caminaba por la calle, por el lado donde daba la sombra de los edificios, nadie echaría en falta la suya. Se preguntó dónde habría ido a parar. Nunca había hecho nada parecido, a pesar de que millones de veces, había jugado a pisarla y a librarse de ella, sin éxito.       La sombra, por su parte, se encontraba paseando por las calles de su barrio. Se distraía jugando en los parques y hablando con todas las sombras que se cruzaba por el camino. La noche era el momento cumbre para las sombras sin cuerpo, las calles y parques rebosaban de ellas. Era una sombra muy extrovertida, y no le daba miedo

Terapia de grupo

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              Participo en un reto que ya por su título me llamó la atención “Terapia de grupo” . Se trata de escribir sobre nuestros defectos en plan: Hola soy fulanito... y en 200 palabras . El problema es que hay que hacerlo sin las conjunciones: « y »« e »« ni »« que » Me pareció interesante publicarlo aquí, y de este modo dar por reconocidos mis defectos.  Aunque ha sido muy tacaña la jefa organizadora, porque en 200 palabras es difícil meterlos todos, sin sonar a la lista de la compra pegada en el frigorífico con un imán...            Mi nombre es Sara. Mi mayor defecto es el despiste. Cuando me presentan a alguien, si me lo encuentro días más tarde, no suelo reconocerlo ni tampoco saludarlo. También me pasa con los vecinos: en el ascensor saludo, pero en el supermercado ya no los identifico como tal, son caras conocidas pero no sé si de haber hecho la compra más veces allí, más de uno me toma por estirada. Una vez me crucé en Carrefour con Chiquito de la Calzada,

Una vuelta al principio

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Llega septiembre, la vuelta al cole, y en mis "letras que forman países", regreso a tierras africanas, precisamente abarcando ese campo, el periodo lectivo. Llevo tanto tiempo buscando información sobre Kenia, que a veces pienso que si un día tengo la oportunidad de viajar hasta allí, quizá me va a parecer que ya he estado...   Cap. anterior: En días de disturbios     Aquel tipo llevaba un  buen rato observándome desde el otro lado del mostrador de recepción. Cuando me dirigía a la salida, noté cómo unos pasos se acercaban hacia mí. Me giré para comprobar que, efectivamente, aquel hombre alto me seguía con un gesto interrogante.     ―Disculpe, llevo un tiempo observando que viene mucho por aquí y que realiza fotografías a nuestros clientes. No me parece mal, pero he recibido quejas por parte del personal del hotel sobre usted y sus actividades ―se tomó un tiempo para elegir el adjetivo adecuado―… fraudulentas.     ―¿Fraudulentas?¿De qué demonios está hablando? ―le contest

Seis meses en mi blog

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Ayer fue un día muy especial en “mi mundo bloguero” pues era Blog Day 2010 (yo tampoco tenía ni idea de lo que era, no os preocupéis) y Markos , un bloguero que me encanta por su ironía, sutileza y ocurrencias divertidísimas, recomendó mis sueños a contraluz. Lo que más me gustó de su gesto, a parte de sus palabras, fueron sus motivos, dijo algo así como que los que empezamos en este mundo del blog, somos los que más necesitamos una palmada en la espalda para seguir adelante, y tiene toda la razón, es una forma de decirnos: Oye, ni se te ocurra dejar abandonado tu blog, me gusta y merece la pena darse una vuelta por aquí. Lo que os he contado, me hizo reflexionar sobre cuándo se me ocurrió escribir este blog. Y dándole vueltas al asunto, me di cuenta que ya llevaba seis meses en este mundo blogueril. Recuerdo que hace seis meses, no tenía ni idea de lo que era un blog, había oído lo de los blogs, pero no tenía muy claro el concepto. La cabeza me hervía con unas cuantas anécdota