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Senderos de papel (Cap. V)

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Un mar de lágrimas       Israel permanecía sentado delante de su ordenador mientras su teléfono móvil en modo de vibración, no paraba de retumbar en la mesa. No quería coger la llamada. La pantalla le mostraba que se trataba de Adela y estaba cansado de sus conversaciones, de que pasara la mayor parte del tiempo describiendo encuentros que no eran los suyos, y admirando cada detalle con el que su adorado Marcos le sorprendía a cada instante.       Adela tenía razón en una cosa, Israel le tenía totalmente atragantado: “Que si Marcos dice esto... que si Marcos hace lo otro... mi madre está muy contenta con Marcos y me pregunta por él a todas horas...”. Lo que Adela quizá ignoraba era la naturaleza de esa manía, a veces contenida, hacía su pareja.       No entendía por qué Adela era tan superficial. No estaba seguro si había sido así siempre o se había vuelto de repente. Quizá había estado demasiado ciego dejándose llevar por sus sentimientos. Cuando estaban juntos se olvidaba del

Volver a casa

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      Apartó bruscamente las cosas de la mesa. Era la primera vez que le veía fuera de sí. No sabía qué estaba buscando, pero tampoco le interrumpí, pensé que eso sólo alimentaría su furia.       Cuando se tranquilizó, después de haber revisado cada rincón, rompiendo todo aquello que encontró a su paso, y se sentó en el sofá; me decidí a preguntar qué era aquello que con tanto afán buscaba.       Me miró con ojos de ira, con una profundidad que nunca le había conocido, como si me mirase desde otra dimensión, y no acertase a adivinar lo que realmente le estaba preguntando. No dijo ni una palabra, se limitó a mirarme fijamente, aunque no sé si realmente me miraba, porque mis ojos no lograban encontrar su auténtica mirada.       Se levantó de súbito, como si de pronto hubiese descubierto algo. Cogió su abrigo y echó a correr calle abajo. Salí tras él, llamándole, pidiéndole a gritos que me esperase, necesitaba una explicación a todo aquel desconcierto. Pero no hubo respuesta, tan

Senderos de papel (Cap. IV)

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Un mundo que se aleja       Adela no entendía por qué Israel se estaba apartando de su vida. Llevaban casi dos años siendo amigos y cada vez le sentía más lejos y distante. Echaba de menos aquellas charlas, cuando iba a recogerla a la cafetería y la acompañaba a casa. Se pasaban horas y horas en su habitación escuchando música, compartiendo sus sueños y liberando sus penas. Aquellos habían sido los mejores momentos de su vida en aquella fría y bulliciosa ciudad.       Ella no había sido la única de la que se había apartado, Israel había abandonado su rincón del parque del Retiro. La música parecía haber alejado el hechizo que se apoderaba de él. De repente se había vuelto un joven ambicioso, y no paraba de ir de un lado a otro buscando financiación y socios, para un nuevo proyecto de negocio. Aquel chico seguía siendo un enigma, a veces sentía que sabía todo sobre él, pero realmente apenas sabía nada sobre su vida, ni su pasado.       Adela seguía trabajando en la cafetería. Ya

Al otro lado

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      Aquel muro le impedía la visión. No se trataba de un muro de ladrillo, ni de cemento; era un muro invisible que se había formado a raíz de sus dudas y sus miedos.       En su lado del muro controlaba su vida a su antojo. Guardaba una distancia prudencial con lo desconocido e imprevisible, y ello le proporcionaba seguridad para tomar sus decisiones. Al otro lado del muro se encontraba todo aquello que consideraba inestable, oculto e incontrolable.       Sin embargo, cada día, se paseaba por las inmediaciones de aquel muro. Era como una tentación que no podía evitar, como una rutina ineludible. A veces sólo se daba una vuelta para asegurarse de que el muro permanecía ahí. Otras daba un paso más, y se ponía de puntillas para asomarse por encima de él. Pensó en abrir un portillo para salir y entrar libremente; pero tenía miedo de que al hacerlo, se quedase abierto y no pudiese recuperar la estabilidad y el confort que le proporcionaba aquel muro, que tanto había tardado en cons

