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¡¡¡¡CAMPEONES DEL MUNDO!!!!

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¡¡Merecidísimo campeones!!

El chico del vaquero y la camisa blanca

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      Pensó abrigarse más, el norte de Europa a principios de Marzo sigue siendo frío. Sin embargo era muy supersticioso y decidió no hacerlo, al fin y al cabo recordaba claramente que siempre habló de unos vaqueros y una camisa blanca, cuando meses atrás se lanzó a un juego de destinos, deseos y casualidades.       Caminaba por las calles adoquinadas de la ciudad aterido de frío, las manos en los bolsillos y pensando que de aquella noche sólo iba a sacar una decepción y posiblemente un fuerte resfriado. A pesar del frío el trayecto se le hizo bastante corto, y por un instante pensó que o bien el frío había afectado a su sentido de la orientación, o bien estaba tan absorto en tratar de encontrar una explicación a qué hacía allí, que se había confundido de calle. Sin embargo, se dio cuenta de que ni una cosa ni la otra. Donde buscaba un pequeño restaurante que conoció tiempo atrás hoy se levantaba una pequeña tienda de libros viejos.       No pudo evitar soltar una carcajada, sin du

La chica del vestido verde

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      Se bajó del taxi algo confundida, la dirección que llevaba apuntada era correcta, pero en vez de ser un restaurante el cartel de la fachada rezaba: Biblioteca.       Aquella cena a la que se dirigía fue planificada unos cuantos años atrás. Un día, un amigo que creía fielmente en el destino le propuso una invitación, se trataba de cenar en un restaurante de una ciudad lejana y en una fecha futura, varios años más tarde. Ella no creía en el destino ni pensaba que las cosas sucedían porque tienen que suceder, sino que son fruto de la casualidad y las decisiones tomadas en cada instante. Acordaron aquel día que si, yendo cada uno por su cuenta a la cena y sin avisarse de antemano, esa cena se efectuaba en aquel restaurante acordado y el día señalado; ella creería en el destino. Y de no celebrarse, él creería en las casualidades.        Una sonrisa maliciosa quiso venir a su rostro al recordar aquel pacto mientras leía "Biblioteca" en el cartel. En el fondo se sentía de

El niño guerrero

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Os vuelvo a llevar de paseo por Kenia, esta vez nos vamos de boda. No es exactamente la segunda parte de "Una puesta de sol" , pero voy a intentar encontrar un nexo, a parte del país, en todas las historias de esta liga. (Si las  que ponen las premisas me lo permiten, porque parecen duendecillos traviesos ¬¬) En este capítulo encontraréis a Raquel, la amiga de la protagonista del anterior. Cap. anterior: Una puesta de sol     Mi nombre es Tuebe y hace diez años que renuncié a mi vida de guerrero masai. Desde que tuve uso de razón, ese fue mi único objetivo, y sin embargo sólo duré diez años subido a aquel sueño que ahora siento como borroso y lejano, como si el niño que tenía aquellos sueños fuese un desconocido que me hubiese contado sus planes futuros. Mis pensamientos se encuentran situados en esa línea meridiana de mi historia, donde he sido mitad guerrero masai y mitad hombre globalizado.     Estos pensamientos vienen a mi memoria, porque hace unos días viajé co

Latente

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      Había escuchado muchísimas veces la palabra latente antes de prestarle la más mínima atención. Para mí era lo mismo que escuchar lenteja o libélula, una palabra sin más. La primera vez que tuve consciencia de ella fue hace muchísimos años, en una clase teórica de fotografía. Nos explicaban que en una película o papel fotográfico, la imagen formada después de la acción de la luz y antes de entrar en contacto con el líquido revelador, se considera imagen latente, y por tanto invisible para nosotros. Fue ahí donde pensé: latente, ¡qué  bonito! Es una imagen secreta, escondida... Recordé las veces que había ido a la tienda de revelado con un carrete en la mano y sin pensar en esa palabra tan especial, no me daba cuenta de que llevaba la mano llena de imágenes latentes y sin embargo ahí estaban. Todavía fue más fantástico cuando vi la transformación de la latencia con mis propios ojos, la primera vez que introduje un papel fotográfico dentro de una cubeta con líquido revelador y a

La guardiana de sueños

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En la travesía nos han propuesto sacar a un personaje de su libro y transformar su historia en una pantalla de cine. Quien no haya leído “La ladrona de libros” y tenga intención de hacerlo, le recomiendo que no lea este relato, pues contiene bastante spoiler. Era muy difícil transformar la historia sin remitirme a la verdadera. Y a los que lo habéis leído, no me tiréis muchos tomates por profanarlo, recordad que estamos en crisis.       Liesel esperaba en la cola del cine impaciente por entrar al estreno. Hacía mucho tiempo que su mente no le llevaba de paseo por Molching, el pueblo de su infancia. Para liberar a su corazón del dolor que le producían aquellos recuerdos, pero a la vez saciar la necesidad de evocar los buenos momentos, unos años más tarde de aquella fatídica noche del bombardeo en Himmesltrasse, decidió reescribir aquella historia, al igual que ya lo hiciera en aquel viejo sótano. Ahora vivía en una cómoda casa, en un barrio de las afueras de Sidney, y habían pasado v

El viejo desván

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Once metros pueden parecer miles,  y mil kilómetros pueden ser dos centímetros,  si la unidad de medida es de dos niños que juegan en un desván. Un segundo puede durar un día,  y diez años pueden ser un suspiro, si el reloj que lo vigila lleva el ritmo de aquel lugar. Mil cuentos pueden resumirse en una palabra,  y una mirada entre ellos contar toda una historia,  mientras sus cuerpos se alejan como las partes de un mismo imán. Una foto puede esconder mil instantes,  incluso la esencia de toda una vida,  eso decían aquellos álbumes en la estantería del desván. Un baúl puede contener un valioso tesoro,  y una vieja caja de disfraces guardar las almas  de aquellos niños alegres que jugaban a soñar. Un vaso de agua puede parecer un río,  y un mar ser la lágrima resbalando en la mejilla,  cuando se cierran las puertas de un abandonado desván. (Inspirado en la frase de Fantasmín "Once metros pueden parecer miles" para el cuentacuentos)

Cosas del azar

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      No soy aficionada a los juegos de azar. Me encanta el poker, porque aunque el azar interviene en el sorteo de cartas, la que lleva el juego soy yo. Soy una jugadora camicace, eso me dicen los que entienden y esto hace que juegue demasiado al farol y que me arriesgue a lo loco, las consecuencias es que soy una jugadora sin medias tintas, o gano o lo pierdo todo (lo mío y lo de el de más allá). Otro fallo que tengo es que cuando tengo buenas cartas mis ojos brillan y lo huelen rápido, así que la próxima vez que juegue pienso disfrazarme como los de los torneos de la tele.       Ayer estuve en el casino. (Ahora viene cuando pensáis que soy ludópata por lo menos) Era mi primera vez, bueno, nuestra primera vez, íbamos dos parejas. Decidimos antes de entrar probar sólo con 25 euros cada uno y cuando se fundiesen marcharnos, (yo les pedí que aunque rogara y pataleara, por favor, no se les ocurriese dejarme comprar más fichas) se trataba sólo de pasar un buen rato. La traducción de 2