Falsas apariencias



      Hay cosas que nos cuesta reconocer abiertamente. En unos casos damos un rodeo para eludir el tema, en otros nos justificamos o nos apoyamos en quienes actúan de la misma forma, y hay veces en que directamente, lo negamos y nos quedamos tan anchos. A quién no le ha pasado siendo adolescente, pasarse una semana hablando a tu mejor amiga de Fulanito: «Fulanito dice. Fulanito dijo. Fulanito va. Fulanito viene. Mira, ahí está Fulanito».... Y en el momento en el que la amiga te dice: «Tía, ¿a ti te gusta Fulanito?». Le dices: «No, ¡qué va! ¿Por qué?». Y te quedas tan fresca. Aunque por dentro piensas: «¡Me cago en la leche! ¿Tanto se me nota?».

      Otra cosa muy frecuente y que cuesta mucho reconocer, a pesar de que se están poniendo muy de moda por la televisión, Internet, etc. son los juguetes sexuales. En una reunión de mujeres todas ignoran el tema y ninguna parece saber de lo que se está hablando. Eso sí, en el preciso instante en que una de las presentes admite tener, por ejemplo, unas bolas chinas, se revoluciona la reunión, se da la vuelta a la tortilla, y aquí la que no tiene bolas, tiene un tanga vibrador que se conecta al iPod y produce orgasmos al ritmo de la música o todo un kit completo de San Valentín.

      También está el caso del fumador en una reunión con no fumadores y ese preciso instante en el que sale a relucir el tema del tabaco: «¿Y tú cuántos cigarros te fumas al día?». Y el fumador, que se siente acorralado, suelta: «Pues yo un paquete cada dos días, más o menos. Los fines de semana algo más». Y en ese momento echa un vistazo al cenicero que se encuentra en la mesa, evidenciando su realidad: diez colillas en dos horas.

      Y cuando paseando unas amigas, por delante de una obra, y esos albañiles ávidos de entretenimiento, se ponen a soltar perlitas a modo de piropo y entre nosotras comentamos: «¡Qué descarado el tío! ¡Qué grosero el otro! ¡No tendrán otra cosa que hacer!». Aunque en el fondo señores, estamos encantadas de la vida. Porque los piropos ¡nos gustan! Vamos de duritas, de chulitas y de que pasamos de todo, pero no. Si vamos por una obra y a la tía de la minifalda que va delante caminando coquetamente le dicen algo y a nosotras no: ¡Envidia cochina! Y la que diga que no, ¡miente! Porque un piropo venido a tiempo te levanta hasta el ánimo. Sobre todo en esos momentos, en los que te da por hacer un uso intensivo de la báscula y la maldita te dice que pesas dos kilos más que la última vez que te pesaste (es decir ayer). Y le haces a tu pareja la típica pregunta esa que ellos llaman “pregunta trampa”: ¿Me ves más gorda? Ellos ya saben que contesten lo que contesten la van a cagar, pero lo que no saben es que nosotras también lo sabemos incluso antes de pesarnos, aunque después lo neguemos todo para defendernos. Pero tienen que entenderlo, nosotras lo que queremos es que nos digan la verdad. En el fondo conservamos la esperanza de que la máquina esa del demonio se haya equivocado, queremos pesar lo mismo siempre, aunque nos hayamos metido entre pecho y espalda un Bigmac con patas de lux grandes para comer, y una pizza cuatro quesos para cenar.

