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El ladrón de atardeceres

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      Se movía despacio entre la gente, procurando no perder ningún detalle del breve espacio que duraba aquel espectáculo tan mágico, que cada tarde se esfumaba como un susurro entre la tierra y el ocaso. Poseía una colección magnífica de atardeceres. Ninguno igual, todos distintos aún enfocados desde el mismo lugar. Separados por el tiempo,  el clima y adornados por el azar de aquellos transeúntes que se encontraban paseando sin prestar atención a ese día que, sin darse cuenta, se les escapaba.       Recordaba perfectamente qué propósito le hizo parar allí la primera vez, cuando contempló aquel primer atardecer de aquel lugar, sobre el puente de un río. Esperar. No llegó, y sin embargo aquella tarde le pareció más bonita que ningún día. Y siguió esperando hasta que el crepúsculo le dio paso a la penumbra de la noche, atenuada por la luz artificial de las farolas que desfilaban por el puente, ajenas a su mirada. Fue una tarde fría de finales de marzo. Celebró que no llegase, con la

Pájaros de papel

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Pájaros que no eran pájaros, sino figuras de papel que volaban a su alrededor sin orden ni concierto, esperando una mirada o un gesto para tomar vida propia y no dejarse guiar por los hilos a los que estaban sujetos. En la habitación, el tiempo se le escapaba entre los dedos como un puñado de arena. La ventana estaba abierta, y el aire frío que entraba por los barrotes movía los hilos de aquel carrusel de colores que se enredaba entre sus cabellos. ―Cabeza alta y no tengas miedo ―se decía a sí mismo, mientras se peinaba frente al oxidado espejo, convencido de que los pájaros que tenía en su cabeza, no eran más que el producto de muchas noches perdido en sus sueños. (Escrito para el decimocuarto reto de microrrelatos del foro de Nuncajamás)

Testigo silencioso

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      Aquel silencio se convirtió en un mudo tratado de nostalgias, donde todo quedaba en aquel color sepia de las imágenes que guardó en la vieja caja de galletas, que durante años había reposado sobre la alacena, y que ahora dejaba en su maleta.       La casa conservaba el olor de la última taza de café que había sido preparada, y el sonido del péndulo de aquel reloj, que colgaba allí desde tiempos inmemorables, se mezclaba con sus propios sonidos internos, los del recuerdo, los de las risas mudas y las palabras sin voz ni aliento, los ojos que miran y ya no ven porque han quedado atrapados en otro tiempo, los del silencio.       Cerró la puerta después de echar un último vistazo a su alrededor, ochenta años de recuerdos grabados en cada poro de aquellas paredes, flotaban como motas de polvo expuestas a la luz. Sabía que esa sería la última vez que vería aquel espectáculo quieto, aquel escenario de representaciones dormidas. Cogió su maleta y se marchó, dejando atrás aquella estru

Volver a casa

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      Apartó bruscamente las cosas de la mesa. Era la primera vez que le veía fuera de sí. No sabía qué estaba buscando, pero tampoco le interrumpí, pensé que eso sólo alimentaría su furia.       Cuando se tranquilizó, después de haber revisado cada rincón, rompiendo todo aquello que encontró a su paso, y se sentó en el sofá; me decidí a preguntar qué era aquello que con tanto afán buscaba.       Me miró con ojos de ira, con una profundidad que nunca le había conocido, como si me mirase desde otra dimensión, y no acertase a adivinar lo que realmente le estaba preguntando. No dijo ni una palabra, se limitó a mirarme fijamente, aunque no sé si realmente me miraba, porque mis ojos no lograban encontrar su auténtica mirada.       Se levantó de súbito, como si de pronto hubiese descubierto algo. Cogió su abrigo y echó a correr calle abajo. Salí tras él, llamándole, pidiéndole a gritos que me esperase, necesitaba una explicación a todo aquel desconcierto. Pero no hubo respuesta, tan

Mi primera vez

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Cuando todo había terminado, me sentí tan relajada que no me hubiese importado permanecer allí un poco más. Al principio sentí miedo, quizá me sentía insegura por ser la primera vez. Él me dijo que me tomase mi tiempo, que todos pasábamos por ese instante en el que piensas que no vas a ser capaz, y se te seca la boca por la tensión acumulada. Nos miramos, yo para preguntarle con la mirada si había llegado el momento, y él para responderme que sí. Bebí un sorbo de agua y expuse mi trabajo ante mis compañeros con total fluidez. (Micro 100 palabras sobre "Mi primera vez en algo..." para Nuncajamás)

La chica del vestido verde

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      Se bajó del taxi algo confundida, la dirección que llevaba apuntada era correcta, pero en vez de ser un restaurante el cartel de la fachada rezaba: Biblioteca.       Aquella cena a la que se dirigía fue planificada unos cuantos años atrás. Un día, un amigo que creía fielmente en el destino le propuso una invitación, se trataba de cenar en un restaurante de una ciudad lejana y en una fecha futura, varios años más tarde. Ella no creía en el destino ni pensaba que las cosas sucedían porque tienen que suceder, sino que son fruto de la casualidad y las decisiones tomadas en cada instante. Acordaron aquel día que si, yendo cada uno por su cuenta a la cena y sin avisarse de antemano, esa cena se efectuaba en aquel restaurante acordado y el día señalado; ella creería en el destino. Y de no celebrarse, él creería en las casualidades.        Una sonrisa maliciosa quiso venir a su rostro al recordar aquel pacto mientras leía "Biblioteca" en el cartel. En el fondo se sentía de

Una hebra de hilo...

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      Si yo fuera una hebra de hilo, querría ser tejida para un bonito pañuelo que se anudase al cuello o a modo de diadema. Me encantaría impregnarme con mil perfumes y pasear a la luz de las estrellas; o bien salir volando con una racha de viento huracanado desde un crucero, para ver el mundo desde el aire, usando mis propias alas por un pequeño instante en el tiempo. Después caería en el agua y disfrutaría de un agradable baño salado, mientras soy transportada con el vaivén de las olas, a una hermosa playa peinada por la brisa y el silencio.        Una vez el sol me hubiese ayudado a abandonar el húmedo lastre, volvería a retomar el vuelo, de nuevo a merced del viento; y como la semilla de un diente de león acabaría posándome en algún lugar recóndito, donde otras manos hallarían mi refugio incierto.     Nuevos paisajes misteriosos y efímeros volverían a ser compartidos, y otros perfumes impregnarían mis sentidos. Y cuando ya no me quedasen fuerzas y de jirones estuviese