¿Qué hay del olor a libro?



      Ventajas indiscutibles de la lectura electrónica: irme de viaje cerca de dos meses fuera del país y poder llevarme toooooodos los libros que quiera (¡y en el equipaje de mano!!). Sí, confieso que puedo prescindir del olor a libro y del dulce crujir al tacto de sus páginas... Eso tan evocador que escucho decir incluso a gente que ni siquiera se ha acercado a un libro desde que iba al instituto. El olor a libro. El olor a papel recién cortado y encuadernado. El olor a librería de viejo… Ese olor… mmmmmm. Sí, me gusta el olor que desprenden las librerías y los libros, del mismo modo que me encantan las papelerías y toquetear los lápices, las agendas, las gomas de borrar… mmmmm… ¡las gomas de borrar! Pero no por ello me gusta más escribir a lápiz que a bolígrafo ni prefiero este último a mi teclado del ordenador. Adoro escribir, y no soy de las que siempre llenan libretas para luego pasar lo escrito al ordenador. Tiendo a ser práctica y solo utilizo ese medio si no me encuentro delante de mi teclado y necesito guardar una idea. No significa que me guste más o menos escribir por no coleccionar libretas ni bolígrafos ni cargar veinticuatro horas con un cuaderno en el bolso porque la inspiración puede llegar en cualquier momento. Ni me acomplejo por no ser de esas escritoras que llevan siempre encima, aparte de la libreta, ochenta bolis. De hecho tengo bolsos que tienen almacenados cuatro bolis y siempre llevo encima el que no contiene ninguno. El caso es que no sé si soy un espécimen raro de escritora o es que hay mucho postureo por el camino en todo este asunto, cosa que también se me ha pasado por la cabeza.

      Y soy igual de bicho raro en la lectura. No soy de esas lectoras que se mueren por tener todas las ediciones posibles de un mismo libro, por ser su favorito. Para mí el valor de los libros físicos no radica en el objeto en sí, sino en la historia que lleva detrás: en la de por qué está ahí ese ejemplar, en mi estantería. En quién me lo regaló y por qué. Son los únicos libros a los que les doy un valor especial, y que no le doy a los que yo misma me he comprado (sean físicos o digitales). En el fondo, creo que soy más amante de la literatura que de los libros. A pesar de que uno de los mejores regalos para mí sigue siendo un libro. Pero no por el objeto en sí, sino porque cuando alguien te regala un libro (siempre que no sea el típico bestseller que ha pillado al azar de la mesa de novedades), que ya ha leído, en realidad te está regalando una experiencia, una emoción, lo que sintió mientras lo leía, incluso un pedazo de su corazón… 

      Sé que ahora estaréis pensando: «Ya, pero eso no se puede hacer con un libro digital». Tal vez no, y en realidad es una pena. Ojalá se pudiera regalar un libro digital incluyendo una dedicatoria personal, una felicitación, un deseo… Tal vez acabará siendo así algún día, o quizá no. Mientras tanto, esa es la única ventaja que tiene para mí un libro físico; esa posibilidad de interactuar con el objeto en sí. 

      No me odiéis demasiado los que sois amantes acérrimos de los libros físicos; antes de la era digital, yo también lo era. Pero a mi corazón siempre le ha ganado la batalla lo cibernético. Sé que suena fatal viniendo de alguien que escribe y que sería más glamuroso afirmar que me derrito con el pasar de las páginas de un libro; que me recreo olfateando su interior, como una damisela enamorada haría con un una prenda de su apuesto... ¡Puaj, no! No soy así. Cuando termino de leer una historia que me ha emocionado puedo abrazar a mi Kindle secándome las lágrimas del mismo modo que lo haría con ese mismo ejemplar en papel. Para todo esto soy más prosaica que romántica. Pienso más en la comodidad y la versatilidad que me puede proporcionar un aparato electrónico en cuanto a peso, tamaño, luz, fuente (cuando estoy cansada y ya hasta con las gafas veo borroso y tengo que ampliar el tamaño, adoro poder seguir leyendo). Por no hablar de aquella vez que me prestaron un libro y que a las cincuenta páginas cerré y me compré su versión en digital porque era tan gordo que no podía leerlo fuera de casa, no me cabía en ningún bolso…

      Definitivamente… sí, me he acostumbrado de maravilla a leer sin olor a libro y sin el sonido evocador del roce de sus páginas.

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