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Mostrando las entradas etiquetadas como Cuentacuentos

Volver

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      «Cuando volvamos a encontrarnos, recuérdame que te debo una historia». Removía el contenido de su taza rememorando aquella frase que él le dijo cuando se conocieron, justo antes de despedirse para meses después reencontrarse y no volver a separarse más. Había llovido tanto desde aquello.       Él, sentado ahora frente a ella, presta toda su atención a la pantalla de su teléfono móvil. No hay palabras durante el desayuno, dos o tres frases sueltas durante el almuerzo, y apenas brotan unas cuantas durante la cena. No recordaba cuánto tiempo hacía desde la última vez que habían mantenido una verdadera conversación. No de las habituales de qué tal el día, donde ninguno escucha interesado la respuesta del otro hasta el final; sino de las auténticas, de las que pueden faltar palabras pero jamás se pierde el brillo en la mirada, de las de me he fijado en que cuando vistes de azul estás más alegre que cuando lo haces de negro, ¿va todo bien? O en las que previamente se prepara la c

La máquina del olvido

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      No se dejen engañar, nadie entraba de manera voluntaria en aquel lugar. Eran empujados por las miradas inquisitivas de su alrededor. Miradas de extrañeza donde se podía leer: «¿A qué esperas? Cambiar tu situación sólo depende de ti. Borrar lo que te atormenta es muy sencillo, sólo tienes que entrar ahí y saldrás libre de carga; exento de esos recuerdos que roban tu sueño. Si no eres feliz es porque no quieres». Nadie les decía que, una vez despojados de sus recuerdos, comenzar de cero no sería tan sencillo; que tropezar una y mil veces les ayudó a aprender a no caerse; ni que lo bueno conseguido sabe mejor apreciando el sacrificio; o que el dolor de una pérdida también muestra el camino de la intensidad con que se vivieron los momentos felices. Nadie advertía de esto porque cuanta más unión había en la idea de olvido, más vacíos quedaban sus corazones. (Inspirado en la frase: "No se dejen engañar: nadie entraba de manera voluntaria en aquel lugar" para El CuentaC

Confianza

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      He recorrido océanos de tiempo para encontrarte —le dijo a su reflejo en el espejo. En su expresión se dibujó una sonrisa triunfal, acompañada de una mirada desafiante—, y no he llegado hasta aquí para dejarme influenciar por aquellos que sólo tratan de hacerme perder lo más valioso que he conseguido en la vida. (Inspirado en la frase «He recorrido océanos de tiempo para encontrarte» de El CuentaCuentos)

Lino

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      Corriendo detrás de la verdad, entendí la teoría de Einstein. Todo empezó la primera vez que se coló en mi terraza. Era el gato de un anciano que vivía en el apartamento contiguo. Nos cruzábamos de vez en cuando en el portal o el rellano, aunque no era muy dado a salir de su casa. Vivía solo con su gato, cuyo nombre averigüé ese mismo día en que se coló, lo ponía en un precioso collar que llevaba, de cuero rojo con algunos adornos y una chapa brillante: Lino se llamaba. Su dueño no era muy hablador, me agradeció que se lo devolviera con un escueto gesto, que interpreté como una tímida sonrisa, y un movimiento de cabeza.       Empezó a ser una costumbre que Lino se colara en mi casa y, al cabo de un tiempo, me había acostumbrado a su presencia. Le cogí tanto cariño que terminé comprándole un comedero especial y un cojín al lado de la ventana. Era donde más le gustaba estar, le encantaba escuchar el sonido de la calle.       Al principio se lo devolvía llamando a su pu

