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Mostrando entradas de enero, 2013

Lino

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      Corriendo detrás de la verdad, entendí la teoría de Einstein. Todo empezó la primera vez que se coló en mi terraza. Era el gato de un anciano que vivía en el apartamento contiguo. Nos cruzábamos de vez en cuando en el portal o el rellano, aunque no era muy dado a salir de su casa. Vivía solo con su gato, cuyo nombre averigüé ese mismo día en que se coló, lo ponía en un precioso collar que llevaba, de cuero rojo con algunos adornos y una chapa brillante: Lino se llamaba. Su dueño no era muy hablador, me agradeció que se lo devolviera con un escueto gesto, que interpreté como una tímida sonrisa, y un movimiento de cabeza.       Empezó a ser una costumbre que Lino se colara en mi casa y, al cabo de un tiempo, me había acostumbrado a su presencia. Le cogí tanto cariño que terminé comprándole un comedero especial y un cojín al lado de la ventana. Era donde más le gustaba estar, le encantaba escuchar el sonido de la calle.       Al principio se lo devolvía llamando a su pu