Laberinto de palabras



   ―¡No sé cómo ni dónde, pero acabaré con su vida un día de estos!
   ―¿Hablas en serio?
   ―¿Es que lo he pensado en alto?
   ―Sí, y me tienes intrigadísima.
   ―Estoy buscando el titular para un artículo que he escrito. ¿Quieres que te lo lea?
   ―Preferiría que hablásemos, hace siglos que no lo hacemos.
   ―Yo no tengo esa impresión, hablamos cada día.
   ―Pero no me refiero a hablar sin más, me refiero a hablar de verdad, a compartir palabras,  a escuchar con atención lo que nos contamos, a entender lo que queremos decir sin darlo por sentado...
   ―Yo hago eso siempre, ¿acaso tú no?
   ―Sí, pero quizás deberíamos esforzarnos un poco más.
   ―Creo que cuando una cosa tan sencilla como esa requiere un esfuerzo, deja de ser especial o simplemente ha desaparecido la complicidad.
   ―¿Tú no la echas de menos?
   ―No creo haberla perdido.
   ―Yo he estado mucho tiempo a años luz sin darme cuenta, me acostumbré sin más.
   ―¿Y por qué yo no me di cuenta?
   ―Porque también estabas a años luz, pero en otro planeta distinto.
   ―¿Y cómo ha podido suceder esto a nuestras espaldas?
   ―No tengo la respuesta, quizás cada uno se ha sumergido en sus rutinas particulares y no hemos mirado a ningún lado que no sea el de alcanzar nuestros objetivos. Nos hemos conformado con compartir una vida paralela.
   ―¡No sé cómo ni dónde, pero acabaré con su vida un día de estos, señorita!
   ―¿Otra vez pensando en ese artículo?
   ―No, esta vez lo digo de verdad, pienso acabar con tu vida paralela para que no tengamos más remedio que compartir la mía.
   ―¿Lo ves cómo hacía siglos que no hablábamos? Aunque eso habrá que discutirlo...

    Pasó la página del libro al mismo tiempo que se abría la puerta del baño. Ella levantó los ojos de la lectura y le miró, esperando la pregunta que anunciaba su cara. Después de tantos años juntos, sabía perfectamente interpretarla.

   ―¿Estabas hablando sola? ―le preguntó él.
   ―No, leía en alto.
   ―¡Qué cosas se te ocurren! ―le comentó, mientras se ponía el pijama.
   ―¿Te puedo hacer una pregunta? ―dijo ella, colocando el marcador en la página correspondiente de su libro.
   ―Pues claro, todas las que quieras.
   ―¿Nosotros hablamos de verdad?
   ―No sólo hablamos de verdad, también nos hablamos con la mirada ―contestó él en tono solemne que remató con un guiño.

    Ella cerró el libro con una sonrisa, lo depositó sobre la mesilla y apagó la luz de la lámpara. No quería perderse ni un recoveco del recorrido de aquel laberinto de palabras que les acompañaría hasta la madrugada.

(Inspirado en la frase de Jara: "No sé cómo ni dónde, pero acabaré con su vida un día de estos" para El cuentacuentos)

Comentarios

  1. =) me parece ingenioso. Una cosa que considero sumamente difícil es hacer diálogos que te cuenten algo y te mantengan al tanto de la historia. Creo que con este relato has conseguido algunos diálogos convincentes. La frase era difícil. Saludos

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  2. ¿Díficil? Un montón, con esta frase sólo se me ocurrian historias sanguinarias que no me apetecía escribir...

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  3. Sara, yo quería sangre jajjajaja. Aún así has salido muy airosa.

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  4. Yo es que, Jara, aún no me veo capacitada para escribir una historia de sangre y salir airosa jajajaja... y eso que lo has puesto a huevo con la frase.
    Pero nunca se sabe, lo mismo por hablar, en la frase más dulce del cuentacuentos me lanzo con un remake de la matanza de Texas sin venir a cuento...

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  5. Extraes de una escena cotidiana la importancia de la comunicación.
    Y la aparición de un libro, que al contrario de aislar su lectura une :)

    Muy buen laberinto

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