A través de sus ojos

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      He ejercido muchas profesiones a lo largo de mi vida, pero ser madre es la labor más complicada y gratificante de todas ellas. Nadie te prepara para serlo y, sin embargo, con una gran dosis de optimismo por aquí, otra de paciencia por allá y una proporción desmesurada de intuición, terminas haciéndote con la empresa. Recuerdo la primera vez, la época en que era una completa novata, el miedo que tenía a estar haciéndolo mal, a no alimentarlo bien porque, aunque el pediatra decía que el niño tenía que comer a demanda, a mí no me quedaba muy claro si demanda era que estuviese todo el día enchufado al pecho o si el niño quería estar todo el día enganchado porque no tenía suficiente leche para darle. O cuando lloraba y lo cogía en brazos a todas horas, haciendo caso omiso a las advertencias de que si el niño aprendía a dominarme estaba perdida. Y lo estaba. Recuerdo las sesiones de cuna, de el niño agarrado a mi mano y yo dando cabezazos de sueño apoyada sobre la barandilla, int

Alas de mariposa

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                   Nunca había deseado tanto estar de vuelta y sin embargo, cuando se encontró frente a la entrada, tuvo miedo de dar el paso. Temía que todo hubiese cambiado. No ser recibida de la misma forma que al principio, cuando el mínimo gesto, algo que para cualquiera habría pasado inadvertido, por muy insignificante que fuera, él lo retenía y moldeaba a su antojo, adquiriendo un valor que ni ella esperaba.       Él hacía ya tiempo que tampoco acudía a su punto de encuentro, quizás cansado de pasear por aquel lugar desolado, donde solo permanecían los rescoldos de un sitio que siempre brilló por la intensidad de sus ilusiones, tan vivas como inalcanzables.       Estuvo tentada a dar media vuelta. Marcharse por donde había venido para concederse algo más de tiempo, adquirir la seguridad que iba perdiendo según se acercaba. Tal vez con la idea de prepararse para lo que pudiera encontrar, por si no era la calidez de un hogar encendido ni la frescura de un día de lluvi

Allanamiento... o lo que salga

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―¿Por qué me das las llaves si te he pedido un pañuelo? ―Es que me he equivocado, estoy muy nerviosa. ―Tranquiiiiila, que no nos van a cazar. ―¡Abre la maldita puerta de una vez, oigo pasos! ―Si aparece alguien disimulamos y nos enrollamos. ―¡Lo llevas claro! ―No me mires así, en las pelis funciona. ―¿Es tu primera vez o ya eres un experto allanador? ―Es mi primera vez, y que conste que no me gusta nada esto que vamos a hacer. ―A mí tampoco, pero nos ha tocado. ―Al menos me alegro de que nos haya tocado juntos. ―Claro, de enrollarte conmigo para disimular a hacerlo con El brasas, habrá diferencia ¿no?… Al final voy a pensar que se ha hecho el enfermo. ―No seas mal pensada. ―Bueno, corta el rollo y abre. ―Pero dame un pañuelo o un trozo de tela, algo. ―¿Y de dónde quieres tú que saque un trozo de tela? ―Pues del bolso. ―No tengo nada de eso en el bolso. ―¿Se puede saber para qué llevas entonces un bolso, si no llevas lo esencial? ―¿Lo esencial? ¿Y qué puñetas es lo e

A tres voces

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      El globo rojo trataba de esquivar aquella multitud sobre la acera, y de frenar nuestro paso; un paso que se había convertido en una carrera contra el tiempo. Realmente no tenía prisa por llegar a ninguna parte, pero mi vida era así desde que apareció Lucía, con más sorpresa que júbilo; en mis planes no entraba ser madre tan joven y menos aún tenerlo sola. Pero Lucía no tardó en convertirse en el centro de todo. Aquella tarde me fastidió encontrarme a toda esa gente aglomerada en la acera del teatro. Veníamos de un cumpleaños, y Lucía seguía mi paso a trompicones, como de costumbre. Cuando llegamos a casa me contó que se le había escapado el globo y un señor había prometido guardárselo. Pensé que se lo había inventado, Lucía es así, cree que tiene la capacidad de hablar con la mirada porque siempre me adelanto a lo que quiere antes de que me lo pida. Pero tenía razón, unos días más tarde pasamos por allí y, atado a una barandilla, estaba el globo rojo.       El globo rojo t

