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Mostrando entradas de enero, 2011

Orgullo

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      Miró detrás de su espalda por si su orgullo le seguía, tenía miedo de que otra vez le envenenase con la vanidad y la arrogancia de sus espinas. Trató de escapar al saberse libre de aquel yugo que en otras muchas ocasiones le había hecho sentirse tan fuerte y seguro. Sentía que reprimirlo estaba siendo su mayor cruzada, esa que deja un regusto agrio por lidiarse con el rival más temido: el aceptar la derrota contra uno mismo. Aún así, decidió continuar en su empeño, haciendo oídos sordos de las voces que en su conciencia reclamaban volver a su sitio a recogerlo, armarse con él hasta las cejas y vencer a cualquier precio.       Pero esta vez era demasiado tarde para su orgullo, él había medido lo que estaba en juego y se liberó de tan pesada armadura, aunque sólo fuese por un breve espacio de tiempo.

Dentro de una caja había

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Encontré una vieja caja de metal, donde solía guardar las pequeñas cosas que iban sucediendo durante mis carreras por la vida, para así detener el tiempo. Al abrirla, un millón de sensaciones me revolotearon por dentro mientras descubría su contenido. Saqué de ella: Una cita perfecta y otra olvidada. La entrada de cine de una película que me perdí, para perderme entre las caricias de unos besos. Un puñado de sonrisas y el cerco que dejó algún pequeño charco de lágrimas.  Un sueño escondido detrás de una vieja foto desenfocada, donde la ilusión había permanecido congelada. Una carta que jamás fue enviada, otra que se gastó de tanto ser leída, y otra que rompí y después pegué con el pegamento de la esperanza. Una pulsera de colores partida por el desgaste de la euforia de muchos momentos.  Una fecha inolvidable, anotada en el reverso de un sobre amarillento, junto con un número de teléfono que mil veces marqué. Un lazo para el pelo con el olor de la añoranza. Dos billetes

¿Por qué el cartero siempre llama a mi casa?

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      Al menos, todo hay que decirlo, nunca llama dos veces…       Yo tengo dos teorías: que pulsa por sistema a todos los botones del portero automático, aunque lo raro es que cuando contesto sólo escucho mi ¿Quién es?... o que por las mañanas soy la única habitante de mi bloque y ya me ha calado, ahorrándose así pulsar el resto. A veces, cuando sube a traerme una multa  o cualquier otra carta certificada, me dan ganas de preguntárselo, por curiosidad más que nada, pero nunca lo hago, no vaya a ser mal interpretada mi pregunta.       Cuando llaman los del buzoneo, siempre les abro la puerta, me recuerda a mi época de estudiante, cuando realizaba ese tipo de trabajos, muy odioso la mayoría de las veces, porque la gente es muy poco agradable cuando se les pulsa al telefonillo… Recuerdo que solía empezar pulsando los botones de los pisos más altos, no sé si es que me daba miedo que los del bajo me abriesen cara a cara y con cierta mala leche por el momento inoportuno de mi visita

Pájaros de papel

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Pájaros que no eran pájaros, sino figuras de papel que volaban a su alrededor sin orden ni concierto, esperando una mirada o un gesto para tomar vida propia y no dejarse guiar por los hilos a los que estaban sujetos. En la habitación, el tiempo se le escapaba entre los dedos como un puñado de arena. La ventana estaba abierta, y el aire frío que entraba por los barrotes movía los hilos de aquel carrusel de colores que se enredaba entre sus cabellos. ―Cabeza alta y no tengas miedo ―se decía a sí mismo, mientras se peinaba frente al oxidado espejo, convencido de que los pájaros que tenía en su cabeza, no eran más que el producto de muchas noches perdido en sus sueños. (Escrito para el decimocuarto reto de microrrelatos del foro de Nuncajamás)

Entre dos copas de vino

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      Si me hubiesen preguntado qué era lo que había visto aquella noche, no hubiese sabido qué responder. Nosotras lo llamábamos noches de cine, y nunca sabíamos qué película íbamos a ver. Si nos distribuían a más de cuatro a lo largo de una mesa, ya sabíamos que allí se iba a montar un buen sarao. Esas eran las pelis de acción, podíamos terminar mezcladas unas con otras, regadas de agua en vez de vino o de cerveza, incluso más de una hecha añicos. Era divertido pero también te jugabas la vida. Las copas de champán eran las que antes solían caer en esas celebraciones y, aunque son insoportables y siempre van presumiendo por su figura fina y delicada, solemos dejarlas creerse lo que quieran. En el fondo nos dan bastante pena, algunas no aguantan nada y se rompen el mismo día de su estreno.        Yo, afortunadamente, soy una copa de vino, y también una enamorada de las películas románticas que, traducido a nuestro cine, son las mesas de dos, incluso a veces de cuatro. Son ses

Historia de una mirilla

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      Por más que intentaba no hacer ruido al subir aquel tramo de escalera, era irremediable, el crujido de la madera me delataba y la vecina del primero derecha abría su mirilla para observarme cada vez que subía a mi piso, situado en el tercero. Nunca había visto su cara. Sabía quién vivía porque Prudencia, la portera,  me había contado, el primer día que me mudé, la vida en verso de todos y cada uno de los vecinos de aquel pequeño inmueble.       Lo formábamos siete vecinos.Prudencia tenía un pequeño apartamento en la planta baja, de cuya puerta de entrada salía un pequeño cubículo con forma de mostrador y que era la portería. En el primero derecha la adicta a la mirilla, una señora viuda de la que no sabía más datos. Enfrente de ella dos jóvenes con los que me habría cruzado, en el año que llevaba aquí viviendo, unas seis veces; y según Prudencia: “Esos dos son pareja, porque dos hombres viviendo juntos ya se sabe…”, decía mientras miraba de reojo hacia la escalera, hacien