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Mostrando las entradas etiquetadas como Cosas mías

Relación entre la web de cita previa del DNI y una partida de Mario Bros

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Yo no sé si soy muy torpe, si me ha pillado en un mal día o si la web de cita previa del DNI está diseñada para que acabemos adictos a la tila. Me disponía esta mañana a sacar cita para renovar los DNI de mis hijos. Así que abro la web, pongo el número del mayor, la letra en la casilla correspondiente, el número de equipo (que no sé lo que es, pero viene atrás), la fecha de caducidad y relleno el casillero de la verificación captcha. Hasta ahí todo ok. Paso a la siguiente pantalla y no veo la opción de agregar también la cita del pequeño, pero continúo y veo la que me da a elegir entre DNI o pasaporte. Imagino que vendrá más adelante lo de cita doble. Llegamos a la siguiente pantalla: mapa de España, elijo provincia. Me ofrecen elegir comisaría, todo correcto, y ya aterrizo en la de fechas disponibles. Leo que si he elegido la opción de cita múltiple, debo tener en cuenta al escoger una franja horaria que tenga dos citas consecutivas. ¡Mierda! Mal empezamos. No he cogido l

Qué sencillo es ahora

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Cuando pienso en todas las herramientas que tengo para escribir, valoro más los libros que se escribían antes. Solamente la diferencia entre usar un ordenador y una máquina de escribir ya es abismal. Jamás he escrito a máquina (me refiero a escribir bien, no a aporrear con dos dedos, y solo la usaba para presentar algún trabajo de clase). Aprendí a escribir con todos los dedos cuando tuve mi primer ordenador de mesa, con un CD que compré para aprender mecanografía (Acutype se llamaba, si no recuerdo mal, o algo por el estilo). El otro día intenté imaginarme escribiendo una novela sin ordenador. Me senté mentalmente delante de mi escritorio y recreé cómo sería hacerlo. Necesitaría un cuaderno al lado, claro, para crear la estructura, y un tablón de corcho, para organizarlo todo, ya que no tendría Scrivener. Una vez hecho esto, empezaría a buscar nombre a los personajes principales y secundarios, pero claro, no dispondría de los listados de nombres que me ofrece la red, y lo mismo

Mi relación con Wallapop

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      Hace unos meses, me mudé de casa. Durante la mudanza, me di cuenta de que tenía muchos trastos, que ya no me hacían falta, y colecciones de libros antiguas que llenaban estanterías que ahora no quiero poner. Nunca he sido coleccionista, tiendo más a ser práctica. El caso es que se me ocurrió abrir una cuenta de Wallapop. ¡Madre mía, madre mía, Wallapop…! ¡¡¡Qué descubrimiento!!! Enseguida me puse a hacer fotos como una posesa de todo lo que se cruzaba en mi camino. Hasta los niños empezaron a sacar trastos de sus habitaciones. Lo peor de todo es que es un círculo vicioso, tú pones tu mercadillo en venta, pero enseguida entras a curiosear lo que venden otros, y el mundo vintage, midcentury… me requetechifla. Así que empezaron a entrar más artículos de los que salían. Hasta el punto de que me puse un control parental para no abrir la aplicación a no ser que recibiera banderillas rojas de notificación con mensajes de posibles compradores.       Así estoy funcionando ahora. So

Yo tenía un blog…

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      No vengo a decir que voy a echar el candado. Pero he dado una vuelta por aquí y me he cruzado con un matojo rodador de esos del lejano oeste.      El pobre ha cumplido siete años el mes pasado y ni me pasé a felicitarlo. Creo que ya no me habla. Ha gruñido un poco al verme entrar, pero ha seguido a lo suyo, enfurruñado. Razón no le falta. Imagino que se habrá preguntado ochenta mil veces que habrá hecho mal para que al principio no saliera de aquí y me tirara las horas muertas dando el coñazo con publicaciones diarias, a veces por duplicado, y que en el último año tan solo se me haya ocurrido una mísera historia que contarle.       Pero ni yo tengo la respuesta. O sí. Tal vez se han apoderado de mí las redes sociales y en vez de venir aquí a soltar mis anécdotas, las escupo por la vía rápida, al estilo fast food . Pero es algo que está ocurriendo con todo en los últimos tiempos. Antes, quedabas con unos amigos y sacabas tus historias tranquilamente, sobre la marcha.

Un poquito de magia...