Tiempo, ganas... inspiración

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      «No pienses que te voy a pedir perdón, porque no lo haré», le dijo Eltiempo a Lasganas  como broche final de aquella acalorada discusión. Lainspiración había estado pendiente de la conversación sin intervenir, buscando su opinión al margen de ellos para posicionarse de una forma objetiva. Finalmente, antes de que el diálogo quedara en el olvido, decidió hablar:       ―Deberías pedirle perdón a Lasganas . Desde mi punto de vista, ella no es indispensable. Si él prescindiera de ella, ¿crees a caso que tú serías más útil? En mi opinión, iría de cabeza al abandono. Es más, ya lo hemos comprobado otras veces: lo más probable es que buscara a Milexcusas para que le convenciera de que no vale para esto.       ―Pero estarás conmigo ―intervino de nuevo  Eltiempo ― en que sin mí, por mucho que esté ahí Lasganas queriendo tomar el mando, todo quedaría en intención.       ―Me temo que ahí pecas de vanidad. Lasganas tiene suficiente poder como para quitarte espacios en e

El arma no estaba en su sitio

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      Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración hasta que el pestillo hizo clic a su espalda. Cogió un paraguas que no recordaba haber colgado en aquel perchero y se lo colocó sobre el hombro a modo de bate de beisbol. Cuando sus ojos se acomodaron a la penumbra caminó por la estancia. Por el momento no había signos de que la casa hubiera sufrido un atraco. Todo parecía estar en su sitio y a la vez tenía la sensación de que nada estaba en su lugar. Cuando llegó se había encontrado la puerta abierta y aquello no podía haber sido un descuido suyo, estaba completamente seguro de haber echado la llave. Siempre lo hacía. Por segunda vez esa noche le entraron unas ganas incontrolables de vomitar. Todo le daba vueltas y el silencio de la casa se había convertido en un zumbido sordo para sus oídos. Abrió unas cuantas varillas del paraguas y soltó la vomitona dentro, reaccionando justo a tiempo para no estropear la alfombra. Escuchó un sonido procedente del dormitorio. Miró a su al

Colores difuminados

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      Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción durante la tarde, que me parecía estar atascada en una especie de bucle. Lo cierto era que todo a mi alrededor giraba mientras yo me encontraba en el centro de la pista, bloqueada, inmóvil, con los patines puestos y sin saber si los pies me mantendrían erguida por más tiempo. Me fascinaba ver el deslizamiento y las acrobacias del chico del gorro morado, había estado toda la tarde observándole. Parecía que entre las cuchillas y el hielo tuviera una especie de corriente de aire que le transportara sin necesidad de moverse siquiera.       Decidí imitar sus suaves movimientos. Si había conseguido llegar hasta el centro de la pista sin morder el hielo, podría deslizarme alrededor de ella como los demás o, al menos, eso esperaba; no podía ser tan difícil, hasta los más pequeños lo hacían con agilidad. Mi pierna derecha estaba adelantando un buen tramo a la pierna izquierda, pero un ligero temblor acudió a mis rodillas cuan

Frente a él

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      Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma. Mientras me ponía mi vestido favorito y alisaba los pliegues con delicadeza. Al recogerme el cabello como sabía que a ti te gustaba, con algunos bucles sueltos. Cuando borré el carmín de mis labios y dejé solo un brillo transparente. Al ponerme el perfume, mi perfume o tu perfume, ése que no había vuelto a usar desde que te marchaste porque, aun siendo mío, estaba impregnado de tu recuerdo. También lo deseé en el momento en que mis pies se colaron en los zapatos, al coger el abrigo y el bolso, al mirarme en el espejo por última vez antes de salir… Ahí lo sentí más que nunca, mis ojos en su fulgor te esperaban.       Me temblaban las manos cuando empujé la puerta para entrar en aquel restaurante donde compartimos mesa la primera vez que cenamos juntos. Aquella vez. Había pasado tanto desde entonces… Encontré nuestra mesa vacía y me senté en el mismo sitio para contemplarte en mi mente, para disfrutar de esa sonrisa capaz de de