Mi primera vez

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Cuando todo había terminado, me sentí tan relajada que no me hubiese importado permanecer allí un poco más. Al principio sentí miedo, quizá me sentía insegura por ser la primera vez. Él me dijo que me tomase mi tiempo, que todos pasábamos por ese instante en el que piensas que no vas a ser capaz, y se te seca la boca por la tensión acumulada. Nos miramos, yo para preguntarle con la mirada si había llegado el momento, y él para responderme que sí. Bebí un sorbo de agua y expuse mi trabajo ante mis compañeros con total fluidez. (Micro 100 palabras sobre "Mi primera vez en algo..." para Nuncajamás)

Senderos de papel (Cap. III)

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El mundo a sus pies       ―Hola mamá, no sé si voy a poder hablar mucho contigo, es que estoy en una cafetería y he quedado para tomar café con Israel. No me apetece que siempre se trague nuestras conversaciones.       ―Hola hija, parece que nunca doy con el momento acertado ¡Mira que eres arisca! Cuando no estás en el trabajo, es que no estás sola...       ―Lo siento, ya sabes que soy un poco brusca pero es que la vida aquí es mucho más ajetreada que allí. Aquí se vive con un cronómetro insertado en la cabeza.       ―¡Qué tonterías tienes Adela! ¿Y qué tal en la oficina, que nunca me quieres contar nada?       ―Todo bien mamá. No te cuento nada para no aburrirte. Allí como siempre, todo el día de papeleos, llamadas... ¡Es un no parar! ¿Y por allí qué tal?       ―Todos bien. La abuela te manda un beso. Y dice que te cortes un poco el pelo, que cuando estuviste aquí te vio más flaca y con el pelo tan largo ni se te ve la cara. Tu prima dice que la próxima vez que vengas, se va con

Senderos de papel (Cap. II)

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  Leer antes: Senderos de papel I La chica de los ojos cerrados       Tres pequeñas gotas de agua aterrizaron en la mano que sujetaba el arco de su violín, formando parte del preludio que abordaría a aquella tarde de frío invierno. Se había formado un pequeño grupo de gente a su alrededor. Mientras tocaba el primer movimiento del otoño, del gran maestro Vivaldi, un señor con un sombrero negro y bastón, se acercó y depositó unas monedas, con tan mala suerte que dos de ellas rodaron fuera de la funda del violín que el músico había colocado a modo de arca. El desconocido echó un vistazo a su alrededor, y al no ver el paradero de las monedas, hizo un gesto al músico de resignación, a lo que el músico contestó con un guiño y una enorme sonrisa.       Él sí tenía perfectamente localizadas las monedas. Habían ido a parar a los pies de una joven que llevaba más de quince minutos escuchando su música. La había visto varias veces pasar delante con un paraguas rojo colgado del brazo y un abr

Senderos de papel (Cap. I)

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Senderos de Papel es el título de mi gran travesía en "Travesía literaria". La comencé en marzo, y aún estoy atascada más o menos por la mitad. He decidido ir publicándola para ver si así me obligo a arrancar de nuevo. Este capítulo está basado en una de las canciones que nos proponían, otros están basados en imágenes, pecados capitales, etc. Os dejo con el primer capítulo, y aunque cada uno tiene su título, todos pertenecen a la misma historia. Cuando despierte       Era la tercera entrevista que hacía esa semana. Llevaba más de tres meses en la ciudad y sólo había tenido suerte durante una semana en que la contrataron como personal de limpieza, sustituyendo una baja en unos grandes almacenes. También había conseguido un trabajo para los fines de semana como cajera en una gasolinera, y que aún conservaba. Subsistía con los pocos ahorros que su madre había podido darle cuando decidió marcharse de su pueblo, hacía ya casi cuatro meses, y el sueldo de los fines de semana que