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Mostrando entradas de agosto, 2010

Anclada a una roca

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Podía percibir cualquier cosa a través de sus sentidos multiplicada por diez, pero no llegar a comprender ninguna. Llevaba demasiado tiempo anclada a aquella roca, y su traslado a otro lugar iba a ser inminente. Ella no era consciente del destino que tenían pensado para ella, pero sí notó que aquel día era diferente a todos los que había vivido desde que fue esculpida, haría casi cien años. Era una noche tranquila, una brisa suave mecía el mar, y la luna reflejaba coqueta su imagen sobre la superficie. Ella observaba ensimismada aquel espectáculo, era la primera vez que sus ojos recibían aquel centelleo de luces y sombras. Sus oídos, se dejaban embriagar por la música del oleaje precipitándose contra la roca en la que ella, por primera vez, ya no se encontraba anclada. Un olor cálido y fresco a la vez, no entendía la diferencia pero podía percibir los diferentes matices en el aroma, entraba por su nariz y salía por su boca, dejándole un sabor salado en el pa

La comunidad

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      Hace unos días, un amigo comentaba en su facebook que se estaba recuperando de una reunión de vecinos. Ese comentario me hizo recordar que hace unos diez años, en la comunidad donde vivía, me nombraron presidenta sin haber presentado candidatura alguna. Era mi primera casa y no entendía bien cómo funcionaba el asunto de las elecciones, aunque me hubiese dado igual entenderlo, pues poco a poco fui descubriendo que allí no existían unos estatutos comunitarios, allí la ley la imponían dos cabecillas, los hombres que vivían en el 4º y 5º izquierda (especifico lo de hombres porque las mujeres casadas no eran bien recibidas en las reuniones vecinales, allí los que asistían eran los machos alfa).       La primera reunión fue toda una experiencia. Los asistentes, como ya he dicho antes, eran hombres, excepto las vecinas del primero que eran una señora viuda y la otra soltera. Así que, como comprenderéis, cuando aparecimos en la reunión mi marido y yo, juntitos en amor y compaña…

Salvando las apariencias...

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   Supo que volverían a verse, en el mismo momento que se cruzaron en el metro. Ella arrastraba una pesada maleta, mientras buscaba desconcertada la salida que le correspondía. Cuando terminó de consultar el plano callejero de la zona y se disponía a tirar de su maleta para acercarse a la salida, miró contrariada al chico que la observaba sentado en el andén. No entendía por qué aquel tipo al que no había visto en la vida, la observaba con detenimiento y con una ligera sonrisa que, podría jurar, portaba cierto aire de guasa. Le regaló una mirada con el ceño fruncido y cargada de bastante mala leche; a lo que él correspondió con cara de no saber dónde meterse. Hasta ese momento no había sido consciente de que había exteriorizado sus pensamientos.    ―¿Entonces no te quedas a conocer a Mercedes? ―Preguntó Ana, que llevaba una hora, erre que erre, intentando convencerle de que se quedase a cenar con ellos. Sergio vivía en el piso de abajo y, con el tiempo, los tres se hab

Consciencia (Cap. III)

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Leer antes: Capítulo I y Capítulo II    Caminó tras ella hasta la cocina. Las paredes de aquel largo pasillo estaban empapeladas en tono marrón oscuro y ornamentado con cenefas de estilo antiguo en tonos beige, que le aportaba un aspecto lúgubre. De la cocina salía un aroma cálido de té recién hecho. Sirvió dos tazas que depositó sobre una bandeja, y le invitó a pasar al salón. La decoración de la casa era una mezcla de muebles coloniales que contrastaban con otros de líneas más modernas.    ―Me gustaría saber por qué me has invitado a pasar, no nos…   ―Shhhhh, no lo estropees con preguntas que no tienen respuesta ―le interrumpió ella, mientras se servía dos cucharadas de azúcar y le pasaba el azucarero a su invitado.    ―Tienes una casa muy acogedora.    ―Gracias, aunque a mí no termina de gustarme del todo, no encaja con mi personalidad. Conservo algunos muebles, que han pertenecido a mi familia, por nostalgia, pero soy más partidaria del mobiliario funcional.   

Puente del Ártico

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   Paseaba distraído por las calles de la ciudad. Todos los días se sentía en un bucle de constante rutina. Se levantaba temprano para atender una pequeña tienda de aparatos electrónicos, que había heredado de su tío, al otro lado de la ciudad. Nunca le había gustado ese trabajo, a pesar de haber pasado casi toda su infancia metido en aquella tienda. Su padre murió cuando él era casi un bebé, y su tío era lo más parecido a un padre que había conocido. Él siempre le animó a mirar alto, por encima de las nubes le decía, y si no lo consigues siempre te quedará esta tienda. A él, al pequeño Sebas, siempre le había interesado la evolución de las especies. Todos los libros que sacaba de la biblioteca trataban de lo mismo. ―La biodiversidad es muy valiosa ―le relataba a su tío, sentado en una silla detrás del mostrador―  cada especie tiene un papel importante en el ecosistema ¿lo sabías? ―y le daba un mordisco al bocadillo, mientras pasaba la página… Sebas acabó licenciándose en Biología.

Como un breve día de otoño

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      Dejó que su espalda reposara sobre el tronco de un árbol que meses antes se mostraba frondoso junto a la ladera de aquel campo. Durante aquellos días de primavera, había paseado disfrutando de la suave brisa que portaba el olor dulce de las mil y una flores silvestres que iba peinando a su paso, y de los sonidos de la naturaleza entreverados con el silencio de los caminos: invitaba a regocijarse por la ausencia de caminantes.       Alzó la mirada y observó la copa del árbol, vestía un manto de colores entre amarillos y castaños. Las hojas bailaban con el vaivén del viento y alguna, cansada de luchar por mantenerse arraigada a la rama, soltaba su vínculo y caía acompasadamente, planeando con sus anchas alas hasta quedar posada sobre la llanura, encima de otras que, como ella, habían corrido la misma suerte.       Consideró que aquellas hojas que habían luchado por librarse de aquel final ineludible, ahora reposaban tranquilas, sin miedo, sin la responsabilidad de tener

En días de disturbios

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Cap. anterior: El niño guerrero En “Letras que forman países” nos han pedido que nuestro relato transcurra durante un hecho histórico del país elegido. Kenia no es un país que destaque por sus hechos históricos, así que no he tenido más remedio que quedarme cerquita, en el 2007. La noticia sobre las elecciones y el suceso de Eldoret son reales, sacados de la prensa digital, pero no los personajes ni los detalles narrados por ellos, estos son pura ficción. (No vaya nadie a molestarse, ni a tomar este relato como un suceso de aquellos acontecimientos)    Aquí, en Kenia, he comprobado que el tiempo se detiene, no tiene el mismo ritmo que en otros lugares donde he viajado. Sin embargo cuando estoy fuera durante años, y regreso, sí que soy consciente de ese tiempo que ha pasado; lo encuentro todo diferente, avanzado. Estos cambios aquí se acusan de una forma más estridente, es como un contraste muy marcado entre lo que observo y mis recuerdos, como si los cambios no fuesen paulatinos, s