Vistas al mar


      Abrió los ojos al tiempo que escuchó un ruido seco, como de una puerta que se cerraba, acompañado de un rumor rítmico procedente de la ventana. Se incorporó intentando descubrir dónde se encontraba. Al acercarse a la ventana fue acariciada por una brisa que le erizó el vello de los brazos. Cogió una manta que había doblada a los pies de la cama y se la echó sobre los hombros mientras contemplaba aquellas vistas al mar, y una silueta que caminaba a lo lejos bordeando su orilla. Poco después cerró la ventana y volvió a fijarse en la habitación. Estaba decorada de un modo algo rústico y ofrecía un aire como de estar anclado en el tiempo. ¿Qué hora sería? Miró a su alrededor pero no encontró rastro de un reloj. ¿Cómo había llegado a esa habitación? Se miró y vio que sólo llevaba un escueto camisón que recordaba haberse puesto la noche anterior para dormir. Abrió un armario con la idea de encontrar alguna pertenencia que le devolviera un indicio a su memoria. ¿Qué hacía allí? La ropa que había en el armario no le resultaba familiar. No encontró nada que le hiciera pensar que aquel lugar le pertenecía, se sentía extraña, ajena a lo que le rodeaba. Se sentó en la cama y volvió a mirar a través de la ventana, la silueta seguía en la playa, ahora estaba parada frente al mar, parecía estar comunicándose con él, en una especie de pacto silencioso. Decidió bajar a preguntarle, quizá podría ayudarla y decirle dónde se encontraba. Se acercó al armario de nuevo y buscó algo que ponerse.


      Abrió los ojos con el sonido leve y rítmico del crepitar de las llamas. No se sobresaltó al encontrarse en aquel lugar, sus ojos aún estaban hipnotizados por el fuego de aquella chimenea. Algo apartado de las llamas quedaban los restos de lo que podían haber sido cartas o papeles viejos. Se acercó a una distancia de medio metro y tiró de un trozo que se había salvado de la combustión. Aquella letra no era desconocida para él, pero no sabía de qué podía tratarse, eran palabras sueltas e inconexas. Se levantó de la butaca y dio una vuelta por aquella estancia. Era una casa que estaba seguro no haber visto antes, y sin embargo a la vez le resultaba familiar. Echó un vistazo por el ventanal que había junto a la puerta de entrada, a unos cien metros se encontraba el mar. Abrió la puerta y sintió el aire frío colándose en su camisa; se bajó las mangas y buscó a su alrededor algo de abrigo que ponerse, era principios de otoño. No encontró nada a simple vista, y observó que tampoco llevaba zapatos, pero la impaciencia por acercarse a la playa le restó parte del frío que había sentido en el primer golpe de brisa. Caminó junto a las olas preguntándose dónde estaba, qué hacía allí y cómo había llegado a ese lugar. Aunque en su interior no le importaba, le invadía una sensación reconfortante, como si el hecho de no saberlo le hiciera sentirse, a la vez que intrigado, libre. Miró hacia la casa que había dejado atrás, ahora estaba seguro, esa casa la había visto antes, pero ¿dónde? Le pareció ver una figura en  una de las ventanas de la planta alta de la casa. Decidió volver y preguntar, no sin antes disfrutar un rato más de aquella fría brisa, y de aquel murmullo del oleaje.

      Bajó sigilosamente los escalones de madera para evitar, en lo posible, los crujidos que iban dejando sus pasos.  No sabía qué o a quién podría encontrarse en la planta de abajo, y aquella sensación la inquietaba. Había un fuego encendido en la chimenea, y una butaca junto a ella con un cojín aplastado sobre el respaldo, pero la estancia estaba completamente vacía. Se acercó al fuego con la intención de entrar en calor. En el armario sólo había encontrado de abrigo una chaqueta de lana. Caído al lado de la butaca había un trozo de papel quemado, parecía su letra. Al cogerlo se confirmó que sí, lo era. Correspondía al trozo de una carta que había escrito tiempo atrás a alguien a quien no había vuelto a ver. Abrió la puerta de salida y una ráfaga de aire movió su cabello. Cruzó los brazos cerrando sobre su cuerpo la chaqueta que había cogido del armario y caminó hacia la playa. El sol quería brillar tras una nube que le franqueaba el paso. Tomó la dirección hacia la silueta que había visto desde la ventana preguntándose si sería él, y qué hacían allí.

