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La brisa tras su espalda

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      Paseaba por la orilla a diez metros de distancia sin saberlo. Ella comenzó a seguir sus huellas, pisando una tras otra, sin hacer ruido; el murmullo del mar se encargaba de acallar los sonidos de todo cuanto se hallaba a su alrededor. Él no estaba seguro de que ella fuese a aparecer. Ella ahora sí lo estaba, le tenía delante, cortando el viento a su paso.       Él seguía caminando, silencioso, sin mirar atrás, pendiente de cada uno de los movimientos de aquel mar revuelto que, aquella tarde, parecía querer ofrecer su más fría mirada. Ella iba ganando terreno en cada paso y reducía aquella distancia que les separaba. Tan sólo eran segundos, nada en comparación con el tiempo que había pasado desde la última vez, y una eternidad ahora que le tenía tan cerca.       De pronto él detuvo sus pasos. Ella frenó los suyos haciendo un movimiento de negación con la cabeza, no quería que él se volviera para mirarla, sabía que se formaría un muro de cristal entre ellos, ganando así el contr

Mi mayor enemigo

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A veces, intentando salvar los obstáculos que nos coloca la vida, me encuentro de bruces con el mayor de todos ellos, y siento que colisiono contra mi propio yo. Cuando esto ocurre, reconozco en él a mi mayor enemigo, por ser quien mejor me conoce y al que más me cuesta apartar; pues las fuerzas de empuje y resistencia están equilibradas, y tengo que encontrar un punto débil, un mismo talón de Aquiles, antes de que lo haga mi oponente y gane la partida, haciendo que dé un paso hacia atrás. Tiendo a pensar que si me dejo vencer una vez o si encuentra mi debilidad, se hará más fuerte; y cada vez que nos encontremos, me mirará con ojos de invicto, logrando que pierda la confianza y renuncie a mi fortaleza. Por eso no quiero bajar la guardia, tengo que buscarlo antes de que me encuentre desprevenida, porque cuando lo tengo enfrente y sus ojos desprenden duda, siento que ya está vencido.

Senderos de papel (Cap. X)

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  Rotación       Adela llegó a Madrid al día siguiente. En su buzón encontró un pequeño paquete procedente de Londres, y que por la fecha, debía de llevar allí unos cuantos días. Lo abrió sin mucho interés, imaginando que sería algún catálogo de la publicidad que, de vez en cuando, Israel solía enviarle. Pero lo que encontró dentro fue un libro titulado «Senderos de papel» El autor ¡no podía creerlo! era Israel. En la primera página, donde habitualmente aparece la fecha de edición, editorial o ISBN del libro entre otras cosas, sólo ponía: Edición limitada. Un sólo ejemplar. En la siguiente página había un párrafo manuscrito que decía: «La vida está formada por senderos que se entrelazan. Unos son sólidos como el acero, otros son frágiles como el papel. Los caminos frágiles suelen romperse con facilidad, y nos llevan a constantes idas y venidas; subidas y bajadas; convirtiendo nuestra existencia en un mar de sensaciones.»       El libro estaba impreso como uno de verdad. Hablaba s

Senderos de papel (Cap. IX)

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Una burbuja de aire       Adela quedó convencida con los argumentos que le dio el padre de Israel, y como habían acordado, esperaría a que fuese su amigo quien desvelase el parentesco entre ellos. Habían pasado tres meses desde que se marchó a Londres, y siempre tenía algún imprevisto que le impedía hacer una escapada, así que se planteó la posibilidad de ser ella la que le sorprendiese.       Israel se sentía absorbido por el trabajo. Echaba de menos su vida en Madrid, el clima, sus costumbres, odiaba la comida inglesa y, para colmo de males, llevaba casi tres meses sumergido en una relación que no le llevaba a ninguna parte. Se llamaba Lucia y era española, llevaba un año estudiando en Londres, y la conoció en la cola de unos grandes almacenes al darse cuenta ambos, que llevaban en la mano libros en español, pero no se dijeron nada con palabras, sólo algún gesto con la mirada. Al salir de los grandes almacenes llovía, y cuando ella abrió su paraguas, él, sin pensárselo dos veces,

Senderos de papel (Cap. VIII)

