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Falsas apariencias

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      Hay cosas que nos cuesta reconocer abiertamente. En unos casos damos un rodeo para eludir el tema, en otros nos justificamos o nos apoyamos en quienes actúan de la misma forma, y hay veces en que directamente, lo negamos y nos quedamos tan anchos. A quién no le ha pasado siendo adolescente, pasarse una semana hablando a tu mejor amiga de Fulanito: «Fulanito dice. Fulanito dijo. Fulanito va. Fulanito viene. Mira, ahí está Fulanito».... Y en el momento en el que la amiga te dice: «Tía, ¿a ti te gusta Fulanito?». Le dices: «No, ¡qué va! ¿Por qué?». Y te quedas tan fresca. Aunque por dentro piensas: «¡Me cago en la leche! ¿Tanto se me nota?».       Otra cosa muy frecuente y que cuesta mucho reconocer, a pesar de que se están poniendo muy de moda por la televisión, Internet, etc. son los juguetes sexuales. En una reunión de mujeres todas ignoran el tema y ninguna parece saber de lo que se está hablando. Eso sí, en el preciso instante en que una de las presentes admite tener, por ej

¡Salta!

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      Cuando la inspectora Montilla entró en la casa, fue abordada por su compañero Gómez, quién se adelantó a presentarle las primeras impresiones del caso.       –Ha habido un asesinato. Una mujer joven, llamada Laura Reus, que vivía a aquí con su hijo, ha fallecido por asfixia.       –¿Y el hijo? –preguntó la inspectora Montilla con impaciencia.       –Desconocemos su paradero. Hemos registrado toda la casa y no lo hemos encontrado. Se lo habrán llevado los que han matado a su madre, para no dejar testigos. El móvil ha sido el robo.  Hemos hecho un pequeño inventario y faltan cosas como los pequeños equipos audiovisuales, incluido un ordenador portátil; hemos encontrado esta funda vacía. Y el joyero también está vacío.       –¿Y el marido?      –Estaban separados. La vecina de enfrente asegura que la mujer sufría malos tratos, y aunque hemos comprobado que la víctima no había realizado ninguna denuncia, el vecino de arriba nos ha contado que una vez tuvo que separarlos. Esa

Un mal día...

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      Mi calvario empezó a las siete de la mañana, cuando en vez de apagar el despertador, que amenizaba con una balada de Aerosmith en la banda sonora de Armageddon, y levantarme; decidí no apagarlo y dejarme soñar con Ben Affleck. No sé cuánto tiempo había transcurrido, cuando una nueva melodía, por llamarlo de alguna forma, exactamente era “Los rockeros van al infierno” de Barón Rojo, amenazaba con romperme los tímpanos. Lo apagué de un manotazo mientras seguía soñando que me levantaba, elegía el vestuario en el armario, desayunaba, me duchaba...       Un estridente sonido me sacó la cabeza de la almohada.       —¡Maldita sea!... ¿Sí?... No, no, perdona, es que... me he tropezado. Sí, ya estoy de camino. Vale no te preocupes que yo lo recojo.       Después de mi desliz matutino, me pasé por la tienda de antigüedades, como le había prometido a mi compañera. Mi jefe había encargado un reloj de arena para decorar su nuevo despacho. Y qué mejor forma de justificar mi retraso

No queda nadie en el andén...

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          Viernes, ocho de la tarde. En una estación de cualquier parte, un hombre observa a una mujer que está sentada en un banco del andén. Ella saca algo del bolsillo, es un papel, lo lee, lo mira, lo arruga, lo guarda. Su rostro adopta el gesto de la angustia y la desesperación. Abre de nuevo el papel, lo lee, lo mira, lo arruga y lo tira con rabia al suelo del andén.       El tren realiza su llegada y, mientras la mujer desaparece dentro de los vagones, el hombre que la observaba recoge del suelo el papel arrugado. Lo guarda en su bolsillo y sube al tren. Busca a la mujer con la mirada, la encuentra. Se sienta en frente de ella, la observa. Ella nota su mirada, levanta la cabeza y le mira. Se siente incómoda, pero le sigue mirando, con una mirada de esas que traspasan los límites del espacio y se proyectan al infinito, dejando incluso de ver al hombre que tiene enfrente.       El tren efectúa otra parada, ella se baja y una vez en el andén, mira hacia dentro, donde está

El viaje de la memoria...