      Sintió el calor al entrar de nuevo en la casa con gran regocijo, y se dirigió hacia las escaleras que conducían a la planta alta. Había dos puertas al final del pasillo, una correspondía a un cuarto de baño, y la otra a un dormitorio. Ambos estaban vacios. Observó que un lado de la cama estaba intacto, el que estaba cerca de la puerta de entrada. El otro tenía la almohada y las sabanas con las marcas propias de haber dormido. Miró a través de la ventana y observó a lo lejos una silueta que ahora estaba seguro de conocer. Ella parecía buscar a alguien, no paraba de mirar hacia todas partes ¿Le habría reconocido también? En un momento sus miradas parecieron encontrarse, preguntándose desde ambos lados cómo podían haberse cruzado sin verse.

      Al ver su imagen tras el cristal de la ventana corrió en dirección a la casa. No sabía por qué corría, dudaba entre la incertidumbre de conseguir respuestas y la necesidad de compartir aquella experiencia tan extraña donde parecía haberse congelado el tiempo y desaparecido el resto del mundo. La casa cada vez estaba más lejos.

      Bajó las escaleras a gran velocidad y cuando pisó la arena de la playa, ésta parecía alejarse a su paso con la misma velocidad. Frenó en seco cuando la vio esfumarse desde la distancia, como si se hubiera fundido con la bruma.

      Algo ligero acarició levemente su mejilla. Abrió los ojos y vio mecerse la cortina ayudada por el viento. En un rápido recorrido de su mirada descubrió que ahora se encontraba en su habitación. No se levantó, aún era de noche, cerró los ojos y se quedó acurrucada entre los retales de aquel sueño.

      Abrió los ojos sobresaltado. Se encontraba sentado en el sofá de su casa con el portátil, a punto de caer, sobre sus piernas. Lo dejó sobre la mesa baja que tenía delante para estirar las piernas y el cuello, eran las dos de la madrugada y pensó que ya era hora de irse a la cama. Antes de cerrar la página que mostraba su navegador, le llamó la atención una imagen publicitaria, frente a sus ojos se encontraba aquella casa con vistas al mar.

Comentarios

  1. Anónimo27/10/11

    Magnífico! Me ha encantado el toma y daca, manteniendo el ritmo y la tensión hasta el onírico y sincronizado desenlace final.
    (hay poca diferencia entre los dos colores, es intencionado?)
    Salu2

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  2. No es intencionado que sea poca la diferencia, quise diferenciar los textos porque no sabía si se entendía lo que pasaba jajajaja entre que es un sueño y que está contado de forma simultánea entre ambas partes... pero es que el tono siguiente era amarillo mostaza y no me convencía la lectura con él. Quizá debí cambiar el tipo de letra en vez de el color, pero no caí ;)

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  3. Existe otra red, tan silenciosa como infinita, que al contrario de la tecnológica que nos gobierna, esta no necesita de las manos, ni siquiera de la vista acceder a ella, y a diferencia de aquella esta es gratis y siempre estuvo con el ser humano, aunque este tardó en descubrirla.
    De hecho, aun no sabe apenas nada de ella, pero al leer tu relato pude comprobar que existe, que de alguna forma hay algo que conecta mentes, lugares, momentos, y que sin las palabras sería invisible.

    Un relato mágico :) Un abrazo!

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  4. Me encantó tu penúltima frase:

    "de alguna forma hay algo que conecta mentes, lugares, momentos, y que sin las palabras sería invisible" Define perfectamente la esencia del relato.
    En cuanto a lo mágico... los sueños siempre tienen ese toque, a veces incluso te permiten pasar un momento con alguien que está muy lejos o que ya no está...

    Un besote! ;)

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  5. Me alegro de tu vuelta! pero sobre todo de que, espero, te hayan sido unas vacaciones magníficas y retornes con la saca de las palabras llena de ellas para volver a escribir!

    Del tiempo, bueno que te voy a contar, creo que dan otoño :)

    Un abrazo!

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  6. La verdad es que han sido magníficas, casi veraniegas y, sobre todo, relajadas. Me llevé un libro que terminé, y un cuaderno que abandoné en un cajón y volvió en blanco. En breve me pondré a recuperar la actividad escritoril porque el cuaderno me mira desde la mesilla con cara de pocos amigos y la verdad es que lo echo de menos.

    Sí, volvió el otoño, no sé si querrá quedarse.

    Besotes.

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