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  En un barco de papel      ―¿Nerviosa? ―preguntó Israel, que había aprovechado la incorporación de Adela a su trabajo, para desearle un buen día.       ―Más de lo que esperaba.       ―Tranquila, todos pasamos constantemente por una primera vez en algo, mi padre el primero.       ―¿Tu padre? ¿Israel estás bien? Sólo una vez me habías mencionado a tu padre, y fue para decirme que no querías hablarme de él… ¿Ha ocurrido algo?       ―No sé por qué he dicho eso… ―contestó Israel titubeando. Era el primer día y a punto estaba de meter la pata―. Es un hombre muy exigente, y aún así siempre ha sido muy considerado en este aspecto… Me ha salido sin pensar.       ―Mi jefe es de la misma opinión, me lo dijo en la entrevista, seguro que se llevarían bien ―Insistió Adela, aprovechando que por fin Israel soltaba prenda sobre un tema prohibido.       ―Pues nada, te dejo no vayas a llegar tarde, mucha suerte. Cuando tengas un hueco escríbeme un correo y me cuentas qué tal te ha ido. Yo tengo… ―Isra

Senderos de papel (Cap. VII)

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Palabras que se queman dentro       Adela siempre había procurado mirar a Israel con los ojos de la amistad, se había convencido de que él no era su perfil ideal, como si aquella norma que le había impuesto a su cabeza pudiera ser aceptada por su corazón sin más; ignorando que los sentimientos no entienden de perfiles, ni de reglas, ni de intención. Estaba acostumbrada a compartir su vida con él, cualquier mínima inquietud que tenía era un buen motivo para llamarle y pasar un buen rato al teléfono, o bien para quedar para tomar algo y pasear las calles de la ciudad. No había un rincón del casco antiguo madrileño, que no tuviese una instantánea, como testigo, de sus encuentros. Sin embargo Israel no actuaba de la misma forma, él guardaba celosamente su intimidad, nunca hablaba de su familia, ni de su vida de antes de conocerse, y esto hacía que siempre quedase entre ellos una pequeña distancia, una muesca en aquella burbuja de cristal que habían construido.       El día que se de

Senderos de papel (Cap. VI)

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Un mundo a medida       El padre de Israel llamó a Adela, para una entrevista, a primera hora de la mañana. Israel sabía que Adela era una mujer valiente, y que no tendría ningún problema para desempeñar el trabajo con calidad y perseverancia. Le dijo a su padre que no se arrepentiría de hacerle ese favor, que si le concedía la oportunidad de entrevistarse con ella, no quedaría defraudado con su recomendación.       El trato pactado con su padre era que, de momento, ella no se enterase de su parentesco. Prefería ocultar por un tiempo la identidad del que, estaba seguro, decidiría ser su jefe. Conocía la personalidad que ella poseía, y no quería restarle el mérito de haber conseguido el puesto por su valía. El carácter de eterna autosuficiencia de Adela, había enseñado a Israel a manejar las situaciones delicadas entre ellos, con habilidad y maestría. Con el tiempo, cuando ella se sintiese segura y reconfortada en su puesto, le explicaría que él tan sólo había sido la vía de contac

Senderos de papel (Cap. V)

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Un mar de lágrimas       Israel permanecía sentado delante de su ordenador mientras su teléfono móvil en modo de vibración, no paraba de retumbar en la mesa. No quería coger la llamada. La pantalla le mostraba que se trataba de Adela y estaba cansado de sus conversaciones, de que pasara la mayor parte del tiempo describiendo encuentros que no eran los suyos, y admirando cada detalle con el que su adorado Marcos le sorprendía a cada instante.       Adela tenía razón en una cosa, Israel le tenía totalmente atragantado: “Que si Marcos dice esto... que si Marcos hace lo otro... mi madre está muy contenta con Marcos y me pregunta por él a todas horas...”. Lo que Adela quizá ignoraba era la naturaleza de esa manía, a veces contenida, hacía su pareja.       No entendía por qué Adela era tan superficial. No estaba seguro si había sido así siempre o se había vuelto de repente. Quizá había estado demasiado ciego dejándose llevar por sus sentimientos. Cuando estaban juntos se olvidaba del