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Historia de un botiquín...

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      Hace tres semanas me llamaron de un sitio de mensajería o transportes para decirme que tenían un botiquín y que les confirmase la dirección de la empresa: se la confirmé. Hasta ahí todo normal. Unos días más tarde me llaman para decirme que han ido pero que estaba cerrado, que les diga el horario: se lo doy. Unas horas más tarde me llaman de la misma empresa de transporte y me ponen con una máquina tele operadora: ―Buenos días, le llamamos para confirmar la dirección de un envío, calle… Si la dirección es correcta pulse 1 Si es incorrecta pulse 2 Si no quiere recibir el envío pulse 3       Yo pulsé 1 .       A la semana siguiente el botiquín aún no había llegado y recibo otra llamada de la máquina tele operadora con la misma retahíla. Esta vez pulsé el 2 y me pasaron con una operadora de carne y hueso para indicarles la nueva dirección. Les ofrecí que si les venía mejor entregármelo por la mañana, lo enviasen a mi casa. Unos días más tarde me llama el transportista pa

Robando el sol

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      Me encuentro en ese lugar donde nace cada día. Llevo años viniendo a este sitio a mirarlo, admirarlo, añorarlo y, por qué no, a robarlo.       ―Te puedo regalar el sol, si lo quieres ―me decía, atrapándolo y enredándolo entre sus dedos, con cuidado, como si temiera que se le fuera a caer.       ―¿Y dónde lo voy a guardar? ―le contestaba yo, sin saber de qué forma corresponder aquella oferta.       ―Pues en un bolsillo ―contestaba ella, sin parar de jugar con aquella esfera luminosa.       Otras veces, mientras nos tumbábamos en el césped, buscaba formas con las nubes y me decía:       ―A ver si encuentras un caracol o un conejo con una piruleta o un sombrero de copa...     Para mí era dificilísimo encontrarlos, pero en cuanto me los señalaba con el dedo y dibujaba su contorno en el aire, se perfilaban perfectamente aquellas formas ante mis ojos.       Fueron los mejores años. Nuestra vida se mecía en el vaivén de las tardes de playa en verano, dormidos sobre la arena co

Veía llover

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      Veía llover a través de la ventana y aquellas gotas de agua que jugaban a permanecer tras el cristal, a mezclarse unas con otras para después separar esa unión y precipitarse hasta desembocar sobre el marco de madera, también le permitían ver otra lluvia igual de húmeda y transparente, a ratos fría y otros más cálida.       Allí, de pie, mirando fijamente tras el cristal, o quizás no al otro lado y su mirada se concentraba en ese punto desenfocado donde no se ve más allá de los recuerdos, pensaba en esa otra lluvia, la de las horas que ya no volverán a recordar que aún es ayer y falta mucho para mañana. La lluvia de besos entregados sin reparar, si quiera, o los que se quedaron esperando una señal para salir disparados. La de las sonrisas que surgieron espontáneas y que ahora luchan por no perderse, ni caer en el olvido de la caja donde están guardadas. La lluvia de momentos dormidos que aguardaron esperando un abrazo y que, escurridizo, se posó sobre la almohada buscando a

Baila bailarina

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            Recluida entre las cuatro paredes de aquel cuarto, soñaba con ser bailarina. Se imaginaba haciendo complicadas piruetas en el aire, girando sobre sí misma sin parar o deslizándose como una pluma arrastrada por el viento. Aquellas figuras representaban para ella una inalcanzable quimera.       También disfrutaba con sueños sencillos como salir a pasear a la calle y descubrir el mundo tras aquel ventanal. Pero el reloj jugaba en su contra y cada vez se sentía más frágil y apagada. A veces ni los sueños conseguían levantar sus esperanzas.       Cuando sintió que sus fuerzas habían llegado a su límite, en el último suspiro de vida, pidió un deseo, era lo único que le quedaba por intentar. Al instante, la joven que minutos antes había puesto agua en el jarrón, pudo sentir su perfume en la piel, y unas ganas irresistibles de bailar.

Miradas

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Harry      Rita no era de esas mujeres que allí donde invaden con su presencia, dejan marcada una estela de expectación. No era como Lili, su amiga, que despertó la curiosidad de James y los cuatro habituales de la barra, con un sólo movimiento de melena. Ella parecía tener la intención de pasar inadvertida. Busqué llamar su atención durante toda la noche, pero prefería ignorarme. Apoyándome en el bastón de su indiferencia conseguí captar la atención de Lili. Fue así como empezó todo y terminó lo nuestro, justo antes de comenzar.       Con el paso del tiempo, Lili consiguió mantener mi voluntad a raya. Me hubiese gustado hacer lo mismo con la de Rita, que por aquel entonces pendía de los labios de James. No fue la primera noche ni la segunda, tal vez ni siquiera la octava, puede que fuera aquella en la que Lili comenzó a fantasear sobre lo nuestro, o quizá no fantaseaba y fuera yo que, sin querer iniciar nada, me dejé llevar invadido por los celos hacia mi amigo. No soporta

En la cuerda floja

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―El otro día me contó una camisa de él, que se vio con otra mujer en un hotel. ―Me encantaría rebozárselo por las narices a ese vestido tan creído y pretencioso, que compartió una de las citas de ella con el otro. Se cree más que nadie por su agitada vida social. ―Tranquila, ya se habrá enterado, hoy comparten la colada.

Corazón desubicado

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      Subió a aquel tren de vuelta con la misma sensación que veinte años atrás había trazado el sentido contrario: miedo. Cerró los ojos e imaginó cómo habría sido su vida de no haberse marchado. Según se acercaba el tren a su destino, más nítidas se formaban aquellas imágenes en su mente, colmándose de añoranza y nuevos designios. Cuando el tren efectuó su parada y pisó de nuevo aquel andén, sintió que se había equivocado de sitio. Sus pies estaban en el lugar correcto, pero su corazón ya había comprado otro billete de ida. (Escrito para "El V certamen de relatos breves, tren de cercanías")

Espiral

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      Observaba el movimiento de sus pequeñas aletas, mientras su padre limpiaba la pecera. Había sacado las piedras de colores y se disponía a llenar de nuevo la esfera cristalina. Los pececillos luchaban contra aquella espiral de corriente, bajo la diabólica mirada del niño que sostenía el tapón impasible. (Escrito para el II concurso de microjustas literarias de OcioZero)