Historia de un botón




      Cada vez que me pongo el abrigo negro y meto la mano en el bolsillo derecho, encuentro el botón que se me cayó aquel día, el segundo desde arriba. Nunca he querido coserlo. Me gusta jugar con él dentro del bolsillo, me hace recordar cómo comenzó todo. Cuando elijo ponerme ese abrigo, siempre te fijas en la ausencia del botón.

    La primera vez que notaste su falta, tu frase fue: «¿Sabes que has perdido un botón del abrigo?». Yo, instintivamente, me llevé la mano al bolsillo, como para asegurarme de que se encontraba todavía allí, y contesté: «Sí, lo llevo en el bolsillo, se me acaba de caer en la oficina». Ahí aún no nos conocíamos. Estabas sentado junto a la barra de la cafetería que hay frente al edificio de oficinas donde trabajamos: tú en el departamento de contabilidad de una empresa en la tercera planta, y yo en una correduría de seguros en la sexta. Ni siquiera recuerdo haberte visto antes de aquel día. Llegué tarde a desayunar y el único hueco que encontré libre fue en la barra, a tu lado. Me cediste el taburete sin mediar palabra y después te pusiste a fingir que leías una revista de economía, tardaste diez minutos en pasar la página de un artículo que apenas ocupaba quinientas palabras. Al notar que observaba tu lectura me ofreciste la revista que rechacé algo incómoda, aludiendo que no reparaba en ella sino que pensaba en mis cosas mirando distraídamente. Tuvimos una breve y divertida conversación que terminó en un ¡hasta mañana! que ambos queríamos compartir. Pero los horarios jugaban una baza importante de encuentros y desencuentros, permitiéndonos breves cruces de palabras en los “tú sales, yo entro” de la cafetería o los pasillos de entrada al edificio, y donde nunca surgía nada que pudieran decirse dos desconocidos que ni siquiera eran compañeros de trabajo.

     La segunda vez que te fijaste en el hueco del botón, ya habíamos roto la barrera de los silencios incómodos. Tú desayunabas atento a la puerta de entrada. Yo disimulé buscando sitio, habiendo de sobra, y aterricé en tu mesa. «¿Aún no has cosido ese botón?», preguntaste sonriendo. «Siempre lo olvido, recuerdo que falta justo el día que elijo ponérmelo». A partir de ahí comenzamos a sincronizar nuestros relojes de forma tácita.

      La tercera vez que reparaste en su ausencia, tiraste del hilo que había quedado en el abrigo por la pérdida. No llegaste a sacarlo, pero comenzaste a desabrochar el resto con una mirada de complicidad. Yo correspondí de la misma forma, concentrada en los segundos que tardaste en besarme.

      La última vez, tu pregunta fue más directa: «¿Alguna vez vas a coser el botón de este abrigo o es que lo has perdido?». Yo no respondí, lo saqué del bolsillo y lo mostré guiñándote un ojo. Después te expliqué por qué no pensaba coserlo. Ese botón hizo que, al caerse y echar a rodar, yo me pasara varios minutos buscándolo bajo las mesas, y que cuando lo encontré, al levantarme, no viera a mi compañera aparecer de la fotocopiadora con una montaña de papeles que desparramé y ayudé a recoger y ordenar, maldiciendo mi suerte de ese día que me iba a consumir medio descanso allí liada. También consiguió que, cuando por fin pulsé el botón del ascensor, apareciera mi jefe por detrás y me pidiera tomarme el descanso más tarde, porque le había surgido un problema y daba gracias al encontrarme aún allí. Porque ese botón me hizo tomar el descanso en la hora punta de la cafetería, la hora que odiaba y evitaba siempre; dirigiéndome al único hueco que quedaba libre aquel día.

Comentarios

  1. El momento en el que lleva su mano al interior del bolsillo, a comprobar que sigue el botón allí, creo que es el punto de partida de una espiral donde los acontecimientos se van sucediendo a partir de ese instante y que giran alrededor de ambos, con un testigo especial oculto en el bolsillo de un abrigo. Hasta que al cabo del tiempo la espiral termina en el momento en que vuelve a meter la mano en el bolsillo en busca del botón.
    No era necesario coserlo, el azar o el destino habían estaban tejiendo ya los hilos de una historia, de una historia de amor.

    Me encantó como surge. Un abrazo!

    Aquí creo que hasta enero por lo menos no podremos usar uno :)

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  2. Tienes razón, me parece increible seguir vistiendo de verano aún... Vamos a pasar del bañador a la bufanda sin término medio. Este año me quedo sin otoño!!

    Un abrazo.

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  3. En mis abrigos y chaquetas (mejor dicho en sus bolsillos), hay muchos botones esperando ser protagonistas de una historia tan bonita y especial como ésta.

    Muy, muy bonito, de verdad.

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  4. Anónimo14/10/11

    Muy bonito el texto, las casualidades están ahí, nunca se sabe qué nimio suceso puede desencandenar un desastre o una maravillosa aventura.
    Séptimo mes triunfal en chanclas (y el agua del mar sigue invitando al baño), yo encantado!! :-D
    Bsos

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  5. Lo del agua invita a bañarse aquí en Málaga no me convence mucho... Si suele estar fría hasta en verano!! Probaré mañana... Creo que no pasaré de la rodilla >.<

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  6. Nuncajamasiana, no sé que había pasado con tu comentario pero me lo acabo de encontrar de casualidad en la bandeja de spam... perdona que te haya saltado :S, no sé por qué habrá hecho eso blogger.

    Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya gustado. Suerte con tus botones ;)

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  7. Muy bonito..a veces, esas pequeñas cosas, pueden cambiarnos la vida.besos!

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  8. Sí, la vida está llena de pequeñas cosas, solo hay que estar alerta.

    Un saludo, Sunshine.

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  9. Una vez más se evidencia que no siempre se encuentra lo que se quiere cuando se busca, sino aprovechando las oportunidades que nos da la vida. Como siempre en línea: emocionante!

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  10. Gracias, Daniel. Un besote!

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  11. Llegué a tu blog por simple y llana casualidad. Empecé a leer la última entrada porque, casualmente también, la escribiste el día de mi birthday, pero debo confesar que de ahí para adelante me leí las siguientes de una sola calada y por descomunal placer.

    Y es que resulta placentero sentarse a leerte.


    Un saludo,
    Ferxolate!!

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  12. Muchas gracias por el comentario. Me encanta cuando alguien dice que entró de casualidad y decidió quedarse a ver qué más encontraba, me alegra que sea un placer, además, hacerlo. Y qué curiosas son las casualidades.

    Un saludo!!

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  13. Lo que dio de sí ese botón. Me gusto el texto, esos eventos que se desencadenan tras un hecho 'intrascendente' como la caída de ese pequeño botón.

    Un abrazo.

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  14. Lo que dio de sí ese botón. Me gusto el texto, esos eventos que se desencadenan tras un hecho 'intrascendente' como la caída de ese pequeño botón.

    Un abrazo.

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