      Y aunque no se lo crean, esto no nos pasa sólo con ellos. También nos ocurre entre nosotras. Te tiras meses o años hablando con una amiga, que siempre tiene alguna anécdota que contarte de Fulanita (otra amiga suya a la que sólo conoces de vista, pero que ya es igual que si la hubieses parido, porque tu amiga te ha puesto al día de todos los pelos y señales de su vida). Un día quedas con las dos para tomar algo y Fulanita te saluda diciendo amablemente: «Hola ¿qué tal? ¡Qué bien te veo! Te noto más delgada que la última vez». ¡Ahí le ha dado! Ya está ganando puntos la niña, fíjate. Empiezas a pensar que quizá tu amiga es un poco exagerada. Después de dos cafés, has congeniado tanto con Fulanita que ahora tienes remordimientos por haberla prejuzgado de oídas y de haberla visto solo un par de veces de refilón. Cuando Fulanita se marcha, tu amiga te comenta:
      ―¿Has visto que falsa la tía? Para hacerte la pelota te ha dicho que te ve más delgada. 
      ―Hombre, a lo mejor lo estoy.
      ―¡Que va tía, no le hagas caso! Es muy pelota. Tú ya sabes que yo soy muy sincera. Si te veo más delgada te lo digo. Y si te veo más gorda, también.
      Y en ese momento estás pensando: «Pues ya podías ser un poquito más falsa, como tu amiga, ¡y meterte la sinceridad por el culo, bonita!». 

      Y es que la sinceridad, a veces, está muy sobre valorada. Sin embargo, otras veces no se la tiente en consideración. Es como cuando tu pareja se salta la comida, te deja con el plato en la mesa y se presenta por la tarde. En vez de decir: «Es que me apetecía un montón tomarme unas cañas y unas raciones con mis compañeros, y contigo como todos los días. Me apetecía variar y pasar un rato con ellos fuera de la rutina del trabajo, hablar y reír a mis anchas». Lo que realmente te dice es: «Ufffff, me liaron, me liaron... Yo iba ya camino del coche, sacando las llaves para abrir (y mientras habla, te representa la escena con llaves incluidas en mano para que sea más convincente) y me encontré con ellos. Que si vente, que si sólo una caña, que si una sólo de verdad... Y yo: que no, que mi mujer me está esperando con la comida puesta...¡Venga vale una y me voy! Y se me pasó la hora».

      O como cuando te vas de compras y, como te has pasado con la tarjeta, guardas unas cuantas cosas en el armario (arrancando primero las etiquetas) y le enseñas a tu marido solo la mitad de las compras. Después un día que se fija en algo nuevo que te has puesto, de lo guardado, y te dice: «¿Eso es nuevo?». Y le respondes: «¡Qué va! Ufffff, pues no tiene años esto... ¿No lo recuerdas?». Y lo que realmente estás pensando y te gustaría decirle es: «¿Esto? Me lo compré un día que, sin darme cuenta, fundí la tarjeta. Exactamente aquel mismo día en que tú tomabas unas cañas con tus compañeros. Sí, aquellos que te obligaron a tomar unas cañas a punta de pistola».

Comentarios

  1. Anónimo22/3/10

    jajaja, q gracia!!
    No veas si has escrito estos días eh??
    Este es uno de mis preferidos, jajaja

    ResponderEliminar
  2. JAjajaja que me descojono..."me liaron me liaron" jaaaaaajajaja, con las llaves en la mano agitándolas delante como para buscar un punto de referencia.
    Yo es que como todos los dias fuera por trabajo asi que lo que realmente me gusta es comer en casa con mi mujer. Soy un raro quizás!
    En fin, encantado de pasar por aquí!
    Un saludo literario

    ResponderEliminar
  3. Las rutinas... ellas son las culpables.

    Encantada de verte por aquí, un saludo ;)

    ResponderEliminar
  4. Sara,vine a darme una vuelta, ha sido muy grato leerte,tengo una amiga que siempre se lamenta al decirme que cuando ella pasa por una obra los albañiles se ponen a trabajar...:-)...yo les llamo groseros, peero tengo que admitir, sí, que es preferible que piropeen a que se pongan a trabajar cuando pasemos...
    Saludos

    ResponderEliminar
  5. Además, hay obreros con mucho arte lanzando piropos...

    Un saludo María

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Relación entre la web de cita previa del DNI y una partida de Mario Bros

¿Por qué el cartero siempre llama a mi casa?

TREINTA POSTALES DE DISTANCIA