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Este año, a diferencia de otros, tengo muchísimas ganas de que llegue la Navidad. No por la celebración navideña en sí, sino porque para mí empieza a tener otro significado distinto, o quizás en realidad es el mismo que se tiene cuando se vive la Navidad intensamente. Nunca he sido navideña. No puedo explicar por qué, o no lo sé, o quizás es muy personal y no soy muy dada a compartir este tipo de cosas; el caso es que siempre me ha incomodado la Navidad. No soy de las que critica el consumismo, gasto en regalos, adornos, luces, etc., pienso que es una fiesta por y para los niños y, ya que les vendemos magia desde pequeñitos, hay que ser consecuentes con ello. Es muy fácil vivir la Navidad a través de sus ojos, desde que tengo hijos mi conflicto interno con la Navidad ha ido mermando; sin llegar a ser para tirar cohetes, sacar la pandereta y ponerme a cantar villancicos. Pero el caso es que la empiezo a mirar con otros ojos. Es como si empezara a recibir un poquito de esa magia que

Olores y recuerdos

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      Siempre he pensado que los olores transmiten más sensaciones que los sonidos o incluso que las imágenes, nos trasladan desde lo más profundo a ese instante ya vivido. Hoy he tenido una experiencia de esas mágicas con una cazuela que pertenecía a mi abuela. Es una cazuela de madera para hacer ajoblanco (una especie de gazpacho típico extremeño, supongo que también es de otras provincias). Mi abuela tenía una grande, donde habitualmente hacía el ajoblanco, y una pequeñita. Recuerdo que una vez, tendría unos siete u ocho años, me empeñé en hacer un ajoblanco con ella. Una de las normas de hacer ajoblanco, al menos para mi abuela, era no mirar la cazuela mientras la cocinera elabora la masilla, solo ella puede hacerlo. Yo era muy tramposa o curiosa, y mientras ella permanecía sentada concentrada en la cazuela, aparecía yo sigilosa como una sombra y me escondía detrás de su hombro para mirar, intentando tal vez averiguar si se cumplía o no esa extraña regla de estropear el

Mini-J

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      Ayer fue un día de grandes emociones, Mini-J se nos escapó por la terraza. La jaula tiene dos puertas y, sin darnos cuenta, nos habíamos dejado una solo entornada. Le vimos de reojo, desde el salón, salir volando, y cuando corrimos a asomarnos ya había desaparecido. Estuvimos un buen rato llamándole (cosa absurda, porque el pobre solo había volado dentro de casa y el exterior les desorienta completamente). El caso es que fue un momento de angustia, los pobres niños llorando a moco tendido y desesperados, y yo no sabía cómo consolarles, nunca les había visto llorar de esa forma, quizá porque era la primera vez que tenían algo verdaderamente importante por lo que llorar: la pérdida de un ser querido.        Se me ocurrió coger la jaula pequeña de transporte y salir a la calle a buscarlo, era una misión imposible, lo sabía, pero al menos les distraería un poco del llanto. Una vez en la calle nos pusimos a silbar bajo los árboles que nos íbamos encontrando. En una ocasión,

A tres días en la cuenta atrás

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      Este es un año muy raruno para mí desde que comenzó en enero. Me muevo en una montaña rusa de picos altos y bajos, que se suceden cada cierto tiempo y a los que tengo que acostumbrarme, no queda otra. A los altos es fácil acomodarse y los espero como agüita de mayo. Pero los unos, al final, siempre vienen acompañados de los otros. Aunque entre ellos también hay pequeños periodos en los que navego en una especie de balsa. Y ahí, subida en la montaña o navegando, en lo que hoy por hoy es mi día a día, decidí sumergirme en la escritura de mi tercera novela, en la que no quiero volcar todas esas sensaciones porque mis personajes bastante tienen con vivir su vida, para tener que cargar también con la mía.       Ahora estoy en uno de esos picos altos. Ya noto cómo empiezo a subir y acelerarme. La cuenta atrás ha comenzado. A mis personajes les he preparado la maleta con mucho mimo para estas segundas vacaciones que voy a darles. Volveré a mediados de septiembre, cuando me en

Parece que fue ayer…

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      Llevo ya cuatro años escribiendo, o al menos eso dice mi blog. Cuatro. ¿Cuatro? ¡¡Cuatro!! Para mí ha sido un suspiro, soy capaz hasta de situarme en ese lejano día de febrero de 2010 cuando, una mañana soleada (como suelen serlo todas en Málaga), muy entusiasmada, pulsé el botón titulado “crear blog”, y las vueltas que le di para encontrarle un nombre, una imagen, unos colores… Ha llovido mucho desde ese día pero para mí nada ha cambiado. Bueno, nada y todo lo ha hecho porque aunque he ido cambiando de forma, nunca el fondo, conservo las mismas ilusiones que entonces. Aunque, como todo en la vida, uno cuando empieza con algo lo coge con muchísima fuerza. Y no es que ahora me haya cansado de escribir a diario, pero las novelas me han hecho acostumbrarme a aflojar el ritmo, al principio era más activa en relatos y más participativa en foros de escritura. Mi día a día tampoco es el mismo que entonces, aunque mi mente sigue muy activa buscando nuevas ideas que voy anotando y