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      Casi todos los viajes comienzan con un proyecto. Se elige el destino, se planifica la fecha, se busca toda la información posible sobre el lugar a visitar, se organiza lo necesario para llevar, etc. El final del viaje no llega con la vuelta, aún quedan unos cuantos días más en los que entre deshacer la maleta, descargar las fotos o videos, y entregar los regalos de recuerdo a los parientes y amigos, sigues rememorando y disfrutando de la experiencia viajera.       Hay otros viajes que no comienzan con un proyecto, sino que somos proyectados hacia ellos. Son viajes mágicos sin planes, sin fechas, sin horarios, sin transporte, sin equipaje... Nos llevan a cualquier parte. Podemos viajar a un lugar que deseamos, o bien viajar a cualquier sitio donde hayamos estado y disfrutado. Si tenemos los ojos abiertos nos llevan donde queremos. Otras veces, cuando los tenemos cerrados, pueden llevarnos a lugares inesperados; y otras, las más especiales, nos dejan compartir el viaje, durant

Necesito un manual...

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      Si para conducir es necesario aprobar un examen, para ejercer una profesión, en la mayoría de los casos, se necesita de unos estudios previos, ¿por qué para tener hijos nos dejan a nuestro aire, siendo una tarea tan difícil para la que, la mayoría, no estamos ni física ni psicológicamente preparados?  Todo empieza durante el embarazo. Te crees que porque hayas coleccionado todas las suscripciones de "Ser Padres", "Mi bebé y yo", "Cosas de bebés", etc.; hayas leído el libro "¿Qué se puede esperar cuando se está esperando?"; y visitado 200 páginas de bebés por Internet... Ya está todo aprendido. Y eso sin contar con la escuela de la calle: esas madres experimentadas que cuando te ven con la barriga te conviertes en un imán de sus recuerdos, y no paran de contarte sus experiencias en la sala de partos, que cuando se juntan unas cuantas aquello parece la mili de los tíos, compitiendo a ver cuál fue más duro y más sanguinolento. Y si no les p

Confusiones y reincidencias...

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      Un día, hace ya seis o siete años, haciendo la compra en un supermercado, o más bien terminando de hacerla, pues me encontraba sacando los artículos del carro y dejándolos en la cinta transportadora, me di cuenta de que ninguno de los alimentos que se movían por la cinta se correspondían con los que yo había escogido — ¡Oh no! Me había equivocado de carro—. M ientras recogía de nuevo los artículos de la cinta para devolverlos al carro, me iba planteando si buscar el mío o realizar la compra de nuevo. Esto último lo descarté enseguida, porque a ver con qué cara me presentaba de nuevo en la carnicería y charcutería a pedir los mismos productos...  Así que decidida por la primera opción, desanduve al camino hecho y me puse a buscarlo. Al llegar a la frutería lo encontré abandonado, y mientras aparcaba el robado y cogía el mío, un señor que intervino en mi quehacer me comunicó que había un señor desesperado buscando su carro. En ese momento aparecía en escena el propietario, vení

Lo que valoramos...

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      Tengo comprobado que no puedo mirar durante más de dos minutos seguidos, cualquier programa nuevo o serie de televisión, pues corro el serio peligro de engancharme a todo lo que se mueve. Esto me pasó hace unas semanas con “Perdidos en la tribu”, un reality donde tres familias españolas viajan a tres lugares distintos del mundo, donde viven tribus con sus taparrabos incluidos y se alimentan de lo que van cazando, pescando o encontrando por los alrededores. Aunque algunas tribus son más “sofisticadas” que otras (tienen cabras, gallinas, áticos de lujo en los árboles...) las tres coinciden en una cosa ¡las mujeres, a la cocina! Pobre Arguiñano, allí sería un marginado...       Hay una cosa que me llamó la atención. Los hombres de la tribu que está en Etiopía, cuando se hacen hombres, se fabrican con sus propias manos una especie de taburete que siempre llevan encima. Sólo ellos tienen derecho a tenerlo y lo usan para las tres cosas siguientes: Sentarse, reposar la cabeza mientr