El tiempo y la luna

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―Donde se confunden relojes con lunas. ¿Recordarás el lugar?    «Cómo iba a olvidarlo», pensaba, recordando aquella pregunta que me había venido tan nítida a la mente. Parecía, incluso, que acababa de escucharla directamente de su garganta, a mi lado, mezclada con el rumor de la marea. O tal vez era el propio oleaje quien me la recordaba.       Había pasado mucho tiempo, demasiado, no recordaba cuánto. De vez en cuando paseaba por aquel lugar y me sentaba a observar la luna, preguntándome si sería él quien lo habría olvidado. Nos despedimos una noche de luna llena. Era tarde, en la playa ya no quedaba nadie y el único chiringuito de la zona acababan de cerrarlo. Cogimos dos tumbonas y las acercamos a la orilla. Nos tumbamos a contemplarla. Ella estaba radiante, con una tonalidad más cálida que otras veces. Dibujaba un camino de luz sobre el agua, que se extendía hasta el horizonte como una alfombra dorada: ―Me pregunto dónde terminará ese camino que ha dibujado en el agua

Veía llover

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      Veía llover a través de la ventana y aquellas gotas de agua que jugaban a permanecer tras el cristal, a mezclarse unas con otras para después separar esa unión y precipitarse hasta desembocar sobre el marco de madera, también le permitían ver otra lluvia igual de húmeda y transparente, a ratos fría y otros más cálida.       Allí, de pie, mirando fijamente tras el cristal, o quizás no al otro lado y su mirada se concentraba en ese punto desenfocado donde no se ve más allá de los recuerdos, pensaba en esa otra lluvia, la de las horas que ya no volverán a recordar que aún es ayer y falta mucho para mañana. La lluvia de besos entregados sin reparar, si quiera, o los que se quedaron esperando una señal para salir disparados. La de las sonrisas que surgieron espontáneas y que ahora luchan por no perderse, ni caer en el olvido de la caja donde están guardadas. La lluvia de momentos dormidos que aguardaron esperando un abrazo y que, escurridizo, se posó sobre la almohada buscando a

Aquella luz al fondo

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      Comenzó a verse luz allá al fondo, solo faltaba un poco más. Entre todos, trabajando juntos, estaban a punto de conseguirlo. Sintió cómo unas manos tiraban de él, a la vez que una fuerza que procedía de las paredes de aquel lugar lo impulsaron hacia fuera. No se resistió y colaboró en su salida. Un grito que le salió ahogado, transformándose en un llanto intermitente, le hizo llenar sus pulmones de aire por primera vez. Era una sensación de libertad que no comprendía, aunque a su vez le asustaba.  Y aquella señora, la que le limpiaba y le vestía, él estaba convencido de que no era la misma. Aunque las voces eran distintas allí fuera, él podía asegurar que no era ella. Tenía frío y miedo, quería volver dentro, al refugio de aquel líquido cálido que le balanceaba, a la luz tenue y rojiza, al murmullo de aquel  latido acompasado. Quería volver a su hogar. Unos nuevos brazos lo arropaban ahora. Comenzó a sentirse tranquilo acurrucado en aquel cuerpo. Su oído recibía un sonido leja

Palabras al viento

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      ―Aunque tú no lo creas, el cartero no tuvo la culpa.       ―¿Cómo puedes estar tan segura? Ha dicho que me envió una carta al mes de desaparecer.       ―Porque fui yo quien te ocultó aquella carta. Te vi más animada y pensé que era lo mejor, pero ahora sé que me equivoqué. ―Le comunicó Blanca a su hermana, cuando volvían del cine―. No pensé que fuera a cambiar las cosas, tan solo ponía una frase, decía que ya podía ver. Pensé que eso significaba que lo estaba superando, y como vi que tú también, deduje que sólo te traería malos recuerdos.       ―¿Quién te crees que eres para decidir por mí? Ni siquiera sabes lo que significa esa frase.       María estaba sentada en la sala de lectura de Fnac, cuando Pedro apareció buscándola. Se quedó un rato observando sin ser visto. Ella ojeaba un libro de pinturas sin mucho interés, pues pasaba las páginas demasiado deprisa, sin darle tiempo a observarlas. Cerró el libro y se puso a enrollar un mechón de su pelo en el dedo índice, mientras

