Entradas

El tiempo y la luna

Imagen
―Donde se confunden relojes con lunas. ¿Recordarás el lugar?    «Cómo iba a olvidarlo», pensaba, recordando aquella pregunta que me había venido tan nítida a la mente. Parecía, incluso, que acababa de escucharla directamente de su garganta, a mi lado, mezclada con el rumor de la marea. O tal vez era el propio oleaje quien me la recordaba.       Había pasado mucho tiempo, demasiado, no recordaba cuánto. De vez en cuando paseaba por aquel lugar y me sentaba a observar la luna, preguntándome si sería él quien lo habría olvidado. Nos despedimos una noche de luna llena. Era tarde, en la playa ya no quedaba nadie y el único chiringuito de la zona acababan de cerrarlo. Cogimos dos tumbonas y las acercamos a la orilla. Nos tumbamos a contemplarla. Ella estaba radiante, con una tonalidad más cálida que otras veces. Dibujaba un camino de luz sobre el agua, que se extendía hasta el horizonte como una alfombra dorada: ―Me pregunto dónde terminará ese camino que ha dibujado en el agua

Superpoderes...

Imagen
      Ayer, durante la siesta, los niños estaban viendo unos dibujos,  Fanboy y Chumchum  (sí, los de la foto) que no sé si son muy apropiados, por cierto, tendré que ver unos cuantos capítulos para ver si pasan la ITV porque les escuché decir algo así como: “concierto en La menor, de no sé qué compositor, para sobaco” a la vez que hacían una representación musical con dicho instrumento. Llevo una guerra con los niños de más de una semana para que cambien esa horrenda palabra que les encanta, por axila, pero no hay manera, y ahora he descubierto de dónde la habían sacado… Pero no era esto lo que quería contar. En el capítulo, estos personajillos se hacían invisibles y se me mezcló el sueño de la siesta con el capítulo y el libro que me estoy leyendo, así que me desperté pensando en superpoderes varios. Abro debate: Si tuvieseis que elegir entre poder haceros invisibles, tener una fuerza descomunal e invencible, leer la mente, adivinar el futuro, ser veloces como la luz o materiali

Noches de verano

Imagen
    Fotografía de Eduardo Margareto       Todas las noches salíamos a tomar el fresco. En cuanto se encendían las luces de la calle, se podía escuchar el tintineo de los tenedores a través de las ventanas, rematando la cena o recogiendo antes de acudir a la cita nocturna, cada cual con su silla de enea. La esquina de nuestra casa era la elegida en aquella calle; el viento, o su ausencia en los días más calurosos, se cruzaba allí con más libertad y mecía sus voces compartiendo recuerdos. Las risas alborotadas con alguna anécdota, el canto de los grillos y el griterío de los niños jugando a nuestro alrededor eran siseados por las lechuzas en su particular forma de ulular. Yo sacaba mi libro con la intención de perderme en su lectura bajo la farola, aunque rara vez conseguía pasar de una página. Era imposible abstraerse de aquel espectáculo de vida. (Inspirado en la imagen de Eduardo Margareto para el concurso de microrrelatos: Dónde lees tú )

Pintando un sueño

Imagen
Él se marchó en silencio, sin pretextos, soltando su cabo del amarre. Ella en vano intentó rellenar aquel vacío con sus palabras, brotaban mudas, ya no le resultaba fácil reinventar aquel sueño que habían compartido. Cansada de buscar excusas para sostenerlo sola, desató también el de su lado. Aquel sueño se iba alejando lentamente a la deriva mientras ella lo contemplaba con nostalgia. No hizo nada por retenerlo ni interrumpió su rumbo, sólo se preguntaba dónde iría a parar, si quedaría detenido en algún punto del trayecto, si volvería a cruzarse con él o si el olvido tomaría las riendas de aquella distancia.