Al otro lado

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      Aquel muro le impedía la visión. No se trataba de un muro de ladrillo, ni de cemento; era un muro invisible que se había formado a raíz de sus dudas y sus miedos.       En su lado del muro controlaba su vida a su antojo. Guardaba una distancia prudencial con lo desconocido e imprevisible, y ello le proporcionaba seguridad para tomar sus decisiones. Al otro lado del muro se encontraba todo aquello que consideraba inestable, oculto e incontrolable.       Sin embargo, cada día, se paseaba por las inmediaciones de aquel muro. Era como una tentación que no podía evitar, como una rutina ineludible. A veces sólo se daba una vuelta para asegurarse de que el muro permanecía ahí. Otras daba un paso más, y se ponía de puntillas para asomarse por encima de él. Pensó en abrir un portillo para salir y entrar libremente; pero tenía miedo de que al hacerlo, se quedase abierto y no pudiese recuperar la estabilidad y el confort que le proporcionaba aquel muro, que tanto había tardado en cons

Aquel profundo sueño

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      A pesar de su actitud decidí seguir la relación con él. Realmente, a aquello que teníamos no se le podía llamar relación. Nunca tuve claro qué nos impulsaba a estar cerca. Éramos  muy diferentes, al menos aparentemente diferentes. Cuando nos conocimos, era como si cada uno estuviese hecho de un elemento químico opuesto al del otro.       Después del primer contacto, parecía que todo fluía en perfecta sincronía, como si las palabras de uno saliesen de la boca del otro, para regresar por los oídos del primero y ser guardadas en la mente del segundo. Nuestros elementos habían formado una disolución adecuada, un perfecto equilibrio químico.       Si hubiésemos sabido cómo terminaría aquello, es posible que ninguno se hubiese aproximado al otro. Habríamos caminado, sin más, por nuestra trayectoria, sin volver la mirada ni pararnos a pensar. Un cruce sencillo, sin brisa ni movimiento, sin un roce invisible que levantase el vuelo de una semilla de diente de león; un cruce vacío

Anclada a una roca

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Podía percibir cualquier cosa a través de sus sentidos multiplicada por diez, pero no llegar a comprender ninguna. Llevaba demasiado tiempo anclada a aquella roca, y su traslado a otro lugar iba a ser inminente. Ella no era consciente del destino que tenían pensado para ella, pero sí notó que aquel día era diferente a todos los que había vivido desde que fue esculpida, haría casi cien años. Era una noche tranquila, una brisa suave mecía el mar, y la luna reflejaba coqueta su imagen sobre la superficie. Ella observaba ensimismada aquel espectáculo, era la primera vez que sus ojos recibían aquel centelleo de luces y sombras. Sus oídos, se dejaban embriagar por la música del oleaje precipitándose contra la roca en la que ella, por primera vez, ya no se encontraba anclada. Un olor cálido y fresco a la vez, no entendía la diferencia pero podía percibir los diferentes matices en el aroma, entraba por su nariz y salía por su boca, dejándole un sabor salado en el pa

Salvando las apariencias...

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   Supo que volverían a verse, en el mismo momento que se cruzaron en el metro. Ella arrastraba una pesada maleta, mientras buscaba desconcertada la salida que le correspondía. Cuando terminó de consultar el plano callejero de la zona y se disponía a tirar de su maleta para acercarse a la salida, miró contrariada al chico que la observaba sentado en el andén. No entendía por qué aquel tipo al que no había visto en la vida, la observaba con detenimiento y con una ligera sonrisa que, podría jurar, portaba cierto aire de guasa. Le regaló una mirada con el ceño fruncido y cargada de bastante mala leche; a lo que él correspondió con cara de no saber dónde meterse. Hasta ese momento no había sido consciente de que había exteriorizado sus pensamientos.    ―¿Entonces no te quedas a conocer a Mercedes? ―Preguntó Ana, que llevaba una hora, erre que erre, intentando convencerle de que se quedase a cenar con ellos. Sergio vivía en el piso de abajo y, con el tiempo, los tres se hab