Puertas en el campo

Imagen
Fotografía de Eduardo Margareto       «No se le pueden poner puertas al campo» leyó en su libro. Repitió mentalmente aquellas palabras y al mirar al frente se topó con él. Lo miró como intentando atravesarlo. Viajando con la mente y transformando aquellas piedras en pequeñas nubecillas que marcaban un horizonte, todo lo lejos que su imaginación le permitió. Si se concentraba y entornaba los ojos, podía transformar también las jardineras en un campo de amapolas. Desenterrar aquellas tardes de infancia cuando arrancaba sus capullos para adivinar el color de la amapola que habría podido ser: «Si sale roja es que sí, si sale de otro color es que no». Un azar manipulado por su voluntad cuando no salía rojo, entonces abría un capullo nuevo, y otro...       «No se le pueden poner puertas al campo» se repetía una vez más, y las amapolas eran cada vez más rojas y el muro cada vez estaba más lejos. (Inspirado en la imagen de Eduardo Margareto para el concurso de microrrelatos: Dónde lees tú )

El caracol y la rana

Imagen
―¿A quién besaste tú para convertirte en caracol? ―¿Es que tú besaste a alguien para convertirte en rana? ―Sí, antes era humana. Llamé a un anuncio en el periódico de una vieja hechicera para pedirle consejo. Me dijo que para ser lo que yo quisiera en la vida, debía tomar un brebaje y besar a alguien con una buena posición; de esa forma todo lo suyo pasaría automáticamente a mí y viceversa. Me puse mis mejores galas y me jugué aquella carta a la más grande. Pero aquel príncipe me salió rana. ―¿Y en qué se convirtió el príncipe? ―En comercial, esa era mi profesión. ―Pues yo he sido siempre caracol. ―¿Y te gusta ser caracol? ―No sé si sabría ser otra cosa. ―¿Te gustaría ser rana? Aún me queda una dosis de aquel brebaje. ―¿Qué ventaja tiene serlo? ―Puedes nadar, saltar y ver el mundo desde otra perspectiva… es más cómodo que ir arrastrándose leeeeeentamente. Cazar insectos al vuelo es una práctica divertidísima que ampliará tu círculo social y encima te alimenta. Yo que tú no m

Mundo burbuja

Imagen
      El aire de aquella burbuja era joven y luchaba por escapar de ella pensando que esa fuga haría su vida más intensa. Creía que aquella era la proporción, a mayor extensión mayor intensidad. La burbuja, sin embargo, hacía todo lo posible por mantenerle aislado, consciente de que se iba a desilusionar en cuanto se mezclase con otros aires en libertad, los mismos que la empujaban a ella desde fuera para colarse. La burbuja reflejaba el anhelo de dos mundos: cada uno de ellos por estar en el lugar del otro.       Cuando la burbuja explotó, el mundo de aire interior se dio cuenta de que el exterior no era como había pensado. A ratos le producía una frescura indescriptible y en otros momentos, la mayoría de ellos, era absorbido por otros cuerpos de su entorno que conseguían asfixiarle hasta dejarle despojado de su esencia natural.       Comenzó a vagar, como tantos otros, buscando una burbuja donde filtrarse, donde aislarse aunque sólo fuera por un efímero espacio de tiempo.

Mesa para dos

Imagen
      La chica del kiosco le dio las vueltas del periódico. Aún no había llegado el número 16 de su colección de guerreros de época, le llamaría en cuanto llegase. Había hecho multitud de colecciones de aquel tipo: tanques Panzer, construye un tren de vapor, coches antiguos… Algunas las tenía completas, otras que habían sido descatalogadas se quedaron a medias. Aún así las conservaba porque, a veces, volvían a repetirlas para deshacerse del stock sobrante. El teléfono sonó nada más entrar por la puerta de su casa.       ―Buenos días, llamaba para reservar una mesa para dos.       ―No, se ha confundido, esto es una casa particular.       ―¿No es el 1531265?       ―No, ha cambiado el final, es el 1531256.       ―Perdone.       ―No se preocupe.       Volvió a sonar el teléfono.       ―Hola, soy la del kiosco, nada más irse llegó el coleccionable.       ―Gracias, me pasaré esta tarde a recogerlo.       ―No hay prisa, yo se lo guardo.       ―Gracias, muy amable.       ―De na